Desde que en 1965 nací y hasta 1977, viví en Romay entre Monte y Zequeira, a menos de diez cuadras del estadio Latinoamericano. Tenía 3 años cuando mi abuela Carmen, un caso raro de mujer de extracción campesina aficionada a la pelota, tres o cuatro veces a la semana me llevaba al Latino. La entrada era gratis, de lo contrario nuestra modesta economía familiar no nos hubiera permitido ir tan a menudo.
Íbamos después de comer, por lo que mi abuela solo gastaba en café (era muy fumadora) y en un pan con croqueta para mí. Todo eso costaba 50 centavos o menos. En días muy especiales me compraba una pizza. Oriunda de Sancti Spiritus, simpatizaba con cualquier equipo villaclareño. Yo, habanero de pura cepa, siempre fui de Industriales.
En los 70, algunas veces fui con Jorge Luis Piloto, entonces vecino de nuestro edificio, hoy renombrado compositor, residente en Miami desde 1980. Él había nacido en Cárdenas, pero cuando se mudó a La Habana, se convirtió en fan de la novena azul. No le he preguntado a Jorge su opinión sobre la visita de diez industrialistas a Miami, pero sí a una decena de amigos, vecinos y conocidos.
A todos les parece una muy buena idea que con motivo de los 50 años del debut de Industriales en los clásicos nacionales, y luego de la reforma migratoria puesta en vigor el pasado mes de febrero, que a viejas leyendas de la novena azul les hayan permitido viajar a la Florida, para confraternizar y realizar topes amistosos.
Más allá de la gastada consigna de que ‘somos un solo pueblo’, si algo une a los cubanos de las dos orillas es la pasión por el béisbol. Pero las diez personas con las cuales personalmente o por teléfono hablé, discrepan en un mismo punto: la conmemoración debió haber comenzado en La Habana, en el estadio del Cerro, sede de Industriales. Y luego trasladarse a Miami.
Aseguran, y con ellos coincido, que el Latino se hubiera llenado a reventar, con seguidores de Industriales y de otros equipos y provincias, por ver al Duque Hernández, Agustín Marquetti o René Arocha. También se hubiera agradecido la participación de Yadel Martí, Yunel Escobar y, por supuesto, Kendrys Morales.
Aunque los medios en la isla han pasado por alto la estancia en ‘la cuna de la mafia’ de peloteros del equipo insignia de la capital cubana, la gente se las arregla para estar al tanto de los más mínimos detalles. Como lo mal que en Miami cayó la presencia de Javier Méndez y Juan Padilla. Inclusive conocían la respuesta que Padilla le dio a un periodista del Herald, de que no había viajado para ‘hablar de eso’.
‘Eso’ fue la golpiza que él, Méndez y el receptor de Villa Clara, Ariel Pestano, le dieron a Diego Tintorero, exiliado cubano que bajó al terreno con un cartel pidiendo la libertad de los presos políticos, durante en partido entre Canadá y Cuba, en el marco de los Juegos Panamericanos de Winnipeg, en agosto de 1999.
Si en Miami no lo olvidan, en La Habana tampoco. «Con la repercusión que tuvo aquel incidente, no sé por qué la Oficina de Intereses le dio visas a Padilla y Méndez. Lo que hicieron en Winnipeg fue cosa de trogloditas. En España, hace poco, un tipo quería abrazar a Neymar. Para impedir esas acciones están los cuerpos de seguridad especialmente contratados, no los deportistas», comenta un socio del barrio.
«Javier Méndez y Juan Padilla no debieron formar parte de esa comitiva», dice un amigo taxista, quien recuerda que un tiempo después, Alberto Juantorena en una entrevista se vanaglorió de haber golpeado a Tintorero, mientras éste protestaba en el exterior del estadio canadiense.
La bravuconería de Juantorena y la delegación cubana a los Panamericanos de Winnipeg no pudieron impedir que desertara el pitcher pinareño Danys Báez, en ese momento con solo 19 años. Báez se retiró en 2012, con un excelente curriculum.
Un jubilado, historiador deportivo por cuenta propia, afirma: «Ex profeso metieron a Padilla y a Méndez, fue una provocación». Y me muestra un papel donde tiene anotados varios hechos de violencia ejercida por deportistas cubanos en eventos internacionales.
En 1962, al despedir a los atletas que partían rumbo a los IX Juegos Centroamericanos y del Caribe que ese año tuvieron lugar en Kingston, Jamaica, Fidel Castro les dijo: Dénle duro a los gusanos. Ya en esos Juegos, el equipo de levantamiento de pesas agredió a un grupo de exiliados que les pedían que se quedaran.
«Lo de Kingston no fue nada comparado con que ocurrió en los X Centroamericanos, en San Juan, Puerto Rico, en 1966», asevera el cronista jubilado. Y me cuenta la historia del Cerro Pelado. Mejor que los lectores la rememoren en el documental de Santiago Álvarez. Una confrontación de las que siempre le gustaron a Castro, al mejor estilo de la guerra fría.
Ha habido otros comportamientos violentos por parte de atletas, entrenadores y funcionarios deportivos de Cuba. Uno de los más bochornosos ocurrió en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 y así lo contaba el diario español El País: «El taekwondista cubano Angel Valodia Matos y su entrenador fueron suspendidos de por vida de todas las competiciones deportivas después de que el primero agrediera al árbitro tras ser descalificado en la pelea por el bronce contra el kazajo Arman Chilmanov, y el entrenador gritara que ‘el árbitro estaba comprado’. Valodia fue descalificado (cuando ganaba 3-2 en el segundo asalto) porque excedió el minuto de que disponía para ser atendido médicamente tras sufrir un golpe en el pie».
La presencia de Juan Padilla y Javier Méndez en Miami y su negativa a disculparse públicamente por la golpiza a Tintorero no ayuda a aliviar tensiones. Cuando le conviene, el régimen pasa página. O intenta pasarla. No ha sido el caso.
Los viajes con destino a la Florida, temporales o definitivos, de artistas, músicos, intelectuales y ahora de disidentes y deportistas, marchan a toda vela. La soga del intercambio cubanoamericano se sigue halando hacia una sola dirección. Ya es hora de que también se hale en dirección contraria.
Iván García
Foto: Tomada del blog Villa Granadillo.