No creo que el capitalismo sea el modelo de vida perfecto. Pero es más lógico y posible en esta fase del desarrollo humano. Las ideologías comunistas de un plumazo han eliminado la competencia y las discrepancias.
Ya se sabe lo que eso ha significado. Pobreza material, gente indolente y sin motivaciones para trabajar. Se pone freno a la individualidad. Lo que prima es el colectivismo.
Los sistemas cerrados como Cuba y Corea del Norte atentan contra de la naturaleza humana. En su intento por diseñar un hombre nuevo, perfecto, dócil, que trabaje a destajo y venere a sus gobernantes, han demolido las instituciones de la vida moderna.
Es lo aborrecible de personajes como Lenin, Stalin, Mao, Kim Il Sung… En teoría, los conceptos del comunismo son atractivos. Sociedades sin policías ni ejércitos. Uno vive de acuerdo a sus necesidades. Y no circula el dinero.
Para llegar a ese hipotético paraíso hay que pasar primero por el infierno. Que es adocenar la nación, restringir libertades esenciales y “educar” a las masas en el respeto a su líder.
Aquellas naciones que se han embarcado en el quimérico proyecto, siempre han tenido al frente a un dictador, un caudillo, un iluminado…
Los regímenes totalitarios son cuna de nacionalistas, ególatras y personalidades no siempre en sus cabales. Cuando el poder desborda los límites razonables, pueden convertirse en monstruos.
Los ejemplos sobran. Para mantener sus engendros se valen de cárceles, gulags y paredones de fusilamiento. En este tipo de sociedades no hay contrapoderes. Todo es controlado por un grupo de hombres. O uno solo. El elegido es la ley suprema.
Pero el hombre es un bicho raro. Como algunas bacterias, se vuelven resistentes a ciertos antibióticos. Surgen ciudadanos que no desean seguir aplaudiendo a su padrecito de la patria.
Y comienza una batalla. Silenciosa. La reacción natural del ser humano a que se le respete su derecho a ser diferente. A poder hablar, gritar, escribir, opinar y discrepar a sus anchas.
Cuba es una de las sociedades donde hace tiempo existe una guerra de ideas y conceptos, entre una élite que asegura que el socialismo marxista es lo mejor, y un grupo de intelectuales, opositores y periodistas independientes que intentan demostrar el fracaso del modelo cubano.
Dejemos a un lado las cifras que ratifican que el país se hunde. Mientras Fidel Castro anda en plan de profeta de conflagraciones atómicas y apocalipsis mundiales, los que disienten en la isla saben que los cambios democráticos en Cuba es una lucha de todos los días. Pacífica por demás.
Iván García