Hay tiendas particulares para escoger en La Habana. En algunas encuentras piezas artesanales, elaboradas a mano. Y en otras, tiendas mejor surtidas que las sucursales cubanas de Adidas o Zara. Es el caso de la «shopping» de Rufino, 45 años, jubilado por enfermedad.
En su casa vende de todo. Incluso por encargo. En la sala te recibe su esposa con una sonrisa colgate. Te lleva a una habitación amplia y ventilada, donde en un closet que abarca toda una pared están colgadas numerosas perchas con ropa de marca.
En una zapatera de caoba dos docenas de calzado. Para todos los gustos. Nike, Adidas, New Balance. Hasta zapatos italianos y brasileños de cuero. Camisas y vaqueros Guess y Levi’s. Pulovers Chemise Lacoste y vestidos de Mango.
Sin perder la sonrisa, la mujer nos muestra en otra habitación un amplio surtido de juguetes y electrodomésticos. “Siempre más barato que en la tienda”, nos dice en voz.
En el patio de la vivienda exhibe artículos de ferretería. Con un short a cuadros y unas chancletas hawaianas, Rufino, el dueño del ilegal negocio, pregunta si estamos satisfechos.
Este tipo de tienda privada, sin autorización del gobierno, ha proliferado en los últimos tiempos en la capital. Compiten en precio con las del Estado y muchas veces las superan en oferta y calidad.
Ernesto, 39 años, también se dedica al negocio de la ‘pacotilla’. Un tipo de verbo fácil y con la cabeza bien amueblada. Es licenciado en historia, pero hace rato su título permanece en una gaveta del cuarto.
‘Pacotilla’, en singular, llaman en Cuba a una o varias mercaderías baratas, no pocas veces falsificaciones de productos de marca, y donde los chinos son los especialistas.
“Vender pacotilla da más plata”, asegura Ernesto. “Un día le dije a mi familia en Miami que en vez de enviarme todos los meses 200 dólares, prefería que me prestaran 5 mil dólares para montar un negocio de venta de ropa al detalle”.
Hace dos años, la familia le prestó el dinero. Y en año y medio, Ernesto se lo devolvió. “Yo vendo ropa para todos los bolsillos, y si alguien desea una exclusividad, entonces se la encargo”.
Desde que en 1992 desapareciera la libreta de productos industriales, mediante la cual Papá Estado, una vez al año le otorgaba a cada ciudadano cubano un par de zapatos y dos prendas de vestir, en Cuba la gente que ingeniársela como pueda.
Y si quiere ir a la moda, tener mucha plata. Pero lo consiguen. Sobre todo en La Habana, donde la mayoría de los jóvenes suelen andar como sus similares de cualquier ciudad occidental. Y llevar Ipod, Iphone y celulares Motorola.
Se sabe que el dinero para poder comprar ‘pacotilla’ en un porciento significativo procede de las remesas familiares de los exiliados desperdigados por medio mundo, sobre todo de Estados Unidos. También del jineterismo. Las prostitutas por moneda dura gastan fuertes sumas en ropa, calzado y perfumes.
Desde que en 1993 se despenalizó el dólar, en el país surgieron tiendas recaudadoras de divisas, más conocidas por «shoppings», que siempre han vendido ‘pacotilla’ por arrobas. Para un club más selecto, se crearon boutiques, a precios estratosféricos.
A la par, en el mercado clandestino, brotó un ramillete de personas dedicadas a comprar y vender ropa, calzado, bisutería, perfumes, juguetes y hasta ordenadores y televisores de plasma.
Gracias a la colaboración masiva de médicos, maestros y entrenadores deportivos en Bolivia, Ecuador y Venezuela, entre otros países, un buen número de los que realizan “misiones solidarias”, del exiguo salario que les paga el gobierno cubano, ahorran y adquieren ‘pacotilla’ en apreciables cantidades, que luego venden a su regreso a la isla.
René, 32 años, es un tipo con suerte. Es auditor de una empresa que comercia con Venezuela y cuatro veces al año viaja al país sudamericano. Cuando se encuentra en Cuba, de forma masiva compra dólares a 0.92 centavos de peso cubano convertible (cuc). Lo paga mejor que en las casas oficiales de cambio, que por un dólar dan 0.80 centavos.
A Caracas siempre parte con no menos de 3 a 4 mil dólares en su maletín Sansonite. Esa cantidad casi íntegra la dedica a comprar ‘pacotilla’ en centros comerciales de la capital venezolana.
El negocio no le ha ido mal a René. Ha podido reparar su vivienda y piensa comprarse un coche americano de los años 50. A decir verdad, su ‘pacotilla’ ni por asomo, tiene la calidad de las vendidas por Rufino, cuyo eslogan es bueno, bonito y barato. Aunque lo de barato está por ver.
Iván García
Foto: yanroux, Flickr