Diez minutos antes de la 7 de la mañana del domingo 24 de febrero, el presidente del colegio electoral número 3 de la circunscripción 68 apuraba su magro desayuno de pan con mortadela y una taza de café mezclado con chícharos.
Ya tenía en orden las boletas y dispuestos los lápices para votar en los cuatro cubículos. En las paredes del local, ubicado en un garaje, fotos de Fidel Castro y varios plegables a favor del Sí.
Dos pioneros comentaban el partido de fútbol del Barcelona-Sevilla el día anterior cuando el presidente les pidió colocarse a cada lado de la pequeña urna plástica de color azul prusia.
En la primera hora de votación apenas fluyó el público. Algunos jubilados que temprano en la mañana salen a comprar el pan otorgado por la libreta de racionamiento aprovecharon y votaron de manera expedita.
“Es que la gente le gusta dormir la mañana”, comentó una señora en una mesa del colegio. El trámite era rápido. Te apuntaban el número del carnet de identidad, comparaban tus datos con los del registro de electores y luego te entregaban una boleta.
Las deficiencias en tres de los cuatros colegios recorridos eran palpables. En el colegio número dos de la circunscripción 68 del consejo popular Lawton-Vista Alegre, el día antes de la votación, aún no habían puesto las listas de electores. En tres de ellos, en vez de bolígrafos, habían puesto lápices, muy fácil para manipular el voto.
En todos los colegios, descaradamente, desplegaron propaganda en favor del Sí. El colegio número uno de la circunscripción 68, donde yo debía votar, ni siquiera tocaron a la puerta de mi casa para entregarme la citación. Por debajo de la puerta tiraron la citación mía y la del vecino de al lado. No aparecían el nombre mío, tampoco el de mi esposa y mi hija, aptas para votar. Donde supuestamente se debía colocar el nombre del elector pusieron la dirección y el número del apartamento.
Ese domingo, Daniel y su hermano sacaron una botella de ron y se pusieron a beber mientras jugaban dominó con dos amigos del barrio y escuchaban reguetón. “Una vecina del barrio que trabajaba en la mesa electoral pasó por el pasillo donde vivimos y en tono de broma nos dijo, ‘cuándo van a ir a votar, que después se emborrachan y se les olvida’. Tú sabes, nadie quiere marcarse. Hicimos un stop y fuimos a votar”.
Los jugadores de dominó dicen que votaron Sí. ¿Están de acuerdo con el texto de la nueva Constitución? Daniel responde: “Ni la he leído. Todo es puro trámite. Si votas No ganan ellos. Si votas Sí igual”.
Puede que sea cierto. Pero automáticamente un segmento de cubanos sigue actuando como zombis. Luisa, dependiente en una cafetería estatal, asegura que no aprueba la gestión del gobierno y es capaz de agobiarte un par de horas con quejas sobre el desabastecimiento en los mercados y deficiencias en los servicios públicos. Pero cuando va votar siempre marca la casilla que favorece al régimen. ¿Por qué? “Oye, que a mí los disidentes no me dan un medio por votar NO. Que si me sacan del trabajo la Embajada de Estados Unidos no me va otorgar asilo como refugiada política. Este es el país que me tocó vivir. Y si no aparentas que apoyas al gobierno te buscas problema”, se justifica Luisa.
El miedo siempre toca a la puerta antes que el civismo ciudadano. Se entienden los motivos. Los cubanos residimos en una nación de ordeno y mando. Lo bueno y malo que te puede pasar en la vida depende en grado sumo de tu apoyo a la autocracia. Sesenta años después, esa conducta funciona como un reflejo condicionado.
Pese a todo, el miedo se ha ido superando. En el referéndum para aprobar la Constitución de 1976, el 97,7% de los cubanos ratificó aquel mamotreto jurídico y la asistencia fue del 98%. Cuarenta años después, en el remedo de elecciones para escoger a los diputados a la Asamblea Nacional, efectuado en 2018, entre un 23 y 24% de los ciudadanos se abstuvieron, dejaron las boletas en blanco o la anularon con palabrotas gruesas y consignas de abajo Fidel.
Según reportes de observadores y medios de prensa alternativos, en la mayoría de los colegios visitados la abstención superó al voto NO, mientras el Sí ganaba con holgura.
Carlos, sociólogo, afirma que “en cada elección aumentan los votos en contra de propuestas del gobierno, pero por diversas razones, entre ellas el temor, la gente se siente más cómodo quedándose en su casa que yendo a votar y tener que marcar un voto negativa o dejar la boleta en blanco. La abstención se puede justificar de innumerables manera. Estoy enfermo, tuve un problema familiar o con una mentira. Pero todavía muchos cubanos piensan que en los colegios electorales hay cámaras de video y votar NO o poner consignas antigubernamentales te puede traer problemas”.
Aunque las urnas están escoltadas por pioneros, en los alrededores de los colegios electorales es visible la presencia de agentes de la Seguridad del Estado vestidos de civil. “En todas las elecciones se montan operativos, con la participación de la policía, el DTI y la Seguridad. En las zonas donde viven disidentes connotados la vigilancia es mayor. Si van a auditar el conteo de votos están alertas en caso de alguna provocación”, indica un ex oficial de la inteligencia.
Estos operativos transgreden olímpicamente las propias normativas jurídicas implementadas por el régimen. Decenas de opositores, como José Díaz Silva, fueron agredidos o se les impidió votar. Yoani Sánchez, directora de 14ymedio, contó en una crónica la tensión que vivió en un colegio electoral cuando reclamaba sus derechos. Al final, al grito de Viva la Revolución, tuvo que soportar el habitual acto de repudio.
Ese temor a lo que puede pasar cuando se actúa por voluntad propia o en contra de los intereses del gobierno, siempre está presente entre los cubanos. Por eso la gente prefiere ver las cosas desde la gradas o grabar con sus teléfonos móviles las protestas y golpizas de la policía política a los opositores pacíficos.
En este referéndum la victoria estaba cantada a favor del Sí. Pasada las tres y cuarenta de la tarde del lunes 25 de febrero comparecía Alina Balseiro, presidenta de la Comisión Electoral Nacional, en conferencia de prensa informaba que la nueva Constitución de la República de Cuba fue aprobada con el 86.85% de los votos emitidos, según datos preliminares. De los 9 millones 298 mil 277 ciudadanos con derecho al sufragio, 7 millones 848 mil 343 (84.4%) acudieron a las urnas para responder a la pregunta ¿Ratifica usted la nueva Constitución de la República?
Fueron aceptados como válidos 7 millones 522 mil 569 de votos, de los cuales 6 millones 816 mil 169 electores votaron Sí (86.85%) y 706 mil 400 votaron No (9.0%). Fueron anuladas 127 mil 100 boletas y 198 mil 674 quedaron en blanco.
En un artículo publicado en 14ymedio, el periodista independiente Reinaldo Escobar comentaba: «Los resultados preliminares del referendo sobre la nueva Constitución confirman lo esperado: que el texto iba a ser aprobado por mayoría y que el proceso iba a dejar en evidencia el aumento de la inconformidad ciudadana, al dotar de un número a ese grupo que rechaza la gestión de las autoridades. Más de dos millones y medio de electores en todo el país se han desmarcado de la nueva Carta Magna, entre los votos por el No, nulos y en blanco, además de las abstenciones. Muchos han encontrado así el camino para distanciarse del sistema político y económico imperante en la Isla».
En Cuba, sin observadores internacionales, máquinas automáticas fiables de votación, tinta indeleble, sin contar la propaganda desmesurada a favor del régimen, incluso dentro de los colegios electores, los datos oficiales suelen despertar desconfianza entre los opositores, periodistas independientes, exiliados y analistas del tema cubano.
El miedo, por ahora, sigue siendo un aliado involuntario de la autocracia verde olivo.
Iván García
Foto de Juan Suárez realizada en enero de 2019 en Centro Habana. Tomada de Havana Times.