Desde La Habana

En Texas, Ana Francy espera que EEUU le conceda asilo político

En Texas, Ana Francy espera que EEUU le conceda asilo político

En Texas, Ana Francy espera que EEUU le conceda asilo político

Cuando usted le pregunta a Ana Francy Pita Domínguez, 27 años, una habanera que espera con incertidumbre en San Antonio, Texas, que el próximo 29 de noviembre la Corte se pronuncie sobre su petición de asilo, cuál es su opinión del régimen cubano, la joven responde de manera concisa: “Es una dictadura. Uno conoce mejor el absurdo que vivimos en Cuba cuando tenemos la experiencia de residir en una sociedad abierta y democrática”, expresa a través de WhatsApp.

La emigración en Cuba es un grifo que nunca se ha cerrado. Desde que Fidel Castro llegó al poder a punta de carabina en enero de 1959, casi tres millones de compatriotas se han marchado de su patria. Han dejado atrás familiares, amigos de la infancia, propiedades, recuerdos y nostalgias.

Es cierto que la primera oleada migratoria, además de abiertamente anticastrista, era más politizada. El resto, ya sea por el éxodo del Mariel, la Base de Guantánamo o el goteo imparable que continuó huyendo de Cuba a partir de 2013, cuando la autocracia verde olivo flexibilizó los trámites migratorios, no se puede encuadrar como emigrantes económicos. Es una vieja treta del régimen para lavar la vergüenza de miles de jóvenes y profesionales que escapan del manicomio ideológico recorriendo un auténtico maratón terrestre por varios países de Sudamérica y Centroamérica o tirándose al mar en cualquier cosa que flote.

Para solicitar refugio humanitario o político en Estados Unidos no siempre hay que ser un disidente, periodista independiente o activista de derechos humanos. La nueva generación de cubanos ha sido víctima de un bombardeo indiscriminado de propaganda política en una nación donde el Estado vela por lo que ven y leen los ciudadanos. Y hasta por lo que piensan.

Después de casi 25 años ejerciendo como periodista libre, he tenido la posibilidad de conversar con empleados del turismo que le roban al gobierno, profesionales descontentos, emprendedores privados frustrados y también con jóvenes de barrios marginales que viven de vender drogas, el juego prohibido o la prostitución.

Ninguno me habló con simpatía del gobierno. Todos están insatisfechos por las penurias económicas que sufren. Desde luego, la mayoría teme enrolarse en un grupo de la disidencia. Tampoco la oposición cubana ha sabido aprovechar la formidable materia prima que le rodea. Ocho de cada diez cubanos, cuando usted en confianza conversa con ellas, le confiesan que están en contra del régimen.

He conocido numerosas personas que me han aportado información de primera mano en un bar, un taxi colectivo o simplemente se han puesto en contacto conmigo por teléfono. Ana Francy fue de esas personas.

Cuando la conocí tenía 17 años, unos grandes ojos que miraban con asombro y era muy delgada. Yo estaba con un amigo en una pizzería particular en La Víbora. La chica, tímida y en voz baja, me dijo que quería hablar conmigo. Alguien le había dicho que yo ‘era de los derechos humanos’, como le dicen en Cuba a quienes abiertamente disienten del régimen.

Había concluido sus estudios de técnico medio y no tenía trabajo. Su padre, médico de profesión, había estado en una misión en Timor Oriental y la autocracia nunca le pagó los 50 pesos convertibles que le prometieron dar de por vida. Vivía con su abuela y necesitaba trabajar. Estaba haciendo los trámites para sacar la licencia de trabajadora por cuenta propia como manicure.

Recuerdo que me confesó: “No soporto este sistema. Mira mi familia, honesta y trabajadora, nunca sale adelante. Quiero reparar mi casa y no tengo dinero. Quiero desayunar, almorzar y comer. No hacer una sola comida al día. Quiero que mi abuelita tenga una vejez feliz. Este gobierno no me da opciones”.

Al final de su conversación me preguntó si podía integrarse en la disidencia. «Hago cualquier cosa. Sé limpiar, mecanografiar, coser, cocinar”. De momento me quedé sin respuesta. Pero después le dije que era muy joven, lo duro que resultaba el acoso de la Seguridad del Estado, las consecuencias que podría tener una decisión de ese tipo y que inclusive podía ir a la cárcel. Ana Francy insistía. Pensaba en su padre, a quien conocía del barrio.

Le prometí, para salir del trance, consultar con algunos colegas de la disidencia. Al cabo de tres años volví a verla. “Nunca me diste respuesta”, me dijo. Entonces le propuse que colaborara conmigo dándome información sobre el trabajo privado y la salud. Tenía parientes y amistades que laboraban en esos sectores.

Me presentó a decenas de personas que me aportaron informaciones valiosas. Ella misma me contó sobre la corrupción de los inspectores que regulan el empleo por cuenta propia y el acoso sexual del jefe del sector de la policía de su zona. A través de Ana Francy conocí a médicos, enfermeros, economistas y emprendedores privados. Al principio nos veíamos en una cafetería frente a su casa. Luego el grupo creció -alrededor de quince personas- y nos reuníamos en su casa. Eran jóvenes que siempre estaban atentos a las noticias que les llevaba en una memoria flash con reportajes sobre Cuba publicado por la prensa independiente y extranjera.

El martes 7 de marzo de 2017, un oficial de la policía le llevó una citación a su casa. Fue la primera vez que la Seguridad del Estado intentó intimidarla.“Fui con mi madre a la unidad. El oficial que me citó era flaco. Sacó su carnet de la Seguridad del Estado. Andaba con un abrigo puesto en medio de un calor tremendo. Era joven, pero parecía viejo. Me citó tres veces. No sé de qué forma consiguió el número de móvil y me llamaba insistentemente”, cuenta y añade:

“Me dijo que se llamaba Alejandro. Quería que yo trabajara para la Seguridad del Estado. Habló mil mierdas de ti. Que tu mamá, Tania Quintero, era una opositora peligrosa. Que tú eras un agente de la CIA preparado para crear redes de influencia y prostitución. La muela más loca que escuché en mi vida”, rememora Ana Francy por WhatsApp.

Desde el primer instante, Ana Francy me contó el asedio de la Seguridad del Estado. Escribí una crónica que Diario Las Américas publicó el 19 de marzo de 2019 con el título Seguridad cubana acosa a corresponsal de Diario Las Américas en la Isla y que en el blog Desde La Habana salió con el título «Hace cinco años estamos investigando a Iván García». Públicamente le dije a la Seguridad que si tenían interés en mí, que me preguntaran directamente, que no molestaran a mis fuentes (además de Ana Francy, citaron a otras personas).

El acoso de los servicios especiales hacia Ana Francy arreció. Constantemente visitaban a sus padres. Tras el fallecimiento de su abuela, Ana Francy y su novio, un cubano radicado en Estados Unidos hace siete años, comprendieron que la única opción viable era emigrar.

El 10 de marzo de 2019, en una mañana nublada que presagiaba un temporal, Ana Francy abordó en La Habana un avión rumbo a México. “La odisea que sufrí no se la deseo ni a mi peor enemigo. Pensaba entrar por Laredo, pero en ese tiempo habían secuestrado un ómnibus de cubanos. Cogí mucho miedo y decidí irme por El Paso. Cuando llegué solo tenía 500 pesos mexicanos. No sabía qué hacer. Cuando fui a la iglesia a que me facilitaran un número para la solicitud de asilo me dieron el 9898. Imagínate, en ese momento iban por el 7000. Con un grupo de cubanos salí a buscar trabajo. Me puse a trabajar en una peluquería. Me pagaban mil quinientos pesos mexicanos. Llegó un momento que por el puente internacional no pasaba nadie. Cinco al día, dos o ninguno. No sabía qué hacer. Estaba trabajando, pero todas las fronteras de México con Estados Unidos son muy peligrosas”, rememora Ana Francy.

Quince días después, con 700 dólares ahorrados, decidió tomar un vuelo barato a Reynosa, en Tamaulipas, al noreste de México. “Reynosa sí da miedo, dicen que es una ciudad tomada por el narco. Todas las noches se escuchaban los tiroteos. Una tarde, cuando fui a cobrar un dinero por la Western Union, en la casa donde estábamos alquilados un grupo de cubanos, la mujer y su esposo que se dedicaban al negocio del secuestro, nos quitaron mil dólares a cada uno, con el pretexto de pagarle a un coyote para entrar a Estados Unidos. Todo era mentira. Decidí esperar mi número de solicitud de asilo. Como tenía personas en Texas que me avalaban, me dejaron pasar hasta el día que fuera a la Corte. Tuve suerte, pues ahora no dejan entrar a nadie. Tienen que esperar en México”.

La aspiración de Ana Francy, como la gran mayoría de los cubanos que emigran, es trabajar, superarse, formar una familia, vivir dignamente y respetar las leyes. “Quiero seguir estudiando, mejorar mi inglés, ser una persona libre que no tenga que preocuparse por lo que va comer cada día. Y por las noches, antes de acostarme, rezar para que mi madre y mi padre puedan vivir en una Cuba diferente, democrática. Han trabajado toda su vida y no tienen nada”.

El próximo 29 de noviembre una Corte de Texas dictará sentencia. Ana Francy espera.

Iván García

Foto de Ana Francy Pita Domínguez enviada por Whatsapp.

Salir de la versión móvil