Los generales cubanos reconvertidos en hombres de negocios, sienten un morbo irresistible por el modelo chino. Siempre los ‘narras’ tuvieron sus seguidores en la isla. Pero en 1968 Fidel Castro decidió jugar la carta rusa. Luego de desencuentros diplomáticos y un discurso agresivo, La Habana rompió con Pekín y apostó fuerte por la línea de Moscú.
Los trasnochados seguidores maoístas escondieron la cabeza. Uno de los hinchas fue el Che Guevara. Con su muerte en Bolivia, en octubre de 1967, terminaron los coqueteos políticos con los chinos. En la guerra civil de Angola, algo que hoy se calla, los soldados cubanos que durante 15 años tomaron parte en esa contienda, apoyaron al MPLA de Agostinho Neto, favorito del Kremlin, y rociaron con plomo y muerte al grupo de Holden Roberto, financiado por China.
Cuando a finales de los 70 los militares empezaron a entrar en el pastel de las corporaciones, con la creación de sociedades anónimas como Cubalse, CIMEX o Gaviota, se decidió experimentar con nuevos métodos en la economía de sus empresas. De referente tomaron el modelo empresarial japonés.
Entonces el gobierno de Castro no veía con buenos ojos el rumbo tomado por Deng Xiaoping en los años 80. En los medios y en estudios académicos cubanos de la época, a la apertura económica del gigante asiático la denominaban «la traición china».
La cabeza hacia China se viró cuando el muro de Berlín se vino abajo y la URSS se desmanteló. Debajo de la mesa permanecían cultores del modelo chino entre los empresarios militares. Incluso, se especula que el propio Raúl Castro es fan de la estrategia seguida por los comunistas chinos.
Para su hermano Fidel, el gran problema del modelo asiático es que rompe con su discurso público -y demoledor- contra las fórmulas de producción y negocios capitalistas. Y si se quiere copiar a China, desgraciadamente, hay que introducir reformas de economía de mercado y la peor versión del capitalismo salvaje y explotador del siglo 19.
Además, están en pie los condicionamientos políticos. China pudo dar ese paso de gigantes, porque Estados Unidos le concedió el trato de nación más favorecida a finales de los 70. Cuba no tiene la venia de Washington. Todo lo contrario. El vecino del norte le ha impuesto un embargo comercial y ha desatado una batalla política, diplomática y de guerra sucia en cinco décadas de revolución.
Con más de 1.300 millones de consumidores potenciales, el país de los ojos rasgados constituye un mercado atractivo para los inversionistas foráneos. Y lo que realmente ha seducido a los capitalistas del planeta a invertir en China son los bajos costos, debido a la depreciación intencionada de su gobierno a la moneda.
Violando todo tipo de principios y de ética, el gobierno chino explota a destajo una enorme masa laboral, pagándole salarios de miseria. En sus factorías se suele trabajar más de doce horas, sin derecho a defensa sindical y con pocas garantías laborales.
China se ha convertido en una inmensa fábrica denigrante del ser humano. En pos del desarrollo económico, ha implementado los peores métodos del capitalismo, que unido a los nefastos procedimientos totalitarios, ha dado como resultado un engendro bicéfalo, sin ideología. Eso sí, con mucho control político interno y dinero para iniciar un avance arrollador por medio mundo, con vistas a crear un imperio amarillo universal.
Lo que resulta atrayente a los generales que dirigen la economía cubana, es que tomando algunos elementos del modelo chino, se puede dar un salto económico y mantener el poder. Para ello resulta vital derogar el embargo y que la UE desbloquee la posición común.
Al parecer, ésa es la apuesta política del futuro económico en la isla. Bolsones de economía de mercado, sin apertura política ni democracia. Claro, el mundo en este siglo 21 es otro. Hay una crisis bestial que desestimula las inversiones y una sospecha abierta hacia el régimen de La Habana, tildado de fullero por empresarios capitalistas.
Evidentemente, el modelo chino está lejos de ser lo ideal para Cuba. Es más de lo mismo. El gobierno de Raúl Castro lo puede intentar. Pero es difícil comer frijoles negros con palitos chinos.
Iván García