Desde La Habana

El destino de Alberto Boix Comas

Buscando datos en internet sobre la tradición de la Semana Santa en Cuba, en El Güije encontré un relato sobre la historia de las procesiones en la otrora Villa de Trinidad, que aparece en el libro Así es Cuba, de Alberto Boix Comas, publicado por la Compañía Petrolera Shell de Cuba en la década de 1950. En La Universidad de Miami se conservan dos ejemplares, y también uno de «La ruta de la gloria», conferencia impartida por Boix Comas en La Habana el 22 de febrero de 1955.

Como no sabía quién había sido el autor, puse su nombre en Google y, entre otras informaciones, encontré el siguiente fragmento del libro Biografía del Che, de José Vilasuso Rivero:

«En enero de 1959 yo trabajaba bajo las órdenes del comandante Ernesto Che Guevara, dirigente de la Comisión de depuración, sección Ciro Redondo, en la fortaleza denominada La Cabaña. Desde hacía poco me había graduado de abogado y con todo el entusiasmo juvenil formaba parte del cuerpo de instrucción de procesos relativos a delitos cometidos por el gobierno anterior: asesinatos, malversaciones, torturas, delaciones, etc. Por mi escritorio pasaban legajos de imputados, como el del comandante Alberto Boix Coma y del periodista Otto Meruelo. Pero la mayor parte de los expedientes se referían a militares de bajo nivel y a políticos sin importancia.

«Por lo que se refiere a los testigos, se trataba de jóvenes facinerosos, ilusos o ávidos de carrera revolucionaria. Recuerdo a un cierto teniente que se hacía llamar Libre, que con su acento oriental me repetía constantemente: ¡Es necesario pagar, necesitamos traer testigos que sean verdaderos revolucionarios, que se presenten delante del tribunal gritando: justicia, justicia, al paredón los policías! Son éstas las cosas que arrastran a la gente». Y una vez se desahogó ante mi jefe con un ¡A esta gente hay que cortarle la cabeza… a todos!.

«Al inicio formamos los tribunales bajo la dirección del capitán Miguel Angel Duque Estrada y de los tenientes Sotolongo, Estévez y Rivero, además de otros acusadores públicos fiscales como Tony Suárez, Pelayito, apodado fusilación y charco de sangre’, y otros. Entre tanto, casi todos dejamos el cargo a causa de los excesos que veíamos. Otros, sin ningún tipo de formación legal, tomaron nuestros puestos. Entre los jueces fueron incluidas no pocas víctimas del régimen anterior.

«El primer imputado que me tocó ver se llamaba Ariel Lima, uno de los nuestros que se había pasado al campo adversario. Sabía que su suerte estaba resuelta, estaba esposado y le castañeaban los dientes de terror. Según la llamada Ley de la Sierra, se juzgaba sobre la base de los hechos que eran referidos, sin ningún respeto por los principios generales del derecho.

«El habeas corpus no existía. Las afirmaciones de los investigadores eran pruebas irrefutables. Los abogados defensores no podían hacer otra cosa que aceptar las acusaciones y apelar a la benevolencia de los tribunales para que redujeran la pena. Guevara se imponía sobre todos, con su boina negra, con la pipa en el costado de su boca y el rostro indescifrable.

«Era muy perspicaz, frío y acompasado en el hablar, y totalmente subyugado por la teoría marxista, le gustaba tomar la actitud de eminencia gris del poder. Hablaba con ironía y no perdía nunca el autocontrol. Su lema era conocido por todos: ‘No perdamos tiempo buscando motivos, esta es una revolución. No nos interesan los métodos legales burgueses, las pruebas son cosas secundarias. Debemos proceder según nuestras convicciones’.

«Había un tribunal de apelación, pero confirmaba siempre las sentencias en primer grado. Y lo presidía el mismo Ernesto Che Guevara de la Serna.

«Las ejecuciones eran al alba. Apenas la sentencia era pronunciada, se elevaban los llantos de los familiares del condenado, las súplicas de los que pedían piedad por sus hijos, maridos o hermanos. Alrededor de las habitaciones del tribunal reinaban el terror y la desesperación. El paso siguiente era la  llamada ‘cámara ardiente’, donde el condenado y sus familiares podían abrazarse por última vez. Parecía que se saludaban antes de un largo viaje y cuando era el momento de la despedida algunos estaban como inhibidos, otros temblaban, otros parecían fuera de juicio.

«Después, el fusilamiento. Último gesto de humanidad: un policía le pedía al condenado si necesitaba orinar. Solamente alguna vez era concedida la presencia de un sacerdote. Más de uno moría gritando su inocencia. Un corajudo capitán murió después de él mismo haber ordenado disparar al pelotón.

«Asistir a aquella carnicería realizada por reclutas inexpertos e ignorantes fue un trauma que me acompañará hasta la tumba, junto a la necesidad de divulgar estos hechos a los cuatro vientos.

«En el interior de las paredes del imponente castillo medieval resonaban los pasos de los pelotones de ejecución, el ruido de los fusiles que eran cargados, las voces de las órdenes, las ensordecedoras descargas de los disparos, los gemidos de los agonizantes, los gritos de los oficiales y de los guardias que acudían para dar el tiro de gracia.

«Y cuando todo había terminado, un macabro silencio. De lunes a sábado, el Che hacía fusilar entre uno y siete prisioneros por día. El número variaba según las protestas que llegaban desde el mundo diplomático o ámbitos internacionales. Las decisiones de las condenas a muerte eran tomadas por Fidel Castro, Raúl Castro y especialmente por el Che. Rara vez por el Tribunal o por el Partido Comunista.

«Cada componente de los pelotones de ejecución recibía 15 pesos (25 los oficiales) por cada fusilamiento y tenía derecho al tratamiento reservado a los combatientes. Las ejecuciones fueron particularmente numerosas en las regiones orientales de la isla, pero no estoy en condiciones de precisar el número. Por lo que se refiere a la cárcel de La Cabaña, dirigida por el Che, hasta el mes de junio de 1959 fusilaron al menos a 600 personas, además de un número impreciso de condenas a prisión».

En otro testimonio, Vilasuso dice que Boix Comas «había sido oficial a cargo de redactar los partes militares durante las operaciones de la Sierra, sin otra referencia de culpabilidad. Era catalán, modales cumplidos, y el uniforme militar le ajustaba elegantemente, antes lo conocí como interventor de Omnibus Aliados. Otto Meruelo llevaba sobre sus espaldas el estigma adherido al portavoz radial de una mala causa, el régimen depuesto».

No fue lo único encontrado sobre Boix Comas. Por el periódico Granma me entero que Así es Cuba fue el primer libro impreso en la Isla en sistema Braille, en enero de 1954.

El periodista Otto Meruelo fue condenado a 30 años de cárcel, de los cuales cumplió 20 y después se fue del país. Pero no he podido averiguar si Alberto Boix Comas recibió una sanción similar, fue absuelto, logró fugarse de la prisión o fue fusilado.

Tania Quintero

Salir de la versión móvil