Un viejo amigo, una persona entrañable que creía en Dios, fue herido de bala y durmió en palacios y calabozos, me dijo hace muchos años que algunos norteamericanos tenían la costumbre de mirar hacia América Latina como si estuvieran parados en la cubierta de un portaaviones.
Lo decía porque consideraba que para ciertos sectores políticos de ese país las tierras que están entre el río Bravo y la Patagonia son los bajos, el patio y el traspatio de su casa. Una región ruidosa y desconcertante. Un universo difícil habitado por una mezcla de razas de altas temperaturas y, por lo tanto, necesitado de control, mano dura, reglamentos y disciplina.
Esa visión, distorsionada por las salpicaduras del agua de mar, las distancias y los prejuicios, y sustentada por el talento del sur para producir dictadores, esbirros y generales de medallas de lata, le ha puesto un timbre controversial, turbio, a las relaciones de Estados Unidos con la mayoría de sus vecinos díscolos, pobres y alegres.
En estos tiempos, presionados por los cambios, la realidad y los fracasos, esos viejos políticos se han tenido que bajar poco a poco de los buques de guerra. En su lugar, suben y recogen los binoculares empañados, grupos de intelectuales y artistas. Gente chévere, abierta, que ama la cercanía y le grita a la gente del patio «adiouus amigoouus», como dice Gabriel García Márquez que le gritaba Hemingway en las calles de París.
Pues sí. A bordo de las naves van ahora Oliver Stone, Sean Penn, Danny Glover y una cuadrilla enorme de académicos y contestatarios profesionales. Ellos descienden un momento y abrazan, con Hugo Chávez, a la nueva camada de garantes del orden, el control, la opresión y la pobreza.
Para Stone, Chávez es un incomprendido en Estados Unidos, un visionario al frente de un movimiento que está cambiando América Latina. «El tipo es un toro. Lo admiro», dijo, «porque imagino que es un soldado, un soldado de corazón».
El venezolano es la estrella de Al sur de la frontera, un publicitado documental de Stone en el que trabajan gratis en papeles secundarios, o como extras, la pareja Kirchner, Rafael Correa, Lula da Silva, Fernando Lugo y el mismo cineasta norteamericano, que se come un mazo de hojas de coca con Evo Morales y aparece en los planos finales de paseo por el malecón de La Habana bajo un sol dispuesto a derretirle el maquillaje.
El portaaviones sigue su travesía. Desde el mar no se pueden ver claros los asuntos de la tierra.
Raúl Rivero