En su reciente visita a Cuba, el Papa Benedicto XVI no mencionó a las víctimas de los hermanos Castro. No debe sorprender. Durante décadas, la Iglesia ha guardado silencio sobre los peores crímenes del régimen en el afán de preservar su influencia y avanzar su misión en la Cuba totalitaria.
Se destaca un atropello que involucró a la Iglesia directamente. El 2 de enero de1981 fusilaron a tres hermanos -Ventura, Cipriano y Eugenio García-Marín, de 19, 21, y 25 años respectivamente- después que entraron a la Nunciatura (embajada del Vaticano) en La Habana buscando refugio.
Eran Testigos de Jehová de familia muy humilde. Amenazados con prisión por practicar su fe, el 3 de diciembre de 1980 junto a dos hombres y tres mujeres penetraron en la sede diplomática y solicitaron asilo. Horas más tarde, un operativo de Tropas Especiales del Ministerio del Interior invadió el recinto y se los llevó presos.
Luego de un juicio sumarísimo, se condenó a muerte a los tres hermanos, supuestamente por haber matado de un disparo al mayordomo de la Nunciatura.
Semanas más tarde, fueron fusilados. Su madre y varios parientes así como los otros participantes de la toma del recinto recibieron condenas de 15 a 25 años. Gracias a cierta presión internacional, los soltaron algunos años antes.
Luego se reportó que el mayordomo supuestamente muerto estaba vivo y era un agente de Seguridad de Estado que había fingido sus heridas durante la toma de la Nunciatura (ver detalles en CubaArchive.org.
El Vaticano ha mantenido un hermético silencio público sobre el caso. Se alega que le dio permiso a Cuba para entrar en la sede y capturar a los que pedían asilo.
El rastro de sangre de los hermanos Castro es largo, mancha que ha ido creciendo por más de cinco décadas. Guardacostas cubanos han asesinado niños junto a sus padres cuando intentaban escapar la isla, carceleros han matado a golpes a mujeres embarazadas y adolescentes. La cifra de muertes sigue creciendo con las de valientes disidentes que perecen en huelgas de hambre en un reto final contra la represión, los que desaparecen en el Estrecho de la Florida tratando de huir y los muchos jóvenes que están muriendo por las terribles condiciones de presidio, encarcelados por delitos económicos que sólo son crímenes en regímenes totalitarios.
Es lamentable que se legitime a los asesinos mientras se olvida a sus víctimas. La Iglesia debiera exigir decisivamente que cesen estos crímenes y plantarse firme por la vida y seguridad del pueblo cubano.
María C. Werlau
Directora de Archivo Cuba.
The Miami Herald, 8 de abril de 2012