Después de cenar, a Sergio, 56 años, le gusta sentarse en el balcón a fumar con calma un cigarro y desde allí observar el barrio, mientras una ligera brisa nocturna refresca la canícula primaveral. La rigurosa crisis económica que se vive en Cuba ha trastocado sus hábitos. Se sigue levantando a la cinco de la mañana para ir a trabajar en un taller de mecánica automotriz.
“Un buen mecánico de automóviles tiene asegurado una entrada extra de dinero. Hace dos años, cuando salía del taller, compraba pan, jamón y una botella de vino tinto chileno para acompañar con la comida. No era rico, no me sobraba el dinero, pero vivía sin estrechez. Desayunaba, almorzaba y comía. Los fines de semana íbamos a la playa o a comer a un paladar. Ahora, desde que comenzó la ‘situación coyuntural’, la jugada se ha puesto super apretada. Si no es por mi hermano que me envía 200 dólares mensuales estuviéramos pasando hambre”, comenta.
Rosario, la esposa de Sergio, ama de casa, es la que lleva las cuentas de la casa en una libreta escolar. “Nuestra hija estudia en la universidad. En la casa entran dos sueldos, el de mi marido, y el de nuestro hijo, ingeniero de profesión. Entre los dos ganan 9 mil pesos». Muestra la libreta y dice: «En el mes de mayo ya hemos gastado 36,100 pesos». A continuación, comienza a desglosas los gastos:
“El salario de mi esposo da para pagar solo las facturas de la luz y el agua. De electricidad estamos pagando unos 3 mil pesos mensuales y en el verano llegaremos a 4 mil. Tenemos dos aires acondicionado, lavadora, tres televisores y varios electrodomésticos y eso en Cuba el gobierno lo considera un lujo y te lo cobra carísimo. Pero el gasto gordo es la comida. Esos 36 mil pesos se han ido en comida. Somos de las pocas familias que desayunan, almuerzan y comen cada día. Y con un mínimo de calidad, pues compramos vegetales, frutas, viandas, sazones naturales, carne de res, cerdo, pescado y pollo. El problema es que los precios aumentan cada semana. Mi esposo tiene que buscar dinero por la izquierda después que termina en el taller, suele trabajar de catorce a quince horas diarias. Y si nos alcanza el dinero es por los 200 dólares que envía mi cuñado. De esa cantidad, separamos 150 para adquirir alimentos y artículos de aseo en las tiendas por dólares. Los 50 dólares restantes los vendemos (actualmente se cotiza un dólar por 65 pesos). Así y todo, a duras penas llegamos a fin de mes. No quiero ni imaginar cómo viven en Cuba los que no reciben dólares», expresa Rosario.
Una de las familias que no reciben remesas es la de Yoel, profesor de inglés. En apartamento ruinosos de tres habitaciones al sur de La Habana, vive con su esposa, tres hijos varones y sus padres, siete personas en total. “Mi mujer trabaja en una farmacia y mis padres están jubilados. Mis hijos tienen 8, 11 y 14 a años. No las estamos viendo negras para alimentarnos. Bueno, para mal alimentarnos”, aclara.
Elvira, la esposa, cuenta que la frustración y el estrés le está pasando factura a su salud. “No es fácil darle de comer a siete bocas. Algunas noches mi marido y yo comemos un pan con tomate para que los niños y los viejos se vayan a la cama con algo caliente en el estómago. Es terrible. No sé hasta dónde va aguantar el pueblo”. Yoel se rasca la cabeza. “El salario de los dos, más las pensiones de los viejos, se va en comida. Y de la mala. Lo que toca por la libreta, croquetas que explotan, masa de hamburguesa, picadillo de soya y otros engendros».
Yoel confiesa que sus hijos no comen carne de res ni pescado desde hace seis años. «Como ya cumplieron los 7 años, el gobierno les quitó la cuota de leche y la libra de leche en polvo anda por los 350 pesos el kilogramo. Cuando podemos comprarle una bolsa de leche en polvo, tenemos que escondérsela, porque quieren comérsela a cucharadas. Es que siempre tienen hambre. A veces no hay ni pan que darle y de confituras ni hablar. El más pequeño cumplió años hace unos días y no pudimos comprarle ni cake ni refrescos. El cake más barato costaba 600 pesos. Le compramos un pie de coco y unas torticas que estaban malísimas, pero a los diez minutos no quedó ni la boronilla. Para sobrevivir en Cuba obligatoriamente tienes que tener dólares. De lo contrario vives en la extrema pobreza”.
En la Calzada del Cerro y Arzobispo, en una pequeña tiendas exclusiva en dólares, alrededor de treinta personas hacen cola para comprar lavadoras, freidoras y aires acondicionado. El tema recurrente es la inflación y el valor del dólar. En una semana, un dólar estadounidense pasó de cotizarse de 50 a 55 pesos a venderse entre 60 y 65 pesos. Un señor mayor indica que incluso a ese precio es difícil conseguirlo. “Yo tuve que pagar 70 pesos por cada dólar. De seguir subiendo, en julio o agosto llegará a 90 y 100 pesos», pronostica.
Marta, quien se gana la vida revendiendo alimentos y electrodomésticos considera que “mientras no haya vuelos de la yuma (Estados Unidos) pa’la isla, el dólar va a seguir subiendo. La mayoría de las cosas, desde puré de tomate hasta champú, hay que comprarla en dólares. Esto nada más pasa en Cuba. Si en otro país tu pagas los salarios con una moneda y vendes las mercancías, en otra la gente se tira a la calle y saquea los mercados”.
Ortelio, economista, opina que el dólar está llegando a la peligrosa frontera de la insostenibilidad. «Falta muy poco para que el billete verde deje de ser negocio para un grupo amplio de personas dedicadas a la reventa, porque para tener un mínimo de ganancias tienen que vender a precios que nadie podrá pagar. Por ejemplo, un queso que cuesta 25 dólares ahora se vende a 2,400 pesos, que era el valor de 100 dólares hace año y medio. Una caja de cerveza que cuesta 24 dólares, en el mercado negro se vende a casi 4 mil pesos. La inflación devoró hace rato el salario mínimo (2,100 pesos). Y está dejando inoperante el salario de un profesional que fluctúa entre 5 y 7 mil pesos. Si el gobierno no decreta pronto una reforma económica seria, Cuba camina aceleradamente hacia una hiperinflación», subraya y agrega:
«Han puesto parches económicos que no han funcionado, dictan medidas que no incentivan la producción y no otorgan ayudas financieras al sector privado, que pudiera ser una palanca importante en las futuras transformaciones socioeconómicas. Esto ha generado que casi el 40 por ciento de los cuentapropistas hayan entregado sus licencias o estén en bancarrota. El gobierno no debiera descalificar a un sector de la emigración, amenazándolo de que pueden ser sancionados por sus diferencias políticas. Ese segmento es el que tiene más dinero. Al contrario, debieran aparcar las diferencias ideológicas y seducirlos para que inviertan en su país. Ahora mismo, Cuba es lo más parecido a un meteorito en caída libre. Nadie sabe dónde va caer ni qué daños va a provocar”.
Con cualquier cubano que usted hable, se puede discrepar en muchos temas, pero todos coinciden que algo va a pasar.
Iván García
Fotomontaje: Tomado de Cuballama.