A Fidel Castro debemos verlo como un trozo de historia viviente. Un chorro de ideas brillantes. Dios de verde olivo con barba. Comandante único. El hombre que nunca se equivoca.
Democracia, esa palabra tan usada y que ha provocado tantas guerras, tiene varias interpretaciones según el estadista que la utilice. Kim Il Jong jugaría su cabeza en una ruleta rusa por la ideología Juche. Para el sátrapa de Pyongyang su forma de gobernar es la definición perfecta de democracia.
Cuba no se queda atrás. El ‘gobierno del pueblo’ se practica en la isla. La verdadera democracia, afirman los líderes isleños. Un pueblo alegre y jodedor que después de una noche de reguetón en una plaza donde a granel venden un brebaje con sabor parecido a la cerveza, temprano en la mañana se presenta en las urnas para elegir a los delegados del barrio.
Para Castro, la democracia occidental es una estafa. Que desde la Casa Blanca nos intenta vender el presidente de turno. Que pretenden imponérnosla por las buenas o las malas. Y si no lo aceptas, disparan misiles inteligentes. Es lícito que piense así.
Pero debiera entablar un debate a fondo sobre la conveniencia y utilidad de un gobierno autoritario y sin elecciones. Y demostrar que gobernando durante 50 años ininterrumpidos se resuelve más y no se gasta dinero en campañas políticas, que administrando un país por un período de 4, 6 u 8 años.
Pudiera hacerlo. Labia y tiempo tiene. Lo que veo mal del comandante, mejor dicho del compañero Fidel, es que para expresar la viabilidad del sistema que representa nos diga sin sonrojarse que Cuba es el país más democrático del planeta.
Quisiera creer al añejo líder. Si el abuelo Castro permitiese comentarios en su blog de reflexiones en Cubadebate, entonces se podría pensar que es un pichón de demócrata. Pero no. Cero polémica. He intentado dejarle mi opinión en algunas de sus reflexiones incendiarias y resulta imposible.
Con el gobernante perfecto, el que venció al imperialismo yanqui en Playa Girón, el que si Kruschov no hubiese sido un pendejo, hubiese barrido a ese país infame con cohetes nucleares de alcance medio, no se puede debatir.
Sobre todo si eres cubano. Quizás se lo permitiría a un súbdito de la corona británica o un congresista estadounidense. Castro es así. Lo suyo es bajar su soflama y luego todos debemos leerla en matutinos escolares y reuniones del comité, aplaudir y gritar patria o muerte venceremos.
Internet y los nuevos tiempos dejan en evidencia a los corruptos, tramposos y autócratas. Ya no se nos puede hablar de democracia descaradamente. El papel gaceta aguantaba todo lo que le pusieran. Pero en la red hay retroalimentación. Algo saludable y enriquecedor.
Al parecer, a Fidel Castro no le gustan las discrepancias. Se considera por encima del bien y del mal. Leerlo debiese ser un placer. A fin de cuentas, es un veterano guerrillero, un superviviente de la Guerra Fría. Por tanto, sin comentarios. Aunque siempre, a decir verdad, me quedan dudas.
Iván García