Si se quiere conocer el alma de los cubanos, necesariamente se debe vivir en un solar o edificio múltiple. Es ahí donde se encuentra la diversidad. Historias de jineteras, chulos, gays, buscavidas, rateros y disidentes.
Les invito a conocer un edificio situado en la barriada habanera de Lawton. Consta de una planta baja y otra superior y un total de 8 apartamentos, unos más amplios que otros. Cuatro interiores y cuatro exteriores, con terrazas a la calle.
Fue mandado a construir en 1957 por Rosara, una boticaria oriunda de Galicia. Luego de guardar durante años moneditas y billetes arrugados debajo de su colchón, la gallega decidió dar un salto en su vida y convertirse en propietaria.
La idea era buena, pero los tiempos eran malos. Fue inagurado en 1958. Un año después, Fidel Castro y sus barbudos tomaron el poder y no demoraron mucho en nacionalizar fábricas, centrales azucareros, refinerías e inmuebles. Rosara nunca pudo recuperar el dinero invertido.
Han pasado 53 años. La fachada del edificio no se ha vuelto a pintar completa. Se han caído las letras R y O primeras letras y sólo se lee SARA. Pero comparado con las cuarterías inmundas del siglo 19 en la parte vieja de La Habana, que se derrumban al paso de un chubasco o vientos de mediana intensidad, Rosara es un hotel cinco estrellas.
Les presento a sus inquilinos. Por un estrecho pasillo lateral residen cuatro familias. Una madre con tres hijos, sin empleo y desajustes mentales, que come lo que aparezca y vive como una gitana.
En el otro apartamento, un vecino dedicado a la santería. Arriba, un matrimonio de antiguos leales a Castro. En su ocaso, sobreviven con la chequera de jubilación y remesas giradas desde Estados Unidos. Al lado, una familia mantenida por su hija. Desde Europa, ella les envía euros, para que puedan hacer dos comidas diarias y dormir con aire acondicionado.
En uno de los apartamentos de la planta baja, con terraza, habita un matrimonio de correctos modales y un hijo estudiando en la universidad. Contiguo, el clásico tipo generoso, a quien constantemente los vecinos del barrio molestan por dominar diversos oficios. En el piso superior, un especialista en estadísticas deportivas, serio y callado.
Es un edificio donde la gente acostumbra dar los buenos días, cosa rara en la isla. Y no piden dinero, azúcar o arroz prestado, costumbre en la mayoría de las cuarterías e inmuebles de la capital.
Tampoco suelen haber reyertas familiares violentas por asuntos nimios como zamparse el pan del hermano otorgado la cartilla de racionamiento o vender la cuota de huevos de los padres, que ha ocasionado más de un hecho sangriento en el país.
El edificio Rosara es un trozo de la Cuba de hoy. Vecinos que se han marchado al exilio, personas que disienten públicamente y buenos trabajadores que acuden a las citas convocadas por el gobierno.
Dejo para el final al inquilino que habita en uno de los apartamentos superiores. Es periodista independiente y tiene dos blogs. Desde hace dos años intenta reparar su piso. Un día, aspira a vivir en él con su hija y su esposa.
Iván García