El barbudo Castro es un ion libre. Siempre lo ha sido. Su conducta es impredecible. Pronosticar cuál será su próximo movimiento en el tablero de ajedrez político es inimaginable para personas con las capacidades de Nostradamus.
Pero algo en el escenario cubano huele a quemado. Hay una especie de cohabitación forzada. Poder bicéfalo. Gobierna su hermano, el general Raúl Castro, pero Fidel hace todo lo posible para distraer su gestión.
Castro I se resiste a la jubilación. Sólo de palabra es “el compañero Fidel”. De hecho y derecho sigue siendo el Comandante Único. El anciano glorioso con manías de padre de la patria. El tipo que ve más que nadie. El estadista de nivel mundial.
Un agorero caribeño que lo mismo predice el rumbo de un huracán, la caída del imperialismo yanqui, o su capacidad proverbial para presagiar hecatombes.
Ahora su colimador apunta hacia una guerra atómica entre Irán y las naciones occidentales. Él lo está viendo. Castro es un narcisista de libro. Sus tétricas reflexiones sobre el conflicto del Medio Oriente a nadie le interesa en Cuba.
La gente común está para otras cosas. Para su lucha. Intentar dos comidas decentes al día. Y conseguir dinero a como dé lugar, para comprar ropa y zapatos a los hijos y reparar la vivienda.
Castro reapareció en el justo momento que ya todos lo tenían olvidado. Por vez primera desde el 2006 salió a la calle. La estrategia era eclipsar la verdadera noticia: la excarcelación de 52 presos políticos. Volvió a liza en el mismo instante que se anunciaba la noticia.
Luego, cuando siete reos de conciencia volaban rumbo a Madrid, el anciano guerrillero salió a la palestra con una entrevista televisiva, charlando y presagiando desgracia en su nueva faceta de nigromante.
Se comenta en círculos locales que la aparición de Castro I es un gesto desesperado de protagonismo. Y es una evidencia de tensiones y contradicciones con su hermano Raúl.
Las señales no son nuevas. La lengua rebelde y sin freno de Fidel ha metido al gobierno de Castro II en más de un problema. Es como el abuelo esclerótico, que la familia intenta darle los mejores cuidados, pero a la primera de cambio se las apaña para hacerles pasar una pena en público, con su comportamiento incoherente.
No tengo dudas del respeto que siente Raúl por la figura histórica de Fidel. El General intenta administrar la isla a su forma. Pero cuando desea desconectarse de las políticas de su antecesor, aparece el fantasma de Fidel.
Ya el Comandante Único cuenta poco en la política real de Cuba. O nada. Su hermano tuvo la previsión de echar al paro a dos docenas de ministros, funcionarios y secretarios del partido en diferentes provincias. Lo sustituyó por dirigentes de su plena confianza.
Al contrario de Fidel, Raúl se sabe con un talento político muy inferior. Pero trabaja en equipo y aprecia a sus amigos incondicionales. Fidel solamente tenía intereses. Él estaba por encima de todo. Raúl basa su gobierno en el espíritu de clan.
Hay un punto medular que provoca fricciones entre los dos hermanos. En esencia, ambos tienen mentalidad de caudillo y desprecio olímpico por la democracia y el Estado de Derecho.
A los hermanos nacidos en una finca de Birán, Holguín, les gusta y desean el poder. Los medios que cada cual utiliza para mantenerlo es lo que despierta recelos en Castro I.
Fidel es un convencido que su hermano menor es un inepto. Que sin su ayuda nunca tendría éxito en la arena de las sutilezas políticas. Y Raúl intenta demostrar todo lo contrario.
Que es hora de que lo dejen gobernar. Que Fidel descanse en una clínica y se dedique a escribir sobre los temas que prefiera o un libro de memorias. Pero el Uno se resiste a pasar de moda.
No quiere que el poder autoritario con el cual gobernó 47 años (1959-2006) se vaya al garete. Ya no cuenta el viejo Castro con el apoyo de las divisiones blindadas y la venia del generalato.
Pero domina el arte de la palabra y sabe manipular a los medios. Es un fardo incómodo. Sobre todo en este momento, que el General saboreaba su triunfo político con la liberación de los 52 presos políticos. Pueden suceder un par de cosas.
Que como muchas veces ha ocurrido, el hermano menor baje la cabeza y deje que su ídolo tome las riendas del poder. El General ya se ha adaptado y al parecer, se siente a gusto de segundón.
La otra es que Raúl Castro desee dejar un legado al país y un poder consolidado en el futuro para su entorno cercano. Y son estos advenedizos en la política local quienes realmente detestan las salidas imprevisibles de Fidel Castro.
Aunque sólo lo digan en voz baja. Por el momento.
Iván García
Foto: European Pressphoto Agency.