La noticia corrió como pólvora en la parte antigua de La Habana. Un negro con facha de rapero apuraba su cerveza mientras por su móvil hablaba de forma atropellada. “Asere, llegó un barco enorme repleto de ‘yumas’ (extranjeros). Hablan inglés, parece que son gringos. Avísales a las chicas, creo que habrá trabajo”, apuntaba el chulo.
Desde el otro lado de la avenida, en tenderetes y cafés al aire libre situados a lo largo del litoral, la gente de a pie miraba boquiabierta el descomunal buque de turismo anclado en la bahía habanera.
Mientras los forasteros deambulaban por la ciudad o comían un bocadillo, jineteras, guías particulares de turismo, vendedores ilegales de tabaco, artesanías y discos y músicos que cantan boleros por una calderilla, de inmediato se pusieron en marcha, a ver cómo se ganaban una pasta ofertando su variada mercancía durante los tres días de estancia en la ciudad.
Lo que traía el crucero Thomson Dream era un cargamento de 1,500 turistas británicos. Desembarcaron con ropa veraniega y latas de cerveza en las manos, y sin perder tiempo empezaron a recorrer sitios históricos de La Habana Vieja. Iban a pie, montados en destartalados bicitaxis o en coches tirados por caballos.
Una periodista de la televisión, sobriamente vestida, entrevistaba a unos ingleses, sorprendidos por la inesperada bienvenida y a la vez medio asustados, al percatarse de la legión de cubanos que los abordaban con toda clase de ofrecimientos. Mulatas y rubias teñidas con minúsculos atuendos, descaradamente flirteaban con un grupo de jóvenes con camisetas del Liverpool.
Desde 2004, los cruceros turísticos dejaron de entrar a puertos de la isla. La sequía llegó a su fin el 12 de noviembre pasado, cuando el buque español Gemini, con más de 200 pasajeros de once países, estuvo en La Habana. Pero su presencia no causó tanto revuelo entre los capitalinos como este hotel flotante inglés.
El riguroso control de la oficina de activos contra el embargo había desatado una cacería de brujas, enviando notas en duros términos a las empresas dueñas de cruceros de España, Alemania y otros países. Si se detenían en Cuba, entonces no podrían tocar puertos estadounidenses. Eran los tiempos de George W. Bush.
El Ministerio de Turismo ya había creado una infraestructura en los puertos de La Habana, Cienfuegos y Santiago de Cuba, especializada en la atención a los singulares huéspedes. Empresas extranjeras contrataron personal cubano para trabajar en cruceros por el Caribe. Todo quedó colgado cuando Estados Unidos amenazó a las compañías navieras que visitaran la isla de los Castro.
La tapa al pomo la puso un enfadado Fidel Castro, quien en 2005 puso el grito en el cielo por tener que recibir a turistas maleducados, que tiraban latas y basura al mar y no cuidaban el medio ambiente.
Pero bastante ha llovido en este tiempo. Ahora, un distendido Barack Obama gobierna en la Casa Blanca. Y desde febrero de 2008, Raúl Castro, hermano del líder histórico de la revolución, está al frente de los destinos del país. Y se encuentra enfrascado en la aplicación de una serie de reformas para rescatar la frágil economía cubana.
Además de duras medidas de recortes y despidos a un millón 300 mil trabajadores, Castro II con urgencia necesita dólares, euros o libras esterlinas, da igual. Por tanto, desde 2010 retomó una serie de proyectos abandonados o dejados a medias por la administración de su hermano.
Entre ellos, la construcción de inmuebles destinados a extranjeros y la inauguración de campos de golf para segmentos turísticos de alto nivel. La reapertura a cruceros de compañías europeas también forma parte del paquete medidas cuyo objetivo principal es recaudar divisas.
A la vuelta de unos meses, el arribo a La Habana de miles de turistas por vía marítima, podría convertirse en algo rutinario. Para alegría de las jineteras y los buscavidas.
Iván García
Foto: EFE