Armando, 71 años, ingresó al hospital Miguel Enríquez, en el suburbio habanero de Luyanó, para una operación, sin aparente riesgo, en una pierna.
Diabético grado dos, Armando esperaba salir del quirófano sin complicaciones y despedir con una comida criolla y regada con ron a su hija, que al día siguiente regresaba a Nueva York, ciudad donde vive hace 12 años. No pudo ser.
Después de la operación, al parecer exitosa, tuvo convulsiones frecuentes y pérdidas del conocimiento. Al hacerle una revisión, el médico descubrió que una bacteria, a velocidad fulminante, le había comenzado a devorar su organismo.
Nada podría salvarle la vida. El doctor se reunió con los familiares y con la cabeza gacha les informó que a el paciente le quedaban pocas horas de vida. «Despídanse de él», les dijo.
Entre el estupor y las lágrimas, los parientes se preguntaban dónde pudo pillar la mortal bacteria. La respuesta los dejó boquiabiertos: en el propio hospital.
Y lo peor es que no es un hecho aislado. Una persona que prefirió el anonimato dijo que en lo que va de año, en el hospital Miguel Enríquez, han muerto unos treinta pacientes por contagio de bacterias mortales. «En los baños y en el propio salón de operaciones es donde se cogen», aseveró.
Visité varios hospitales y policlínicos habaneros y lo que vi espanta. Exceptuando el Hospital Nacional, de reciente remodelación, la antigua clínica Covadonga y el policlínico Luis de la Puentes Uceda, las otras instalaciones presentan un estado constructivo desastroso y su higiene es penosa.
Las malas noticias siguen. El sistema cubano de salud pública hace agua también en los pediátricos y materno-infantiles. Lo confirma una empleada de Hijas de Galicia, en el municipio 10 de Octubre. Según informó, hace un año fallecieron cinco niños, por virus contraídos en el propio hospital.
Adela, madre de un hijo de 3 años ingresado en Hijas de Galicia, asegura que se pasó la noche matando cucarachas que paseaban por el cuarto. «Es un bochorno. Los baños son deprimentes. La comida es un bodrio. Y como es habitual en los hospitales cubanos, los familiares del paciente tienen que cargar con ventilador, sábanas, toallas y cubos de agua. Si mi hijo tiene que pasar por el quirófano, ahí puede contraer una infección».
A pesar del deterioro y falta de higiene, en los hospitales visitados, siempre había un cuerpo médico de guardia. Tienen carencias de todo tipo y hacen lo que pueden.
La antigua Dependientes deja mucho que desear, pero las palmas del abandono se las lleva el hospital Miguel Enríquez. El falso techo no existe, y a la vista quedan cables eléctricos y conductoras de aire acondicionado. Los días de lluvia, el personal de limpieza coloca baldes para recoger el agua que se filtra por los techos. Los pisos se limpian sin desinfectante o detergente. Cuando los dan, suelen ir al bolso de los empleados.
En las instituciones de salud mental y asilos de ancianos el cuadro es todavía peor. Baste recordar que en enero de 2010, 26 pacientes del Psiquiátrico de Mazorra murieron por hambre y malos tratos. En muchos asilos, los ancianos salen a la calle a vender periódicos y cigarrillos sueltos. Con el exiguo dinero, en alguna fonda estatal comen una ración tan mal elaborada como en el asilo, pero más abundante.
Sin hacer ruido, el gobierno de los hermanos Castro ha intentado tomar cartas en el asunto. En julio de este año fue sustituido el ministro de salud pública, José Ramón Balaguer, un histórico de la revolución.
Pero las cosas siguen mal. Por la evidente falta de dinero, a ritmo de tortuga se reparan hospitales. La gente no entiende que Cuba envíe ayuda médica a otros países, cuando en la isla se necesita.
El pretexto del embargo en la compra de medicamentos y equipos esgrimido por el gobierno, es dudoso. En clínicas destinadas a extranjeros, como Cira García o en salas para pacientes de la Operación Milagro, un proyecto de intervenciones oftalmológicas a latinoamericanos, las condiciones de alojamiento y alimentación son de primera.
«Claro, ellos pagan en dólares y la atención a nosotros es gratuita», alega Joaquín, quien hace dos años espera por una operación de mínimo acceso en una rodilla. También la alta jerarquía militar y los funcionarios del gobierno tienen clínicas bien equipadas y medicamentos de última generación.
La salud pública cubana es uno de los cacareados logros de la revolución. Si no se revierte a tiempo la situación, se podría perder lo realizado. Que para un país del Tercer Mundo, créanme, no ha sido poco.
Iván García
Después de una reunión de la directora de la escuela con los padres de los alumnos de 2do. grado, la maestra denunciada en este trabajo fue enviada a dar clases al 1er. grado. Y la maestra de 1er. grado enviada a dar clases al 2do. grado. Eso fue en noviembre, dos meses después, la maestra acusada por los padres no se enmendó y continuó siendo una maltratadora de niños.
Lo último que hizo: partirle la cabeza a una alumna. Inmediatamente la pusieron a disposición del Ministerio de Educación, que espero le dé baja definitiva como maestra.
En el trabajo Iván no puso el nombre de la maestra ni el nombre de la escuela, pero conocía bien el caso: era la maestra de su hija, de mi nieta, víctima de una maestra que además de no tener vocación, era fronteriza.
Estudió en una de las escuelas especiales que hay en La Habana y lo que yo no me explico cómo es que ella (y también una vecina de la cuadra con los mismos problemas, son amigas y pese a su bajos coeficientes se hicieron las dos maestras) pudo ser seleccionada para pasar ese cursillo, que aunque fuera de ‘maestros emergentes’ se necesita un mínimo de inteligencia.