Tengo una hija de 9 años que, debido al poco rigor en la educación primaria, su madre y yo nos hemos visto obligado a invertir más tiempo y dinero del deseado en consolidar sus conocimientos.
Cuando cursaba el primer grado, su maestra, de 18 años, con deficiente formación pedagógica, aplicaba castigos corporales a los alumnos cada vez que perdía la paciencia. Los maltratos se sucedían con frecuencia. La muchacha era vulgar y colérica. Además, tenía escaso nivel cultural y poca o ninguna vocación magisterial.
Reiteradas quejas a la directora de la escuela y cartas enviadas al Ministerio de Educación por parte de algunos padres provocaron el traslado de la maestra a otro colegio. Lo lógico era que fuese expulsada de la enseñanza. Pero la falta de maestros primarios en Cuba llevó a las autoridades educacionales a no tomar medidas drásticas.
Mi hija llegaba a casa temerosa, por los gritos, golpes e insultos de su maestra. Empezó a rechazar la escuela. Apenas progresaba en lectura y aritmética. Después de su jornada escolar, la madre o yo, repasábamos dos horas diarias con ella.
Por 10 cuc, la mitad del salario de un profesional en Cuba, contratamos a una experimentada maestra primaria, ya jubilada, con el objetivo de elevar la calidad de su enseñanza. Aparte, pagamos 3 cuc mensuales a una profesora de inglés.
La situación con mi hija no es una excepción hoy en Cuba. Diría que es la norma. Infinidad de familias seguramente tienen una historia de quejas que contar acerca de la pésima gestión del profesorado.
Según la prensa oficial, existe un déficit de 14 mil profesores en la enseñanza primaria y secundaria. Fernando Rasverg, corresponsal de la BBC en la isla, en su blog dice que se requiere de gran habilidad para escribir un artículo de 1,400 palabras sobre la escasez de maestros y no mencionar ni una sola vez los bajos salarios que éstos devengan.
El retroceso de la calidad educacional está íntimamente ligado a los sueldos ridículos. Un maestro no gana más de 500 pesos. No recibe dinero extra en divisas. Y su reconocimiento social ha caído estrepitosamente. Cuando un joven escoge la carrera pedagógica, casi siempre es porque ha fracasado en su intento de aprobar exámenes de ingreso en otras licenciaturas consideradas más ‘prestigiosas’.
Ser profesor es la última carta del mazo. Muchos varones optan por estudiar en cursos docentes relámpagos como una forma de escapar al servicio militar. No es raro ver a un antiguo maestro de primaria fregando platos en un hotel de lujo o preparando pizzas caseras en un negocio privado.
Un buen maestro es uno de los más valiosos aportes al país que no suele recoger el PIB. ¿Quién no recuerda las soberbias clases de historia o literatura de un profesor virtuoso? Los buenos profesores nunca se olvidan y no solo se les agradece por lo aprendido, si no también por la forma en que nos enseñaron. Detrás de grandes profesionales y hombres honestos, siempre está la mano de un gran maestro.
Ya esa etapa va quedando atrás. Ahora mismo, en la patria de Félix Varela, José de la Luz y Caballero y María Luisa Dolz, entre otros destacados pedagogos, ser maestro es algo trivial. Un oficio de último recurso para no engrosar las estadísticas de desempleados.
Si en Finlandia, nación europea a la vanguardia mundial en la educación, a los maestros de más nivel los sitúan en la enseñanza primaria, en Cuba sucede todo lo contrario. Las estadísticas reflejan que en la isla hay más de un millón de graduados universitarios. Miles de técnicos. Cero analfabetos.
Es loable. Un logro de Fidel Castro. Con sus manchas: la enseñanza está altamente ideologizada. Y en el nivel superior, si usted abiertamente muestra sus discrepancias políticas, lo pueden echar a la calle.
En sus tímidas e incompletas reformas económicas, Raúl Castro debiera contemplar una mejora importante del salario a los maestros primarios y secundarios. Un oficial del MININT o las FAR devenga unos mil pesos mensuales. Tienen un teléfono móvil pagado por el Estado.
Pueden adquirir artículos a precio de costo en tiendas exclusivas para oficiales. Y todos los años se van de vacaciones a villas militares donde pagan sus servicios con muy poco dinero. El club de generales goza de mayores prerrogativas. En cambio, los maestros cubanos ganan sueldos miserables y su labor no está siendo reconocida por el gobierno.
La baja calidad educacional ya recoge sus frutos. Profesionales mediocres, con faltas de ortografía y uso incorrecto del lenguaje. Jóvenes sin moral ni cívica y adolescentes a quienes no les motiva la escuela. El refrán, el saber no ocupa lugar, cayó en desuso.
El retroceso cualitativo se pudiese frenar si el Estado dignifica la profesión de maestro y su rol en la sociedad. De lo contrario, la crisis educacional continuará agudizándose. Vamos por ese camino.
Iván García
Foto: Curso 1950-51. Alumnas de tercer grado de la Escuela Pública No. 126 Ramón Rosaínz, sita en Monte y Pila, La Habana. Aparecen con su maestra, la Señorita Inés. En aquella época, los los profesores eran muy valorados y respetados por la sociedad. Antes de 1959, en las escuelas públicas y privadas de Cuba, fotógrafos particulares hacían retratos similares a éste, que eran vendidos a los padres por 50 centavos o un peso. La primera de pie en la segunda fila, a la izquierda, es Tania Quintero, mi madre, entonces de 8 años.
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