“Hasta 1959, yo iba al banco donde trabajaba con traje, cuello y corbata. Pero cuando llegaron los barbudos, estaba mal visto andar trajeados, pues era una ‘costumbre burguesa’. Lo ‘políticamente correcto’ era estar todo el tiempo con uniforme verde olivo de campaña o de miliciano”, dice Jesús, 77 años, graduado de contador público en la ya desaparecida Escuela Profesional de Comercio de La Habana.
En los 60, en las filas revolucionarias se formaron dos bandos ideológicos, prosoviéticos y prochinos, pero en la vestimenta predominó el look a lo Mao: trabajadores, empleados y dirigentes con camisas y pantalones de trabajo, de algodón grueso y tonos grisáceos, de fabricación nacional. “Era una ropa calurosa, pero hacía juego con las botas rusas”, recuerda Ernesto, 65 años, obrero retirado.
De las botas rusas no quiere acordarse Carlos, 51 años, hoy exiliado y exresidente en la barriada habanera de La Víbora. “Me las puse cuando estuve becado, eso era del carajo, dolían los pies como loco. ¿Sabes qué hacíamos? Le quitábamos el contrafuerte y las mojábamos, unos con agua, otros preferían orinarlas, decían que se suavizaban más. El siguiente paso era darles martillazos, untarles grasa por fuera y ponerlas al sol”.
Después del recorrido de Fidel Castro por países africanos, en 1972, los safaris tomaron protagonismo en los hombres. Nada que ver con los usados para ir de cacería. Estos safaris consistían en pantalón y chaqueta de gabardina, de colores feos y aburridos. La chaqueta tenía cuatro bolsillos y las mangas podían ser cortas o largas. Los dirigentes solían usarlos en actos oficiales y recepciones, pero también periodistas, abogados y otros profesionales adoptaron el safari.
El traje pasó a ser una prenda anacrónica. Al extremo, que cuando alguien se ponía uno -por lo regular anticuado, incluso de antes de 1959- la gente le preguntaba si iba a casarse o a tirarse una foto de pasaporte. El oficio de sastre es uno de los que casi desapareció después de la revolución.
Los locutores y presentadores de televisión visten trajes y corbatas de atrezzo, rara vez a la moda. Y hasta Fidel y Raúl Castro aparecieron con trajes en eventos nacionales y viajes al exterior. Eso sí, bien cortados y diseñados. Y con buenas corbatas.
Desde el 6 de octubre de 2010, un decreto firmado por el canciller Bruno Rodríguez, declaró a la guayabera ‘prenda oficial’, de uso obligatorio para ceremonias diplomáticas o de Estado. Los hombres vestirán guayaberas blancas con mangas largas, mientras las mujeres podrán llevarlas de cualquier color, en forma de blusas, o largas, como vestidos.
Aunque los historiadores no se han puesto de acuerdo con relación a su paternidad y fecha de nacimiento, todo parece indicar que la guayabera es una prenda cien por ciento cubana.
Habría surgido en Sancti Spiritus, la sexta villa fundada por Diego Velázquez, y sus creadores podrían haber sido el alfarero José Pérez Rodríguez y la costurera Encarnación Núñez García, matrimonio que desde su Granada natal se asentó en esa región a principios del siglo 18.
Según se cuenta, en aquella época los tejidos recibidos de España no se adaptaban al caluroso clima de la isla. Y esta pareja andaluza habría solicitado una partida de lino, con la cual Encarnación confeccionó una camisa amplia y cómoda a su marido, para usar por encima del pantalón, y con cuatro bolsillos delanteros.
Tampoco hay precisión con respecto al nombre, que pudo haberse derivado de la guayaba, una de las frutas más consumidas en la isla, o del Yayabo, río principal de Sancti Spiritus, pues en algún momento se denominaron «yayaberas».
Anécdotas aparte, la guayabera siempre gustó a los cubanos, por su comodidad y frescura. Es una pieza de uso popular en México, Panamá, Colombia y Filipinas. En Cuba fue desapareciendo de los comercios al alcance de la población. Pero nunca se dejó de producir ni de vender en tiendas recaudadoras de divisas.
Criolla es la marca principal de las guayaberas cubanas. Son confeccionadas en un taller situado en la Habana Vieja, con capacidad para 100 mil piezas al año, entre ellas las exclusivas Cohiba y Vega Robaina, exportadas a Italia, India y otros países. En Sancti Spiritus fue creado el Museo de la Guayabera, donde se exhiben ejemplares usados por los Castro, Gabriel García Márquez y Hugo Chávez, entre otros.
Mario, jubilado de 80 años, no está de acuerdo con ese decreto del ministro de exteriores. “Compadre, la guayabera no pertenece a ningún gobierno, es de todos los cubanos. Es una camisa que se puede usar a diario o en grandes ocasiones, del modelo y color que uno prefiera. No hay que imponérsela a nadie y menos por ley. Mira esta guayabera, ¿tú sabes de dónde es? De Miami, me la trajo un cuñado mío. Es de lino puro, le costó 45 dólares. Los que se han ido, han mantenido la tradición”.
A Mario, por cierto, sus vecinos le dicen el “enguayaberado”.
Iván García