En una antigua residencia colectiva de pasillos estrechos en la barriada de Lawton, al sur de La Habana, la necesidad de vivienda la ha convertido en una cuartería. Con divisiones hechas de cartón tabla o ladrillos recuperados de edificaciones demolidas, han surgido ‘apartamentos’ donde reside una decena de familias que subsisten al filo de la navaja.
Entre reguetón a todo volumen y negocios ilegales, se vende alcohol de caña, robado la noche anterior de una destilería estatal, que luego se utiliza en la preparación de rones caseros, o ropa de marcas piratas, compradas al bulto en tenderetes de la ciudad de Colón, a tiro de piedra del Canal de Panamá. Y un tiempo atrás, cuando en el matadero de Lawton o de la Virgen del Camino se sacrificaban reses, se podía adquirir carne de res a precio mayorista.
Esas ciudadelas superpobladas de la capital son cuna del jineterismo, drogas y juego prohibido. Lawton, como ningún otro barrio habanero, es ‘modelo’ en lo que a marginalidad y delito se refiere. La gente vive del robo a instituciones estatales, cambalaches o lo que dejó caer el camión.
Pero no le hablen de reformas políticas, sumarse a un partido disidente o protestar por las salvajes golpizas que a pocas cuadras de la antigua residencia colectiva, propina la policía política a las Damas de Blanco que cada domingo reclaman libertad para los presos políticos y democracia en Cuba.
Llamémosle Miguel. Un tipo que gana dinero vendiendo marihuana, sicotrópicos o cambolo, una mezcla letal de cocaína con pequeña dosis de bicarbonato. Ha estado preso casi un tercio de su vida. Tenía planes de emigrar a Estados Unidos, pero los interrumpió tras la derogación por parte de Obama de la política de ‘pies secos-pies mojados’.
Miguel tiene pocos temas de conversación. Mujeres, deportes y negocios por debajo de la mesa. Su vida es un retrato fijo. Alcohol, sexo y “andar volao”, con los ojos enrojecidos tras fumarse un taco de marihuana.
Cuando usted le pregunta su opinión sobre la disidencia y la represión continuada contra las Damas de Blanco, tose levemente, se rasca la barbilla y alega: “Men, sal de ese canal. Esas tipas están locas. Este gobierno de hijos de putas que tenemos, no se va tumbar con marchas ni declaraciones. Si no cogen un fusil, siempre los segurosos les caerán a patadas. Son valientes, pero eso no vale pa’ cambiar esta mierda de país”.
La mayoría de los vecinos de la casona convertida en cuatería piensa igual. Son capaces de saltar una cerca de una fábrica del Estado para robarse dos galones de alcohol, pero no les hable de política, derechos humanos o libertad de expresión.
“Mi ‘amol’, quién está pa’ese brete. La policía se hace la guillada con los bisnes y la putería. Pero cuando te enrolas en esa volá de los derechos humanos, el encarne es pa’toda la vida”, comenta Denia, matrona.
Ella prefiere hablar de su negocio. De un bolso negro saca su teléfono Huawei y muestra varias fotos de chicas semi desnudas mientras va cantando el precio. “Mira qué riquera. Allá el que le guste coger palos”, dice Denia, refiriéndose a las Damas de Blanco.
En líneas generales -y salvo excepciones-, los ciudadanos de la República de Cuba se han autoinmunizado o prefieren optar por la amnesia cuando del tema de la disidencia, la libertad y la democracia se trata.
“Hay varias razones. El miedo patológico, que sin dudas infunden sociedades autoritarias como la cubana. A eso debes sumarle que el aparato mediático del gobierno ha sabido vender muy bien la historia de una oposición mínima, dividida y corrupta a la cual solo le interesan los dólares americanos”, afirma Carlos, sociólogo.
La disidencia, además, juega con la cancha inclinada. No cuenta con horas de radio o televisión para difundir sus programas políticos. La represión ha obligado a cientos de opositores a marcharse de su patria. Y la Seguridad del Estado ha infiltrado topos en casi todos los grupos disidentes.
“Los servicios especiales ‘cortocircuitan’ con eficacia la relación de los vecinos del barrio y del pueblo con la disidencia. ¿Cómo superar ese abismo? Tendiendo puentes hacia el interior de la Isla. Creo que la oposición está más enfocada en cruzadas políticas hacia el exterior. Lo otro es amplificar lo que la mayoría de los cubanos quiere escuchar: no hay comida, para comprar una muda de ropa se gasta el salario de tres meses, el pésimo servicio de transporte, la escasez de agua… Es larga la lista de las aristas para explotar por los disidentes”, opina Enrique.
Percibo que alrededor del 80 por ciento de la población tiene importantes puntos de coincidencia con la oposición local. Las tímidas aperturas económicas y derogaciones a normativas absurdas, siempre fueron reclamadas por la disidencia, desde mayor autonomía al trabajo privado, viajar al extranjero o hacer turismo en su propio país.
Según algunos disidentes, muchos vecinos se les acercan a saludarlos e indagar sobre los motivos de sus detenciones después de un brutal linchamiento verbal o una golpiza. Pero no se suman.
Rolando Rodríguez Lobaina, líder de la Alianza Democrática Oriental y director de Palenque Visión, se sintió frustrado cuando realizaba protestas callejeras reclamando derechos para todos y la gente solo miraba desde el contén de una acera.
“Una noche estaba en el cuerpo de guardia del hospital, pues mi hijo estaba con fiebre alta, y ante la mala atención médica inicié una protesta. Varios pacientes estaban en la misma situación. Pero nadie alzó la voz cuando llegaron autos patrulleros y la policía política me detuvo a la fuerza. Esa noche me di cuenta que había que cambiar de método para llegar a los cubanos de a pie. Quizás la prensa independiente sea un medio más efectivo”, me contaba Lobaina hace unos meses en Guantánamo.
Aunque los periodistas independientes reflejan esa otra Cuba que la autocracia pretende ignorar, sus notas, reportajes o denuncias tienen un alcance limitado, debido a la carestía de internet y la precariedad de sus vidas cotidianas.
Para la mayoría de los ciudadanos, democracia, derechos humanos y libertad de expresión no es sinónimo de un plato de comida, si no de represión. Cómo despertar al cubano de su indiferencia es una buena pregunta para un debate.
Iván García
Diario Las Américas, 12 de marzo de 2017.
Foto: Boinas negras con perros patrullando por el centro de La Habana. Tomada de la Red Cubana de Comunicadores Comunitarios.