Fue un día de suerte para Ernesto. Pasada las 10 de la noche, por un vecino supo que el número al cual había apostado 250 pesos (10 dólares) había salido premiado en la lotería local (clandestina).
Ganó 24 mil pesos (mil dólares). La plata llegó justo cuando más lo necesitaba. Su hija Yenima cumplía 15 años. Y su madre espera la muerte postrada en la cama, aquejada de un cáncer terminal.
Ernesto es un artesano privado, mediocre y sin suerte. Cada día, dedica doce horas intentando vender una colección de zapatos de piel y adornos vulgares de cuero. Le iba mal. A duras pena ganaba dinero para alimentar a sus cuatro hijos y comprarle leche y jugo a su madre enferma.
Tenía un saco de deudas con garroteros de la peor calaña. Había empeñado las pocas joyas de valor de su familia, un televisor chino Panda, una nevera de cuando Rusia era comunista y varios cubiertos de plata que fueron de su abuela.
El camino para ganar unos miles de pesos y salir a flote fue aventurarse a jugar todos los días dinero en la lotería ilegal conocida como la bolita. En Cuba los juegos de azar están prohibidos.
Pero desde hace años, la policía mira para otro lado cuando de juego se trata. La bolita o lotería es la esperanza de los pobres. En Cuba existen bancos clandestinos, que mueven grandes sumas de pesos cubanos. Arnaldo, 59 años, es uno de ellos. Siempre ha vivido de la bolita.
Tras veinte años en el negocio, es considerado un tipo solvente. Tiene un par de casas confortables y dos autos americanos de los años 50 que son una joya. Le sobran la plata y las influencias. Casi siempre obtiene lo que quiere.
Suele deslizar un billete gordo por debajo de la mesa de algún que otro policía severo. Un día cualquiera, Arnaldo gana 3 mil pesos (125 dólares). Diariamente, más de 600 personas apuestan dinero en su banco.
Entre ellos Ernesto. La noche cuando supo que había sido favorecido por la suerte, pidió prestado 100 pesos convertibles y se fue al bar de la esquina. Compró tres cajas de cerveza Bucanero y seis botellas de ron añejo Caney.
Puso a beber a todo sus amigos. Por la mañana pagó sus deudas. Adquirió carne de res y leche en polvo para su madre. Le dio 300 pesos convertibles a su mujer para la fiesta de quince de su hija. Fue con la prole a cenar a una paladar, y con el resto del dinero compró vasos, toallas y sábanas que tanta falta hacían en su hogar.
Dos días después de ganarse el premio estaba sin un centavo. Pero sin deudas. Le quedaban problemas por resolver. El golpe de suerte en la lotería fue sólo un alivio pasajero.
Iván García