Alexis lo tenía claro. Para hacer dinero suficiente y marcharse de Cuba, debía abrir un cafetín. Lo ideal hubiera sido abrir una paladar (restaurante privado), pero no pudo gestionar tanto dinero. Con una española entrada en años, piernas gruesas y exceso de maquillaje, ‘jineteó’ 600 euros en varios rounds sexuales. Completó la plata con la venta de un ordenador portátil, dos pares de tenis Converse y una nevera LG de uso.
Y aquí lo tenemos. Sentado como un gerente en su timbiriche, vendiendo batidos, pizzas y espaguetis con queso y panes con croqueta, salsa rusa o jamón en una avenida habanera.
En noviembre, cuando sacó la licencia, calculó que en año y medio podría ahorrar 4 o 5 mil dólares suficientes para tramitar una carta de invitación y pagarse un boleto con destino a Barajas. “Pero el negocio marcha lento. Entre los gastos de inversión, los elevados impuestos y los suministros alimenticios, no he podido guardar mucho dinero. Lo peor es que a fin de año debo pagar una buena suma por concepto de declaración jurada. La cafetería me da está dando para comer bien y tomar cerveza de calidad. Poco más».
Pese a los contratiempos, Alexis es optimista, aunque algunas cosas le molestan. «Ahora nos quieren afiliar al sindicato. Al hombre que vino a meterme una ‘muela jorobada’ (discurso), le dije que si ese sindicato asumía nuestros derechos, yo me afiliaba. Mira que esta gente jode. Todo lo ven en blanco y negro. Piensan que con un negocio mierdero uno se va a forrar de dinero. Si las ventas siguen como hasta ahora, mi sueño español pude demorar diez años”.
A siete meses de que el gobierno del General Raúl Castro diera el pistoletazo de arrancada para que todo aquel que deseara pudiese abrir un pequeño negocio, más de 200 mil personas han sacado licencia.
No todo es color de rosa. En una oficina municipal de Diez de Octubre que tramita licencias a trabajadores por cuenta propia hay dos colas. Una para sacar licencias. Y otra para entregarlas. Según un funcionario estatal, siete meses después, 42 mil personas han entregado sus permisos.
René es uno de los que con cara de perro espera en la cola para devolverlo. “El sueño de mi familia era montar un restaurante con todos los hierros. Pensábamos que consiguiendo dinero íbamos a tener amplios beneficios. Por cada paladar que triunfa, hay seis que apenas se sostienen. Resido en un barrio alejado de los hoteles para turista y de gente con poco poder adquisitivo. Ha sido un desastre. Además de bajar el gravamen, el gobierno debiera estudiar que no es lo mismo un negocio en el Vedado o La Habana Vieja que en Arroyo Naranjo o Guanabacoa. Lo peor es que ahora debo 3,500 dólares a los parientes que me los prestaron”, explica René bajo un sol de espanto.
A Carlos las cosas no le van ni fu ni fa. De cualquier manera está contento. A partir de abril, a las personas que alquilan taxis, el Estado rebajó el pago mensual, de 1,000 pesos mensuales a 600 (45 dólares a 28 dólares). Cada día, se levanta a las cinco y media de la mañana y parte con su viejo Chrysler de finales de los 40. Durante doce horas, alquila a diez pesos por persona (0,50 centavos de dólar) en una ruta comprendida entre La Palma, Arroyo Naranjo al Vedado.
“Fíjate tu si la medida ha sido buena, que en pocos días habían más de tres mil ‘almendrones’ (viejos autos americanos) circulando por la ciudad. Con lo malo que está el servicio de transporte público, nosotros estamos tirando un cabo. Es verdad que todos no tienen diez pesos para gastar en taxis. Pero también hay muchos que pueden darse ese lujo y ahora notarán que el servicio es mejor”, acota Carlos.
No todos en Cuba tienen un auto o dinero suficiente para montar una quincalla o vender pizzas caseras. Es el caso de Lucía, una anciana que cuida la puerta de un baño hediondo en la calle Monte. Está tan sucio, que los hombres prefieren orinar a escondidas en los portales. Aunque siempre entra alguien. Y ella consigue de 30 a 40 pesos diarios (menos de 2 dólares), que le sirven para comer arroz blanco, potaje y estofado de cerdo con más grasa que carne en una fonda de mala muerte.
A Lucía no le gusta dramatizar su miseria. “Hay viejos que están peor que yo. Pago una licencia discreta y como caliente una vez al día. Que en Cuba es bastante”, dice la anciana. Mientras, de su añejo radio ruso se escucha un programa de boleros.
Tamara, joven dedicada a la venta de que discos piratas de audio y videos, no está obteniendo las ganancias deseadas. “Imagínate, en un tramo de 500 metros, hay 11 vendedores de discos. Así y todo es preferible vivir de tu esfuerzo que depender de la paga del Estado”, apunta, sentada en taburete de madera en el bulevar de San Rafael.
Pasado medio año de las cacareadas reformas diseñadas por tecnócratas de verde olivo, en lo que respecta al trabajo privado, los beneficios son escasos para muchos. Así y todo, se sienten esperanzados. Y lo principal: son independientes.
Iván García
Foto: Gerry Pacher, Suiza.