El viernes 23 de marzo, con una temperatura de 10 grados Celsius y un sol tibio que derretía la nieve en las calles de Washington DC, comenzaron a acampar una multitud de adolescentes con camisetas y gorras estampadas con la frase de moda en Estados Unidos: #NeverAgain.
Los vuelos que llegaban desde todas las ciudades estadounidenses al aeropuerto local Ronald Reagan, venían cargados de jóvenes con pancartas, muchos acompañados por sus padres y profesores.
En una cafetería, relativamente cerca de la Casa Blanca, niños, maestros y familiares esperaban que le despacharan sus cajas de pizzas y botellas de Coca Cola escuchando música en sus teléfonos inteligentes.
“Nunca he visto una cola tan grande tan temprano en la mañana. Parece que lo del sábado 24 va a ser grande”, comentaba un dependiente de origen mexicano.
La hermosa capital de los Estados Unidos de América, es el mejor exponente de una variante del neoclasicismo que surgió en Estados Unidos entre 1780 y 1820, definido como estilo federal. El Capitolio, la Biblioteca Nacional y el Monumento a Lincoln, entre otros, conservan la grandiosidad de los antiguos templos griegos.
La ciudad tiene un toque europeo y parece dibujada con un pincel. Los edificios no tapan el cielo y la gente, a pesar del inusitado frío primaveral, camina por las aceras. Es una urbe peatonal con un eficiente transporte público, muy distinta a Miami, donde en un día cualquiera pierdes dos o tres horas sentado al volante de un automóvil.
El Museo Nacional de Historia, ubicado en una zona donde abundan los museos, suele estar repleto de escolares que atentos y respetuosos recorren los salones que muestran momentos importantes de la historia de su nación.
En los cinco días que estuve en Washington DC, en hoteles, cafés Starbucks o en el metro, la revolución de los estudiantes y una nueva ley con respecto a las armas de fuego era tema de debate.
“Algo tenemos que hacer. Hay que parar esas matanzas. No es compatible con una sociedad que promueve el trabajo y la creatividad. Este país, gústele o no a Trump y a los señores del NRA, es multiétnico y aquí llegan personas de todas partes del mundo para cambiar su suerte. Es una locura que un joven, que no puede comprar alcohol en una licorera, pueda adquirir un fusil automático de guerra. Es una contradicción en un país que dice ser abanderado en valores democráticos y de integración. Con mis dos hijos iré a la marcha (March for Our Lives)”, decía Irma, mucama de origen dominicana que trabaja en el State Plaza Hotel.
Según las autoridades, el sábado 24 de marzo 800 mil personas desfilaron para manifestar su descontento frente al portón de la Casa Blanca. Una cifra superior incluso a las protestas contra la guerra de Vietnam en 1969.
En Cuba, el movimiento juvenil surgido a raíz del tiroteo en la high school Marjory Stonemam Douglas, en Parkland, Florida, y que el pasado 14 de febrero dejara 17 muertos y 15 heridos, no ha pasado inadvertido.
Es cierto que el régimen castrista aprovecha cualquier matanza escolar, revuelta o asesinato de un estadounidense de la raza negra para echar andar la maquinaria propagandística contra ‘el imperialismo yanqui’.
Pero esta vez ha sido diferente. La imagen de Emma González, 18 años, con el cabello rapado y un jacket de corte militar con una bandera cubana en la manga derecha, ha generado simpatías en diferentes estratos de la sociedad cubana.
En el municipio Diez de Octubre, muy cerca de la Plaza Roja de La Víbora, mientras esperaban por clientes, dos travestis sentados en una escalera a la entrada de una galería de arte, disertaban sobre Emma.
“Qué regia la niña. En una entrevista que leí en internet, ella declaró que era cubana y bisexual. Allá uno no tiene que estar ocultando su orientación sexual. Viste como habla. Ni Obama. Su madre es americana y su padre, José González, llegó a Nueva York en 1968. Ojalá que en un futuro, si aquí las cosas cambian, esa chiquita se postule para presidenta de Cuba», expresa uno de los travestis. «Yo votaría por ella”, dice el otro, que una saya de cuero y calza altos tacones.
El martes 27 marzo, el Noticiero Nacional de Televisión, reprodujo íntegramente el discurso de Emma en la Marcha por Nuestras Vidas en Washington y su sobrecogedor silencio de seis minutos y veinte segundos: el tiempo que le tomó al asesino acribillar a balazos con su rifle AR-15 a estudiantes y profesores.
Dianely, madre de tres hijos y profesora de biología, confiesa que además de “conmoverme el discurso, me llamó poderosamente la atención la capacidad oratoria que tienen los alumnos de bachillerato. En la prensa nacional he leído que una parte importante de los estudiantes estadounidense no sabían situar a Cuba en el mapa y que su preparación era deficiente. Pero esos muchachos de la Florida están muy bien preparados. Emma se ha ganado el respeto en muchos países. En Cuba no podía ser menos. Tiene raíces nuestras”.
En un mundo global e interconectado, lo bueno o malo que sucede en el planeta, se difunde en pocos minutos. El movimiento femenino contra el acoso sexual y la revolución estudiantil para frenar las ventas de armas automáticas en Estados Unidos han tenido eco en la Isla. En el caso de Emma González, ha salido a relucir el orgullo cubano.
Iván García
Foto: Tomada de Teen Vogue.