Ni siquiera la otrora elegante barriada de El Vedado escapa de la indigencia urbana. Detrás de la Necrópolis de Colón y muy cerca del Palacio de la Revolución, sede de los mandarines que gestaron una supuesta sociedad por los humildes y para los humildes y hoy intentan administrar el desastre, se encuentra enclavada La Timba. Una ‘favela’ con cientos de casuchas en mal estado constructivo, callejuelas sin asfaltar e infraestructura caótica.
Pero en cualquier sitio del Vedado, junto a edificios altos que bordean el soberbio malecón habanero con casas de columnas dóricas, conviven miles de familias en pestilentes solares donde las aguas negras y los excrementos corren por los pasillos de auténticos tugurios en peligro de derrumbe.
A dos cuadras de la Embajada de Estados Unidos en La Habana y colindante al inmueble de diez pisos donde radica el Departamento de Prisiones del Ministerio del Interior, en la Calle K entre 9 y 11, en un caserón de dos pisos marcado con el número 110, residen diez familias que han realizado infructuosas gestiones para evitar que la vivienda se les venga encima.
La vocera del grupo, Bárbara Ramos, 51 años, mestiza de ojos expresivos y verbo apasionado, durante una década trabajó como carpetera en la escuela de Salud Pública y hace dos años montó un negocio de hostelería en su casa. Ella lo ha intentado todo.
“En 2005, cuando por causa de las lluvias se me levantó el piso, plantée mi primera queja. Otros vecinos y yo hemos ido a todas partes. No me ha quedado ministerio o institución por visitar, desde el Instituto de la Vivienda, Poder Popular, Partido provincial hasta el Consejo de Estado”, explica, mientras muestra a Martí Noticias los destrozos que han provocado las lluvias y los huracanes en su hogar.
En una carpeta gruesa, Barbarita, como le dicen, tiene compiladas todas las cartas y las respuestas de las entidades gubernamentales. También, el número de expediente, 2284/05, que le abrieron en el Instituto de la Vivienda.
“Nos han engañado. Nos prometen soluciones que jamás cumplen. Año tras año vienen los especialistas y dictaminan las obras que se deben hacer. Luego nadie hace nada. Cuando el huracán Irma, en 2017, las aguas subieron más de dos metros dentro de mi casa. Los vecinos de la planta baja tuvimos que subir al segundo piso. Lo perdí todo. Las aguas me estropearon todos los muebles y equipos. Las autoridades no nos dieron ni un colchón”, precisa Barbarita.
Varios vecinos escuchan desde un balcón en la segunda planta. María Duarte, 71 años, jubilada, asiente con la cabeza y cuenta que “cuando el ciclón Irma se me abnegaron de agua mis colchones. Nadie nos ofreció nada. Tuve que ponerlos al sol a secar. Estamos cansados de asistir a reuniones donde lo que dicen es mentira. Ya nos cansamos de tanto engaño”.
Barbarita rastreó en Google los perfiles de varios periodistas independientes y decidió amplificar su queja.
“Todo tiene un límite. La propia subdirectora de Vivienda nos dijo: ‘dile a Yank (funcionario importante en el municipio Plaza) que no les diga más mentiras. El Estado no tiene un lugar donde meterlos. Ni siquiera un albergue. Hay vecinos durmiendo en colchones que se mojaron con agua sucia, se han secado y están durmiendo en ellos. Cuando el paso de Irma, no vino ninguna autoridad. Hace años estamos tratando de resolver nuestros problemas. Que nos entreguen materiales de construcción o nos trasladen a otro lugar. Y no somos los únicos. En el barrio existen casos iguales o peores, como el edificio 113, aledaño a éste».
Sentada en una tosca silla de hierro, la impotencia supera a Barbarita. “He tenido la posibilidad de viajar fuera de Cuba y jamás he decidido quedarme. En este país yo nací, aquí están mis muertos. Lo único que quiero es vivir con dignidad. Vivir como una persona. Eso está recogido en la Constitución”, argumenta y añade:
“Aquí cerca -extiende el brazo en dirección a la Embajada de Estados Unidos- hay varios terrenos yermos. Pero el Estado prefiere entregárselo a instituciones del gobierno o rentarlo a la embajada como parqueo antes de construirles viviendas a personas que la necesitan. Otro terreno yermo, en Línea y K, se lo entregaron al Ministerio del Interior, que construyó un garaje con todos los hierros para guardar sus vehículos. ¿Acaso los carros son más importantes que los ciudadanos?”.
Al residir en una zona baja, donde las inundaciones son frecuentes, y perder la mayoría de sus muebles, electrodomésticos y otros enseres, Barbarita se vio obligada a entregar su licencia de hostelería.
“Me he tenido que ir a vivir con mi esposo. He perdido dinero, que no he podido recuperar para armar mi pequeño negocio. Y lo que es peor, el silencio, la mentira y el engaño es lo único que hemos recibido como respuesta por parte de las autoridades”, finaliza Barbarita, líder de un grupo de vecinos que residen en la Calle K No. 110 entre 9 y 11, Vedado, y han optado por probar otros caminos a ver si acaban de resolver sus problemas.
Solo quieren ser escuchados. Vivir como seres humanos.
Texto y foto: Iván García