Luego de recorrer el agromercado, quejarse por el escaso surtido de viandas, frutas y hortalizas, Mercedes, 79 años, jubilada, se planta en una tarima donde venden carne de cerdo y ahumados.
Compra diez libras de bistec de cerdo a cuarenta pesos la libra y dos kilogramos de un jamón pálido y desabrido a treinta pesos. “Es lo que hay. Y soy afortunada, porque gracias a mi hija que me envía dinero desde Estados Unidos, al menos puedo comer carne de puerco y comprar viandas suficientes para hacer dos comidas diarias. Algunos vecinos de mi cuadra ni siquiera desayunan y comen una sola vez al día”, expresa Mercedes camino a su casa.
Cada año, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) destaca a Cuba por cumplir los principales parámetros nutritivos.
Pero en la Isla confeccionar un menú de cuatro platos y dos comidas calientes diarias sigue siendo uno de los grandes problemas -y anhelos- para la mayoría de las familias cubanas. En una sociedad donde las estadísticas comparativas son insuficientes, valorar la calidad nutricional es una tarea compleja.
Leonardo, nutricionista, considera que en el país, “aunque una familia de cuatro miembros necesita cuatro salarios de 600 pesos, o sea, 2,400 pesos, para comprar alimentos de calidad, no existe hambruna. Existen, eso sí, grupos vulnerables, personas con hambre oculta, un término que usan algunos especialistas para referirse a núcleos familiares que se ven obligados a comer alimentos de escaso valor nutricional. Y mientras menos ingresos, peor es su alimentación”.
Según Leonardo, comer bien no significa comer mucho. «En Cuba la variedad de alimentos es muy limitada. Hace años, infinidad de cubanos no consumen pescado fresco, carne de res ni mariscos. A pesar de los precios topados, la gente no consumen suficientes verduras y frutas. La mitad de la población obtiene sus calorías de los carbohidratos, como pizzas, panes y dulces, lo que llamamos comida chatarra”.
Yolanda, dietista, asegura que “el consumo excesivo de pan blanco y de ahumados elaborados con altas dosis de sal de nitro y sin cumplir los parámetros cualitativos, ha provocado el aumento de la hipertensión en todo el país. Un segmento amplio de la ciudadanía se ha acostumbrado a almorzar pizzas, pan con embutidos, frituras y alimentos con grasas saturadas. El resultado es que casi la mitad de la población cubana tiene sobrepeso o es obesa”.
Yislén, morena corpulenta que vende jabas de nailon a peso y barras de mantequilla a cinco en los alrededores de una panadería en la barriada habanera del Mónaco, es hipertensa, diabética y padece de la circulación. “Soy un hospital ambulante. Mi dieta, básicamente, son alimentos elaborados con harina. A veces un pedazo de carne de puerco o pollo, pero lo que más como es arroz con frijoles, espaguetis y mucho pan con cualquier cosa adentro”.
Las familias de bajos ingresos suelen comer lo que aparezca y que su bolsillo se lo permita comprar.
El nutricionista Leonardo aboga «por cerrar de una vez los cafetines estatales que venden pan con lechón, con más grasa que carne, y pan con minuta de pescado, que de pescado solo tiene el nombre, pues su elaboración es a base de harina y grasas saturadas. Las pizzas, ahumados y dulces no tienen los parámetros de calidad requeridos. Lo peor de esa pésima alimentación la pagan los niños: tienen doble sesión de clases y lo que sus padres les pueden preparar para ingerir en la escuela son panes con tortilla, croquetas o perros calientes, refrescos y confituras”.
Si usted en Cuba quiere tener una dieta balanceada y rica en proteínas, como mínimo, necesita 120 dólares per cápita mensuales, casi cinco veces el salario promedio. E incluso, teniendo dinero suficiente, no siempre se pueden conseguir alimentos nutritivos.
“En las tiendas por divisas el pescado que se oferta lleva varios meses congelados en las neveras. Y se venden muchos alimentos enlatados que están contraindicados a la hora de hacer una dieta sana”, señala la dietista Yolanda.
Para Niurka, madre soltera de tres niños, lo ideal sería adquirir alimentos sanos. “Pero yo trabajo en una farmacia y gano 500 pesos al mes y esa cantidad no me alcanza para alimentar adecuadamente a mis hijos. Es matar y salar, un bistec de cerdo hoy, una lasca de jamón mañana y pan con croqueta de pescado al día siguiente. Los domingos es cuando almorzamos y cenamos un poco mejor».
Numerosos alimentos se encuentran en proceso de extinción en la Isla. Las naranjas y mandarinas están desaparecidas en combate. El anón, la guanábana y la chirimoya son frutas desconocidas por los más jóvenes.
También se han ido perdiendo platos tradicionales como el arroz con quimbombó, aporreado de tasajo, chayotes rellenos o enchilado de cangrejo. Y almorzar un bistec de palomilla o asar un pargo una tarde de domingo es un lujo que no está al alcance de todos. No se puede decir que en Cuba haya hambre, pero se come mal.
Iván García
Foto: Chayote relleno con atún, tomate, cebolla y queso blanco. Tomada de Nutrición Grupo Bimbo.