Desde La Habana

El reguetón arrasa en Cuba

Quienes tienen la cabeza bien amueblada en Cuba no pueden dar una explicación coherente cómo el reguetón, ese ritmo de música adictiva que te hace mover las caderas obviando sus letras escandalosamente groseras, ha calado hondo entre un porciento elevado de jóvenes. Y no tan jóvenes.

En centros nocturnos de La Habana, la gente de la farándula se los disputa. Hay bandos que apoyan a uno u otro músico. Y a ratos se piden la cabeza. No crea que resulta barato pagar la entrada para ver a los reguetoneros del momento en la isla.

Para nada. Si esa noche en la Casa de la Música de Miramar, en La Macumba o el Salón Rojo del Hotel Capri actúan Alexander y Jacob Forever, integrantes de Gente de Zona, el billete cuesta entre 10 y 15 dólares, el salario mensual de un obrero calificado. Si le agrega el consumo de bebidas y  refrigerios en club nocturnos, con un elevado gravamen, la  noche reguetonera puede costarle 100 dólares o más.

Ocurre lo mismo si desea bailar con Baby Lores, El Chacal, Micha, Los Cuatro o El Insurrecto. Este ritmo que está pegando alto y fuerte en Cuba es un buen negocio. Son dos o tres intérpretes y un DJ que pone el background musical.

Es decir, pocas personas para repartirse el dinero. En esos saraos, los reguetoneros dividen a partes iguales con los  gerentes de discotecas los ingresos en moneda dura.

Entonces, a bailar se ha dicho. La melodía es contagiosa, tanto que puede poner a danzar a un muerto. Las letras, de escaso valor literario, son agresivas, machistas, arrabaleras y sin contenido social o político, a diferencia de los raperos.

Los Aldeanos, Free Hole Negro o Raidel y el Escuadrón Patriótico se pueden escuchar sin bailar. Te envían un mensaje. Se puede estar de acuerdo o no con estos raperos,  pero sus letras son un grito profundo y real de la vida dura en un sector de la juventud.

Los reguetoneros son a la inversa. Lo suyo es bailar desordenadamente, consumiendo altas dosis de testosterona. A ratos, sus conciertos terminan con ‘swings’ de navajas y la policía repartiendo palos. Verdaderas ‘fiestas del Guatao’ (cuando un bailable termina con violencia).

Excepto Baby Lores, reguetonero con pinta de galán brasileño que se tatuó en un brazo la imagen de Fidel Castro, ninguno de los intérpretes del género han estudiado música.

Al decir de Alexander, número uno del reguetón isleño, pertenecen a  la «escuela del Benny Moré». Y al igual que el gigante de Santa Isabel de las Lajas, de oído te tocan una rumba y colocan las notas musicales en su justo lugar. Llevan la música en los genes. Esa comparación con el Benny pudiera parecer exagerada. Gústenos o no, como en su tiempo ‘El Bárbaro del Ritmo’, los reguetoneros llenan teatros y plazas.

El reguetón ha puesto contra las cuerdas a la ‘timba’ (salsa dura). Le han propinado un conteo de protección. En el mundillo de la farándula, se rumora que hay celos y disputas entre reguetoneros y ‘timberos’. También entre los propios intérpretes de reguetón la gresca va en aumento.

La mitad de sus canciones atacan a otros músicos. Todos aseguran ser los mejores. Jacob Forever, de Gente de Zona, tiene un video clip rodeado de una banda de morenos que con cara de perro y machetes en mano, simulan estar esperando a un supuesto reguetonero rival para tasajearlo.

Alexander, Los Cuatro, El Insurrecto y Micha, entre otros, en sus canciones descalifican a sus pares. “Es verdad que suele haber diferencias y altercados entre los músicos de reguetón. Pero a veces se exagera. Para vender más. A los amantes del género les gusta la pendencia y se exaltan cuando sus ídolos se insultan unos a otros”, dice un DJ habanero.

Incluso los niños de primaria tararean con más frecuencia  estribillos de reguetón que canciones infantiles. Esta música ha traído consigo una nueva moda juvenil. Visten con una onda retro. Pantalones ceñidos al cuerpo, gafas grandes y oscuras, cintos anchos con enormes hebillas, gorras y calzado de punta afilada. Debajo de la ropa, navajas, punzones o tijeras.

El reguetón le sirve a marginales de entre 15 y 23 años como medicina para descargar su frustración y adrenalina agresiva contra las personas. Y en las calles cometer actos vandálicos.

Las canciones de los reguetoneros cubanos se pueden escuchar a toda hora y a todo volumen cuando usted toma un taxi particular o en cualquier café de la ciudad. La radio y televisión estatal queman los hits hasta el cansancio.

Por ahora, sus textos incisivos se limitan a la fanfarrronería barata, descalificar a las mujeres o atacar a sus colegas musicales. Están lejos de criticar el estado de cosas y penurias sociales dentro del país y su gente. Mucho menos a los Castro.  Piensan que no les concierne. Hasta ahora, el  apoliticismo les ha dado buenos resultados.

Iván García

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