La licencia por enfermedad que puso en libertad hace unas horas al preso político Ariel Sigler Amaya tiene como gestores principales a un albañil, a un boxeador y a las Damas de Blanco. Pero han intervenido también otros elementos. Dos de ellos extraños y obscenos: la práctica cubana de una diplomacia de candado y el uso del aparato legal como una muestra impecable de la vigencia de este refrán: el papel aguanta todo lo que le escriban.
Orlando Zapata, el albañil, puso por delante su vida después de una huelga en un calabozo, y esa entrega le dio un trallazo al mundo. Sigler Amaya, un deportista que combatió en la categoría de pesos pesados en su país, pudo soportar siete años de dolencias, penurias, acosos y privaciones en la cárcel y salir vivo, aunque parapléjico y convertido, por su estado físico, en el abuelo del joven que fue condenado a 20 años de prisión en la Primavera Negra de 2003.
Las Damas de Blanco, la asociación de familiares de los presos políticos, no han dejado de salir a las calles, con oraciones, gladiolos y caminatas pacíficas, para exigir la libertad de sus esposos, padres, hijos y hermanos. Ese desafío, junto al prolongado ayuno de Guillermo Fariñas y el sacrificio de Zapata Tamayo, han ensanchado el espacio del drama cubano en los medios de prensa, en las instituciones defensoras de derechos humanos y en grandes sectores populares de Europa y América.
Ahora entra la Iglesia. Su doctrina no deja de promover la piedad, el perdón y la reconciliación. El asunto es que esos reclamos sólo se atienden cuando el Gobierno necesita oxígeno y una toalla limpia. Estamos en uno de esos momentos, y entra en funciones la diplomacia del pestillo. Hacen como que escuchan a los religiosos (no a los actores reales) y se abre una celda.
Pasó en febrero de 1998, cuando liberaron a 299 opositores, poco antes de la visita del Papa Juan Pablo II, mediante un indulto del Consejo de Estado. Ahora, cinco días antes de que llegue a La Habana el canciller del Vaticano, Dominique Mamberti, envían a su casa a Sigler Amaya y trasladan a cárceles cercanas a sus lugares de origen a otros seis prisioneros.
La familia, los amigos y algunos grupos opositores agradecen los gestos de la Iglesia, pero confían en sus fuerzas y no dejan de trabajar a favor de unos hombres (194) inocentes que están en peligro.
Los presos son, para el Gobierno, mercancía con la que aspira a comprar una careta de beatitud. Y para los cubanos, el catauro de la moral del país.
Raúl Rivero
Foto: AFP