Al sur de La Habana, bajo un sol feroz, media docena de hombres trabajan en un precario taller produciendo bloques en una máquina artesanal armada a retazos. Es una faena dura. Doce horas diarias entre cemento, piedras y arcilla, llenando un molde que luego el Frankestein mecánico devuelve, tras un jadeo cansino, en bloques para la construcción. En un mes cualquiera, ganan 1,600 pesos (64 cuc). Cuatro veces más que el salario promedio en Cuba.
En teoría, estas precarias factorías, montadas a la carrera en un placer yermo o en medio de la campiña, junto a las grandes industrias, serían las claves para elevar la producción de materiales de construcción. A muchas familias le permitirían reparar sus destartaladas viviendas, en particular ahora, tras el paso del devastador huracán Sandy por Santiago de Cuba y otras provincias orientales.
La meta de Alfredo, al frente del improvisado taller, es de confeccionar 8 mil bloques mensuales. La suele cumplir, trabajando a medio gas durante 10 días. El resto de los bloques producidos, entre 750 y 900 diariamente, son bien guardados en un viejo almacén estatal.
Cumpliendo orientaciones de su jefe superior, estos bloques no se reportan en el plan del mes. Son para venderlos ‘por la izquierda’. Si sumamos los más de 20 mil bloques que el taller de Alfredo puede elaborar -timbiriches ambulantes como éste hay cientos por todo el país- a las grandes producciones de la industria de materiales, es razonable que la gente se pregunte por qué se mantiene inflado el precio de los ladrillos y bloques de construcción.
Cada uno cuesta 10 pesos en el mercado negro (0.50 cuc). La demanda supera la oferta. Y cuando vas a comprarlo en los rastros del Estado, nunca los encuentras. Sin embargo, los patios de algunos almacenes están desbordados de cemento, baldosas, áridos, ladrillos y bloques.
Según un funcionario del Ministerio de Comercio Interior, directivos de empresas y almacenes, en contubernio, artificialmente alimentan la escasez, para mantener elevados los precios. Esto no solo ocurre con los materiales de construcción.
Acopio, encargada de adquirir el 80% de las cosechas de las cooperativas y campesinos particulares, se ha transformado en un bastión de corrupción rapaz. Fábricas y dependencias de Comercio Interior elaboradoras de productos vendidos en moneda dura, también han montado un formidable embrión mafioso que lucra con los precios de los alimentos.
El régimen lo suele propiciar y hacerse de la vista gorda. El costo de una lata de cerveza, refresco o malta, por ejemplo, incluyendo transportación y descarga, no supera los 10 centavos de cuc. Luego en la red de tiendas recaudadoras de divisas la venden al detalle con un precio multiplicado por diez.
La doble moneda ha creado un circuito cerrado en la economía nacional, sobre todo en las empresas productoras de aceite, mayonesa, puré de tomate, jabones y detergente, entre las más rentables gracias a los elevados beneficios por las ventas en pesos convertibles.
Estos clanes mafiosos, enquistados en la cadena de comercio y distribución local, han amasado fortunas. Por internet circula el caso de un directivo de una fábrica de compotas que en su casa tenía un closet repleto de dólares. Casi todos los corruptos son burócratas de corta y clava. Con carnet rojo del partido en el bolsillo. Y cuando hablan, como autómatas, en cada oración repiten dos o más veces las palabras Revolución, Fidel y Raúl. Una verdadera casta de oportunistas.
Forman un grupo compacto, con un control de monopolio sobre los precios de alimentos y artículos esenciales. Me cuenta un ex trabajador de un almacén estatal de víveres que en el pasado mes de abril, del gobierno provincial recibieron la orientación de surtir todos los puestos de ventas del Estado con frijoles negros, al precio de 8 pesos la libra.
Una buena noticia para las redes mafiosas. En ese momento, en los agros no estatales, la libra de frijol negro costaba entre 15 y 18 pesos. La solución fue retrasar la distribución. Por debajo del tapete comenzaron a salir camiones repletos de frijoles hacia domicilios particulares, reconvertidos en almacenes provisionales. Después, desde esas casas, saldrían los frijoles destinados a abastecer los agromercados privados.
El frijol se vendió al por mayor a intermediarios del sector privado a 12 pesos la libra. Con la ganancia, 4 pesos por libra, se financiaba el engranaje de corrupción: camioneros, estibadores y directivos superiores. Por esa vía se vendieron toneladas de frijoles negros. Y en los reportes oficiales aparecía consignado que la libra de frijol se vendió a 8 pesos. Cosa que nunca ocurrió.
Otro buen ejemplo es el de las manzanas. En las tiendas por divisas, cada una cuesta de 35 a 45 centavos de cuc, según el tamaño y calidad. Ahora mismo usted recorre las tiendas y cafeterías habaneras y no tienen manzanas en venta. Sin embargo, por toda la ciudad, cientos de carretilleros ofertan a 15 y 20 pesos cada manzana.
Detrás de este ‘dumping’ a la cubana existe un mecanismo de relojería que mueve con destreza los hilos de las disponibilidades de alimentos y precios. El General Raúl Castro ha creado un ejército de inspectores anticorrupción capitaneado por Gladys Bejerano, Contralora General de la República. La intención es frenar ese monstruo de múltiples cabezas que afecta la vida de toda la nación.
Pero por cada cabeza de alimaña que cercena Bejerano, surgen cinco más. El mal es de fondo. La gente piensa que se está jugando al flojo. Solamente persiguen a los tramposos y corruptos de nivel bajo y medio. Ciertos personajes, señalados por la población como ‘capos de capos’, continúan en sus oficinas climatizadas, observando tranquilos y despreocupados el panorama.
Iván García
Foto: Recogiendo ladrillos de un inmueble que se derrumbó en La Habana tras el paso del huracán Gustav en agosto de 2008.