Apostar capital político o confiar en un tipo tan errático como Donald Trump no es un buen negocio. Solo los desesperados, sinvergüenzas y amorales pueden argumentar que el magnate neoyorquino es un altruista o humanista convencido.
Esperar que el iracundo Trump negocie estrategias que enderecen el rumbo de la ineficiente economía cubana, abra puertas a la imparable emigración o conceda un cheque en blanco a la oposición local, es pretender que lanzando dados en un casino obtengamos la prosperidad nacional.
Hasta el miércoles 25 de enero, cuando Raúl Castro habló en la V Cumbre de la CELAC, en República Dominicana, y dijo estar dispuesto a mantener un diálogo respetuoso con Donald Trump, «pero sin hacer concesiones», en Cuba no había salido ninguna nota oficial acerca de la actitud del nuevo presidente de Estados Unidos.
El silencio de los medios estatales y voceros del gobierno ante los proyectos desquiciados de Trump ya era vergonzoso.
Que un presidente como el impresentable Maduro o el grisáceo Castro, que se presentan como socialistas y comunistas, por estrategia política callaran o celebraran (en el caso del venezolano cuando Trump tomó posesión), al más retrogrado y conservador de los presidentes estadounidenses en los últimos treinta años, era un contrasentido.
Por otro lado, ¿dónde está la llamada ‘solidaridad latinoamericana’ hacia una nación como México, en estos momentos sufriendo una auténtica guerra de baja intensidad, acusaciones infundadas y amenazas por parte de Donald Trump?
Gran parte de la actual izquierda latinoamericana en el poder es un fraude sin más ideología ni convicciones que las emanadas del poder corrupto y el saqueo del erario público. Por eso callan. Prefieren establecer un compadreo con Trump para complacer a su aliado Vladimir Putin, con una estrategia imperial sin disimulos, que defender sus fingidas doctrinas ‘humanistas y de justicia social’.
El nuevo inquilino de la Casa Blanca ha puesto al mundo patas arribas. Ha desacreditado a numerosas instituciones, de su país o internacionales, excepto las del Kremlin. Es una amenaza para todos. Para el establishment, el Partido Republicano y acuerdos comerciales liberales como el Tratado de Asociación Transpacífico (TPP) y el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA).
Trump no es un demócrata. Es él. Un manipulador de altura que ha conquistado a la mitad del pueblo estadounidense con medias verdades y mentiras sin fundamentos. Con su aislacionismo y proteccionismo, si logra llevarlo a cabo, Estados Unidos va retroceder al nivel de España, cuando menos. Su viaje al pasado es un suicidio.
Las personas y las sociedades crecen. Ya no vivimos en la etapa de la revolución industrial. El mundo se ha convertido en una aldea global. Gústele o no a Mr. Trump.
Una amiga que reside en Miami, casera en una residencia al sur de la ciudad, me contaba que votó por Trump para que regresen a la Florida las factorías de ropa y juguetes que antaño les daban trabajo a miles personas.
Para ejemplificar el horror de los nuevos tiempos, mencionaba que hasta el coctel de frutas que se vende en Publix se elabora en China. Me temo que tiene razón ese segmento de la América profunda que observa con desconsuelo la descapitalización de sus ciudades y los bajos salarios.
Pero cuando se ensamblen los iPhone en Cupertino, sede de Apple en California, y los Ford en Detroit, después no se quejen de los precios por las nubes. Las industrias y marcas globales se marchan a otros países por los bajos costos.
Esperemos que Trump resuelva el entuerto. Preocupado como está en arreglar el mundo a su manera y convertir a América grande otra vez, se supone que no tendrá mucho espacio en su agenda para el tema cubano.
Cuba ya no es un problema. Fidel Castro murió y hace décadas el régimen no subvierte con armas y guerrillas a Centroamérica o África. El clan gobernante principal, cinco o seis ancianos que suman casi quinientos años, siguen odiando al ‘imperialismo yanqui’ y apostando por el fin del capitalismo moderno.
Son dictadores de libro. Pero el poder, el dinero, la familia y el factor biológico los ha convocado a cambiar o aparentar nuevas estrategias. Por una simple razón: si Cuba sigue encallada entre el marabú y la improductividad, en algún momento comenzarán los conflictos sociales.
Para tirar el carro adelante hace falta una locomotora. Una vez fue Rusia. Otra vez fueron los petrodólares de Chávez. Ahora suspiran por el billete verde del otrora enemigo americano.
Mientras, en la Isla, un ala de la disidencia está de fiesta con la llegada de Trump. Con su ingenuidad política piensan que con el nuevo presidente aumentará el flujo de dólares a la oposición y el reconocimiento internacional.
Un grave error de no pocos opositores: creer que los problemas en Cuba los puede solucionar Estados Unidos. Les digo una cosa: si no somos capaces de conquistar derechos universales, nadie lo hará por nosotros.
La dependencia siempre crea compromisos. El destino de Cuba es un asunto de los cubanos. Los de la diáspora y los de la isla. De nadie más. Sería bueno que Trump lo entienda.
Iván García
Diario Las Américas, 27 de enero de 2017.
Foto: Donald Trump. Tomada del Diario Las Américas.