Los países totalitarios, y los que retroceden a toda velocidad hacia esa estación cerrada y sin andenes, con toda su fama por arruinar las economías, racionar la sal o exportar el oxígeno, tienen un liderazgo que nadie se atreve a poner en entredicho: son los que más traidores y enemigos producen en el mundo.
El entusiasmo por esa industria empieza en cuanto se instala en el poder un personaje dispuesto a gobernar para siempre. Alguien a quien las maromas de la política, los dogmas, la demagogia y otros factores (desde el azar al odio) convierten su nombre -mediante una graciosa licencia gramatical- en sinónimo de patria y de nación.
Con ese arreglo se desencadena la fabricación de ciudadanos a quienes se debe perseguir, humillar, encarcelar, eliminar o desterrar. Es una historia conocida, narrada por supervivientes, contada por testigos y por verdugos arrepentidos y derrotados.
Lo que comienza con acusaciones de traición al pensamiento del jefe puede seguir con aquellos insultos de lujo asiático que los chinos reservaron para quienes no veían claro el camino que señalaba Mao con la mano derecha manchada por la nicotina de sus cigarrillos ingleses.
Esas personas, muertas de miedo (muchas de ellas muertas más tarde, ya sin miedo) tuvieron que caminar, frente a sus amigos y familiares, con letreros en los que se les llamaba genios maléficos, fantasmas bovinos o espíritus reptilianos.
Después de que en algún país de América Latina se vieran hombres y mujeres desfilar también con cartelones donde se leía, por ejemplo, «soy un mierda y un vendepatria», espero que las acusaciones de traidores que le ha hecho esta semana el presidente de Ecuador, Rafael Correa a dos de sus compañeros de partido, no desemboque en otra procesión de humillaciones.
Las víctimas del ataque son dos asambleístas, integrantes de la oficialista Alianza País, Betty Amores y César Gracia. Ellos han pedido su renuncia al movimiento político porque no están de acuerdo con la proposición de Correa de someter una reforma constitucional a la votación popular. El dirigente quiere «meterle mano a la Justicia para mejorarla».
Anunció que una mirada al futuro le deja ver materia prima para la creación de nuevas hornadas de traidores en «la hora de la verdad cuando tenemos que jugárnosla entero, veremos quién es quién».
Correa elaboró su primera gran cosecha de enemigos entre los profesionales del periodismo. Ya no puede detenerse. La competencia en la región es mucha.
Raúl Rivero