Desde La Habana

¿Hacia dónde va Cuba?

Aunque el discurso oficial sigue con su machacona narrativa de un socialismo próspero y sostenible, y el general Raúl Castro nos repite el eslogan, “Cuba es una revolución de los humildes y para los humildes”, la vida real muestra otro camino.

Mientras los mandarines y caudillos con charretera hacen maromas lingüísticas en su intento de vender una supuesta sociedad creada para el pueblo, quienes le trabajan al Estado son los que peor viven.

La gente en la calle percibe que ya son historia antigua, los largos discursos de Fidel Castro, los rife-rafe verbales con diez administraciones de Estados Unidos, su retórica de epopeya y miedo, la improvisación y economía de bodeguero.

En conversaciones con familiares o amigos, los cubanos suelen juzgar en duros términos los 56 años de castrismo. Aún persiste el temor a levantar la voz y reclamar derechos conculcados. El ciudadano común no tiene madera de mártir. Consideran que no es una buena opción insertarse en la disidencia. Tampoco enrolarse en el partido comunista.

Atrás ha quedado aquella etapa en la cual muchos creyeron en las promesas de Fidel Castro (cuántas mentiras, cuántas ilusiones estafadas), que aseguraba un bienestar superior al de Nueva York y más leche y queso que Holanda.

El socialismo criollo, o lo que se vende bajo ese nombre, provoca una sonrisa forzada en la gente de a pie.

“¿Qué socialismo, el que te oferta la hora de internet a un tercio del salario promedio? ¿O para comprarte un auto tienes que trabajar diez vidas? ¿Es éste el paraíso, tener salarios que no alcanzan para comer ni poder pagar una estancia en un hotel de Varadero? ¿Un país donde la gente no elige a sus dirigentes ni se puede alquilar canales de televisión extranjera o comprar los libros que desee? La revolución es un engaño. Lo más triste es que hemos dilapidado nuestros mejores años apoyándola”, dice Sergio, un profesional que no se considera opositor al régimen.

Raúl Castro enterró cien metros bajo tierra el voluntarismo y el disparate de su hermano Fidel. Apostó por tímidas reformas que han despertado más ilusión entre empresarios y políticos extranjeros que entre los cubanos.

La gente no confía en sus viejos dirigentes que hablan en nombre de la justicia social y la igualdad, pero viven a todo trapo. No rinden cuentas y manejan el dinero público como si fuesen dueños de un casino.

Los cubanos están cansados. De promesas incumplidas, de panoramas idílicos y de un bienestar que nunca llega. Cada recaída después de las quimeras son más profundas.

La retranca del gobierno y sus fobias por la democracia provocan reformas cosméticas, fuertemente controladas, cercadas por gravámenes exagerados y sin mercados mayoristas, un freno para los pequeños negocios.

Para la autocracia caribeña ser rico es un delito. Excepto para el reducido círculo del poder. Nueve años después que Fidel Castro traspasara el poder a dedo a Raúl, algunas cosas han cambiado y mejorado un poco.

Pero se tiene la sensación de que las reformas raulistas se quedan a mitad de camino. Se bordea el pantano, pero no se cruza. Son transformaciones espurias, comedidas y no benefician a la mayoría.

Esos cambios, y otros, eran necesarios, pero se han quedado cortos en su aplicación. El pesimismo irrumpe entre los cubanos. Nadie espera milagros con el gobierno de Raúl Castro.

Las cosas seguirán de regular a peor. Las volutas de humo y la retórica del cambio están diseñados hacia el extranjero. Islotes de inversiones en zonas vedadas para los cubanos, quienes en el mejor de los casos solo aportarán su mano de obra barata.

No existe una vara para medir la ideología del poder en Cuba. Marxismo no es. El Estado cobra gabelas increíbles al trabajador privado al estilo de un capo mafioso.

El pueblo solo es dueño de la propiedad en los libros de textos. La plusvalía de los negocios estatales es obscena. La explotación al trabajador, mediante salarios de miseria, deja en pañales a un avaricioso capataz capitalista.

El régimen ralentiza y obstaculiza la expansión de internet para todos a precios módicos. Casi todo es un fraude. Una ventana abierta para recaudar divisas que no se revierten en una mejor calidad de vida.

En la Isla funciona un capitalismo de Estado familiar y militar que de una mordida controla el 80% de los negocios rentables. Las reformas y leyes que alientan las inversiones extranjeras son para beneficiar a esa casta.

En la Cuba republicana, durante el gobierno de José Miguel Gómez (1909-1913), el pueblo puso de moda el lema “El tiburón (el presidente) se baña (roba), pero salpica” (ofrece oportunidades).
Los hermanos Castro, ni siquiera eso.

Iván García

Foto: Tomada de Cubanet.

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