Murió según lo tenía previsto. Puede que haya sido un rapto de improvisación. Nunca se sabrá.
Pero el suicidio de Alfredo, más conocido por ‘Paquete’ en la barriada de La Víbora, aún se comenta entre los vecinos y amigos de este mestizo marginal que sus pocos más de 40 años los vivió a caballo entre prisiones y breves oasis de libertad.
Yo lo conocí. Era un tipo de tamaño recortado, hablar lento y mirada perdida y tenebrosa. Cuando los fiñes del barrio discutíamos quién era el mejor camarero de Cuba, si Rey Vicente Anglada o Alfonso Urquiola y hacíamos ‘media’ en el portal de Matilde, la única vecina que nos permitía tertulias madrugadoras, tomando alcohol ligado con agua que comprábamos a 5 pesos la botella en casa de la negra Giralda, ya ‘Paquete’ tenía su historia en el barrio.
Un sábado por la noche, en casa de algún amigo de la secundaria, al ritmo de Roberto Carlos, Led Zeppelín o Deep Purple, Alfredo llegó con la cabeza gacha, fumando distraídamente un cigarrillo de marihuana.
Todos hicimos silencio cuando se acercó al grupo y preguntó: “¿Ustedes nunca han halado enfory? Si quiere prueben, a esta yerba le dicen Black Bird”. Nos quedamos de una pieza y cada uno a su manera dio una excusa para no darle una patada a la breva de marihuana que amenazaba con quemarle los dedos.
A esa edad, sentíamos un auténtico respeto, casi miedo, por ‘Paquete’, un tipo que había halado casi 12 años de prisión. En el ‘talego’ (cárcel) le cortó la cara a otro personaje del barrio, ‘El Jabao Salación’, del mismo espécimen.
Con ese apodo, la mejor opción para evitarlo era cruzar de acera cuando ‘Salación’ pasaba, haciendo eses después de largarse dos litros de ron peleón. ‘El Jabao’ moriría de una tunda de palos propinada por la policía, muy cerca de la entonces Décima Unidad de Policía en la Avenida de Acosta.
Con los años, Alfredo daba más lástima que miedo. Se habia encogido y su pinta era la de un desnutrido crónico. Ya andaba mal de su cabeza. Recuerdo haberlo visto hablando solo en las madrugadas o fraguando planes descabellados en un cafetín de mala muerte en la Calzada de 10 de Octubre esquina a Patrocinio.
No era un mal socio. Apenas hablaba y no era un habitual a empinar el codo. Volvió a prisión por algun delito rateríl de poca monta. Después de cumplir, a los pocos meses, aterrizó en una clínica mental.
Hace escasos días, ‘Paquete’ se quitó la vida. Su padre, cuentan los vecinos, chapeaba unos canteros, cuando su hijo le dijo: “Viejo, coge un diez». Cogió el machetín, se apoyó a una pared y se lo atravesó en el centro del pecho, como si fuese el sable de un samurai japonés. Justo en el corazón.
Murió al instante. Todavía muchos vecinos se preguntan las razones de Alfredo para matarse con ese harakiri a la cubana.
Según las estadísticas, el suicidio es la primera causa de muerte violenta en el mundo. Es mayor el número de quienes se quitan la vida que los muertos en conflictos bélicos, accidentes de tránsito e incluso, guerras de pandillas como en México.
En España, de 9 a 10 personas se inmolan todos los días. Es una epidemia. En Cuba la tasa de suicidio está entre las más altas del mundo. Al régimen no le gusta mencionar esa estadística. Tampoco reporta sucesos de la crónica roja.
Es una mala imagen para «un pueblo feliz, hospitalario y rumbero», según el cartelito colgado por los medios oficiales. Por eso Alfredo, alias ‘Paquete’, no fue noticia.
Iván García