El día antes de que compareciera en un programa de televisión el ministro de Energía y Minas, Vicente de La O Levy, Cubadebate, medio estatal que manipula la realidad nacional e internacional de forma sorprendente, en su edición dominical publicó una nota sobre los precios del combustible en varios países del mundo.
Era un texto informativo para que los lectores supieran que en Hong-Kong un litro de gasolina supera los tres dólares y en Estados Unidos cuesta un dólar con treinta centavos. El estilo intentaba ser aséptico y neutral. La escueta noticia era un resumen de lo que no se debe hacer en periodismo y una muestra de los procedimientos utilizados por el régimen de La Habana para engañar a la gente.
“Es la nota típica del manual utilizado por las agencias rusas especializadas en desinformar y que ahora empleamos en la prensa local. La información es irrefutable. Cuando usted revisa en Google puede comprobar los precios. Pero la manipulación es evidente, pues no pone en contexto el salario promedio en cada una de esas naciones en relación a su equivalente en Cuba y permita que el lector compare”, dijo un periodista oficial que prefiere el anonimato.
Noticias parecidas que combinan medias verdades, rumores y descaradas mentiras se publican diariamente en los medios nacionales. “La mayoría de las veces son un copia y pega de Russia Today, Sputnik y otras agencias rusas. O un compendio de artículos publicados en sitios de extrema izquierda y elucubraciones disparatadas de académicos anticapitalistas. Después de 2016, en su misión de vender una narrativa optimista y suavizar la dura realidad cotidiana, la prensa cubana ha regresado a la etapa informativa estilo soviética. Ahora renovada con los cursos que ofrecen agencias rusas a sus homólogos en la Isla”, comenta el reportero estatal.
Pero los tiempos son otros. Y los cubanos, podrán callar por miedo, pero no son tontos. Y el 95% de los más de 300 comentarios publicados en la nota de Cubadebate acusaban al texto de manipulador. La mentira tiene piernas cortas. Y los cubanos, que comen una vez al día y hacen colas de dos horas para sacar dinero del cajero, ya están cansados de la constante propaganda y de tantas promesas incumplidas.
Nadie en Cuba se cree el eslogan de ‘socialismo próspero y sostenible’ que vende la dictadura. Pocos confían en sus instituciones y en esa gerontocracia mediocre que gobierna el país. En la franja horaria donde el noticiero muestra producciones que no existen y diseña un relato de ficción política, la gente apaga a la tele o ve una serie estadounidense pirateada.
Los cubanos se han rebelado contra la dictadura de muchas formas, dos muy evidentes: trabajando menos y robando más en sus puestos de trabajo. Desde hace bastante tiempo, vienen haciendo una silenciosa huelga de brazos caídos. Critican al inoperante sistema de ordeno y mando en los taxi colectivos, la esquinas de los barrios y en las redes sociales.
A pesar de la represión y el temor de ser sancionados a varios años de cárcel, cuando la frustración los supera, algunas personas suenan sus calderos vacios durante un apagón o salen a la calle y gritan ‘Díaz-Canel, singao’. La impopularidad del actual gobernante es notoria. Muy pocos ciudadanos aprueban la gestión del mandatario, una especie de mayoral elegido a dedo por Raúl Castro para intentar rescatar un modelo fallido.
En algún momento de enero de 2021, cuando el régimen implementó la fracasada Tarea Ordenamiento, la mayoría de los cubanos de a pie reconocían que esas medidas iban a fracasar. Y lo argumentaban: si no aumentan las producciones agrícolas y de alimentos así como las ofertas de bienes y servicios, el peso se devaluará, aumentará la inflación y crecerá la pobreza extrema en todo el territorio nacional.
Los economistas y analistas independientes coincidían. Fue lo que sucedió. La soberbia del régimen y el irrespeto por las opiniones de sus ciudadanos los condujo al pantano. Están varados en un punto muerto y sin salida. Cualquier razonamiento lógico induce a la aprobación de una batería de reformas económicas, sociales y políticas de calado. Pero la obstinación y el pánico a perder el poder y sus prebendas, los empuja al inmovilismo. La mal llamada revolución de Fidel Castro fue un engendro político divorciado de la economía y la realidad.
A Castro le interesaba más la geopolítica internacional, la subversión en América Latina y África, a que los cubanos comieran carne de res o fueran emprendedores exitosos. Fustigó a Deng Xiaoping cuando China apostó por la economía de mercado y la privatización. Los supuestos éxitos del castrismo, de los cuales tanto alardeaba la izquierda mundial, fueron gracias a millonarios subsidios de la desaparecida URSS y posteriormente los petrodólares del autócrata venezolano Hugo Chávez.
En los últimos cinco años, en la isla de Díaz-Canel, el propulsor de continuar el disparate, las cosechas han caído en un 50 por ciento, la producción de carne de cerdo en un 80 por ciento y la zafra produce menos azúcar que en 1868, cuando en Cuba había una una guerra independentista y tenía una población de un millón y medio de habitantes. En los últimos tres años ha emigrado más de 500 mil cubanos. Y la estampida no se detiene. Imagínense que en las provincias de Mayabeque y Cienfuegos se marcharan todos sus pobladores.
El nuevo ‘paquetazo económico’ de corte marxista lanzado por el gobierno, en un intento por reducir la inflación y superar la feroz crisis económica, es como verter gasolina al fuego. Al subir más de un 500% los precios del combustible y la transportación y un 25% el costo de la electricidad a los que consumen más de 500 MW (cualquier familia con dos aires acondicionados y electrodomésticos modernos supera fácilmente esa cuota), provocará un aumento del precio en los alimentos, la transportación y los servicios.
Se disparará la inflación. Y el descontento, incluso entre aquéllos que apoyaban al régimen, se multiplicará. Un suicidio político. Cuba es hoy una mezcla de miedo y dolor. Hay una ola de violencia en las calles. Aumentan los robos y asesinatos. También los mendigos de todas las edades.
Los jubilados ruegan al gobierno que les suban sus ridículas pensiones, pero nadie los escucha. El salario de un profesional, de cinco a diez mil pesos, entre 19 y 28 dólares al cambio en el mercado informal, no alcanza siquiera para comprar una caja de pollo. Se está pasando hambre. Más del 80 por ciento de la población vive en la pobreza. Un 30 por ciento roza la indigencia.
Se respira un aire gris, denso, extraño. Mientras, el régimen sigue en lo suyo. A golpe de consignas y propaganda. Manipulando y mintiendo. Dice que el Estado subsidiará a los más vulnerables. Es al revés. En Cuba todos saben que los míseros salarios y las remesas son el principal subsidio de la actual cúpula gobernante. La pregunta es hasta cuándo.
Iván García
Iustración tomada de Diario de Cuba