La incipiente sociedad civil, el periodismo independiente y el activismo político en la Isla se va quedando sin fondo de armario.
Según un funcionario de la embajada de Estados Unidos en La Habana, “siete de cada diez disidentes optaron por radicarse en Estados Unidos después de la nueva política migratoria del gobierno cubano en enero de 2013”.
Aclara el diplomático que “algunos abandonaron eventos, talleres de superación o becas y cursos universitarios a los que fueron invitados. Otros, que poseen la visa de entradas múltiples a Estados Unidos, simplemente abordaron un avión y al llegar a territorio estadounidense se acogieron a la Ley de Ajuste Cubano”.
A ese goteo de fugas, hay que sumar a los opositores que se marchan de Cuba bajo el programa de refugiados políticos.
La causa de esa disidencia golondrina es diversa.
Va desde la represión de los servicios especiales a los activistas y periodistas libres, detenciones constantes, registros y ocupación de los medios de trabajo, hasta golpizas y amenazas de sanciones penitenciarias.
Y créanme, la autocracia de los hermanos Castro juega al duro. Desde febrero de 1999 está vigente una ley, conocida como Ley Mordaza, que puede condenar a veinte años o más de prisión a sus discrepantes públicos, sean disidentes, periodistas o funcionarios estatales.
La oposición pacífica, surgida a fines de 1970, y que desde sus inicios ha apostado por la democracia, respeto a los derechos humanos, libertad de expresión y pluralidad de partidos, se ha ido desmembrando por la permanente represión del régimen, forzando a muchos disidentes a optar por el exilio como una puerta de salida.
Es una decisión razonable. Los cubanos no tenemos vocación de mártires. Pero esa fuga de personas valientes, capaces de enfrentarse a la poderosa maquinaria de un Estado totalitario, difícilmente tenga reemplazo a corto plazo.
A pesar de sus reiterados fracasos económicos, el castrismo posee un férreo control social debido a la ausencia de intelectuales, académicos y periodistas honestos y comprometidos con el pueblo que desde sus posiciones oficiales o individualmente, sirva de contrapartida a desmanes autoritarios.
Cuando Fidel Castro se hizo con el poder en enero de 1959, un porcentaje considerable de la crema y nata de la sociedad, que incluía a cubanos talentosos que habían demostrado ser capaces de crear riquezas y también a quienes en sus inicios lucharon contra el fidelismo utilizando sus mismos métodos violentos, optaron por la diáspora.
Decidieron abandonar el barco dejando al barbudo de timonel. Tal vez pensaron que la revolución era cuestión de unos pocos meses, que pronto fracasaría y ellos regresarían a salvar la patria.
Fue precisamente esa emigración masiva la que posibilitó allanar el camino a la implantación de una autocracia casi perfecta, que selló todas las vías legales a otras corrientes políticas y le permitió al gobierno contar con una abultada guardia pretoriana. Una guardia pretoriana que actualmente mantiene en jaque a la minoritaria y debilitada oposición.
La Cuba de Castro se quedó sin la poderosa burguesía nacional, sin empresarios exitosos y sin una avezada clase política, capaz de enfrentar al mandatario en todos los terrenos.
Paralelamente, el Departamento de Seguridad del Estado ha sido muy hábil en cortocircuitar cualquier puente entre la oposición y la ciudadanía. Por eso en la Isla no vemos marchas de protestas con miles de participantes o una huelga general.
Desde luego, también ha fallado la labor de los disidentes, en particular los surgidos en los últimos años y que a diferencia de sus predecesores, están más centrados en vender titulares en los periódicos de la Florida que en escuchar a sus vecinos, interesarse por sus problemas y tratar de captarlos para aumentar y fortalecer la membresía de sus grupos.
En estos momentos, en Cuba se dan todas las condiciones para el surgimiento de un movimiento sindical verdaderamente independiente o una asociación de emprendedores privados que exija sus derechos a los gobernantes.
Los salarios de miseria, los frenos al cuentapropismo, las penurias cotidianas de las familias, el desamparo de ancianos y jubilados, el aumento de borrachos y mendigos, el fracaso del régimen en la economía y la agricultura, en la construcción de viviendas y en la creación de servicios de calidad, son motivos poderosos para emplazar al Estado verde olivo.
El descontento está a flor de piel. Solo basta permanecer unos minutos en una cola, caminar por las calles de barrios alejados de las luces turísticas, montar en ómnibus, ruteros y taxis particulares. Hoy, un segmento amplio de la población critica abiertamente al régimen, algo que hace tres décadas no ocurría.
La inmensa mayoría de la gente quiere vivir mejor, sin tantas carencias materiales, recibir pensiones y sueldos justos y contar con el poder del voto que le permita destronar a los políticos ineptos.
Pero faltan los líderes disidentes capaces de aglutinar a esa masa por ahora invisible, temerosa y simuladora.
Muchos opositores y activistas se han marchado definitivamente de su país, casi todos a Estados Unidos. Y los que quedan en la Isla, no parece que estén por la labor de cambiar el estado de cosas.
Unos prefieren pasarse buena parte del tiempo en reuniones y conferencias en el exterior. Otros, viviendo a caballo entre La Habana y Miami. ¿Y Cuba y los cubanos? Bien, gracias.
Iván García
Mapa político de los Estados Unidos tomado de internet.
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