O el presidente Raúl Castro se autoengaña o pretende engañar a los cubanos. Una de dos. Otorguémosle el beneficio de la duda.
Si Castro II pretende ser sincero cuando habla con severo disgusto de la unanimidad artificial y complaciente, practicada en todos los estamentos oficiales del país, entonces debiera implementarse, de una vez, la tan cacareada ‘democracia revolucionaria’.
Es una contradicción. El General trina de rabia ante el voto total, fingido y complaciente, tanto en el Parlamento como en el Consejo de Estado. Pero luego, a la hora de alzar la mano, todos, absolutamente todos, votan a favor de las propuestas lanzadas por el gobierno.
No conozco a ningún diputado a la Asamblea Nacional que haya sugerido un proyecto propio consensuado entre los ciudadanos por él representados. En ninguna sesión del aburrido y monocorde parlamento nacional, nadie se aventura a proponer métodos económicos diferentes a los ofrecidos por los jefes de verde olivo.
En Cuba, la oposición parte del propio gobierno. Es el único capacitado para ofrecer y dar soluciones. El partido comunista y las otras organizaciones sociales son convidados de piedra. Un coro bien afinado.
Es increíble que los 611 diputados estén de acuerdo en la forma y diseño con la que se pretende relanzar la deprimida economía nacional. Ni uno solo discrepa o tiene dudas. Al menos públicamente.
No puede hablarse de que Cuba es el país más democrático del planeta cuando todos en el gobierno aceptan cualquier ley o proyecto con la cabeza baja y aplaudiendo. El propio ejecutivo es quien cercena de cuajo las diferencias, al permitir solamente ‘críticas constructivas’.
Por supuesto, entre los diputados y miembros del partido único, provoca temor estar en contra de cualquier propuesta que cuente con el visto bueno de los hermanos Castro. La no aceptación de leyes y deseos de los jerarcas, puede marcarlos como personas non gratas. O lo que es peor, como contrarrevolucionarios, pasaje seguro al infierno en el paraíso revolucionario de la isla.
Los únicos que abiertamente critican y lanzan propuestas diferentes son los opositores y periodistas independientes. Algunas pudieran ser descabelladas. Pero si el gobierno al menos las escuchara o analizara, podría tener más elementos a la hora de emitir leyes que atañen a toda la sociedad.
Es más fácil ningunear a la disidencia. El gran problema de Cuba pasa por romper de manera real, y no de palabra, la falsa unanimidad de los representantes del Estado. Las discrepancias enriquecen el diálogo, ha dicho Raúl Castro.
Pero en la práctica, prefieren escuchar esa música instrumental, sin estridencias y agradable a sus oídos, tocada por sus partidarios en los foros.
Si de verdad quieren ruido en el sistema y voces verdaderamente críticas, tendrán que virarse hacia la disidencia. Que a pesar de todo existe. Y no es unánime ni consigo misma. Al contrario. Ahí radica una saludable diferencia.
Iván García