Un mes antes de iniciarse la VIII Cumbre de las Américas en Perú, un funcionario del partido comunista en La Habana decía: “Los candidatos escogidos recibieron talleres sobre las estrategias a seguir en la Cumbre. Vieron fotos de los cabecillas de la disidencia y de la ‘mafia’ de Miami que acudirían a los foros. Ya estaban previstas las acciones a realizar. Defender la revolución con dignidad gritando consignas, pero sin violencia física”.
Oficiales de la Seguridad del Estado participaron en esos talleres e informaron del presunto entramado financiero y político que según ellos sostiene a la oposición local.
En las charlas, contaba el burócrata del partido, «se describió el actual panorama político de América Latina, un contexto diferente al de la Cumbre de Panamá, y se enumeraron las tareas más importantes a cumplir».
Los linchamientos verbales y las ofensas estaban enfocados hacia los ‘mercenarios y terroristas amamantados por el imperio’.
Según las órdenes operativas para ‘reventar’ los encuentros en la Cumbre de Lima , la contrarréplica a directivos extranjeros como Luis Almagro y presidentes latinoamericanos que condenaran a Cuba y Venezuela, estaba a cargo del alto mando de la delegación.
El chancleteo y la chusmería estaban orientados exclusivamente a los compatriotas que pensaran diferente y públicamente lo manifestaran. Cuando Almagro hablara, la orientación era salir de la sala. La respuesta a Mike Pence, vicepresidente estadounidense, estaba en mano del jefe de la delegación.
Nunca al grupo se le informó que el autócrata Raúl Castro no asistiría a la Cumbre de las Américas en Lima.
Una misteriosa comisión previamente había escogido a las casi 200 personas camufladas como sociedad civil.
La tropa era un ajiaco, intentando reflejar el variopinto panorama de Cuba. Deportistas, como el tricampeón olímpico de lucha grecorromana Mijaín López, integró la delegación más para infringir miedo que aportar argumentos políticos. También había
babalaos, católicos, cuentapropistas, médicos, historiadores y guatacas de diversa calaña.
Incluso fue un abakuá, una sociedad secreta exclusiva de hombres que solo funciona en las provincias de La Habana y Matanzas y durante mucho tiempo acosada por el gobierno. Jorge Enrique Rodríguez, periodista independiente, ex miembro de la Asociación Hermanos Sainz y ñáñigo desde muy joven, relata “que yo fui suspendido de mi plante en 1998 por opinar sobre temas políticos. Sin embargo, a la Cumbre de Perú asistió un miembro de la secta con una función de carácter politico».
El opositor Manuel Cuesta Morúa, probablemente el disidente cubano intelectualmente mejor preparado, en 2015 asistió a la Cumbre de Panamá y forma parte del grupo opositor que se reunió con el presidente Obama. En Panamá, en primera persona vio cómo funciona la maquinaria represiva disfrazada de sociedad civil.
“No son originales. Es una estrategia que se repite, dentro y fuera de Cuba. Esa actitud intolerante e incivilizada, además de dejar en ridículo al gobierno, pone en tela de juicio la cultura, civismo y educación del pueblo cubano”, alega Morúa.
Los actos de repudio, auténticos linchamientos verbales de corte fascista, surgieron en 1980 a raíz del éxodo de compatriotas por el Puerto del Mariel. Pero ya en la primavera de 1959, Fidel Castro sistemáticamente utilizó las concentraciones populares para explotar los más bajos instintos de la población.
“Como energúmenos, a ritmo de conga, gritábamos paredón, paredón, como si matar a un ser humano fuera algo festivo. Los juicios sumarios a ex militares y opositores al Gobierno Revolucionario eran verdaderos circos. Íbamos con un féretro a todos los periódicos y revistas de La Habana condenando a la prensa libre por pertenecer a la burguesía. Fuimos partícipes del enterramiento de la libertad de expresión. Fidel nos utilizó, y nosotros alegremente nos dejamos utilizar. El mayor culpable del actual estado de cosas es el pueblo”, analiza Gilberto, ex fidelista.
Pablo, uno de los diez mil cubanos que ingresó a la Embajada del Perú en abril de 1980, tras la decisión de Fidel Castro de retirar la custodia, recuerda que “el gobierno repartía quinientas cajitas de comida entre diez mil personas para provocar broncas entre los que estábamos allí. Luego lo filmaban intentando demostrar que éramos escorias, delincuentes, marginales… Cuando recibí el salvoconducto, antes de marcharme a Estados Unidos por el Mariel, en mi cuadra me dieron tres mítines de repudio. Pintaron las paredes de la casa, me tiraron huevos y piedras y una tarde me revolcaron por la calle. Sin embargo, por mi familia, la nostalgia y porque es mi patria, he visitado Cuba varias veces después de aquello. Mi venganza ha sido ver cómo ese país se va a la mierda y observar que algunos que me gritaron horrores ahora viven como indigentes. Cuando llego al aeropuerto, a los aduaneros y personal del servicio, los ojos le brillan al ver mis dólares. Ahora me llaman señor y puedo disfrutar de cosas que jamás pude hacer en Cuba”.
Esas aguas, han traído estos lodos. La dictadura verde olivo celebró en su prensa el puñetazo propinado por un funcionario del Estado al exiliado Frank Calzón en Ginebra en 2004. Siempre se premió la violencia contra los que piensan diferente. Desde la golpiza a una persona que saltaba con un cartel a un terreno de béisbol en un torneo en el exterior, hasta la trompada del campeón olímpico Teófilo Stevenson en el aeropuerto de Miami, a un ciudadano de origen cubano que expresó su desacuerdo con Fidel Castro.
Esa actitud primitiva e intolerante prevalece en la actualidad y forma parte del manual de violencia del castrismo. Pero más allá del comportamiento barriotero de la delegación de la ficticia ‘sociedad civil’, preocupa el evidente retroceso de la politica informativa en los medios oficiales.
En eventos internacionales anteriores, se difundían los discursos de los mandatarios presentes. En la Cumbre de Lima, los cubanos no pudimos escuchar ni ver el discurso de Luis Almagro y Mike Pence. Tampoco se televisaron las intervenciones de los presidentes del continente, con excepción de la arenga de Evo Morales y las palabras del insípido canciller Bruno Rodríguez Parrilla.
A pocas horas de la sucesión de un presidente designado por Raúl Castro, el retroceso de la información y del sector privado, envía un mensaje de ida y vuelta a quienes dentro y fuera de la Isla se ilusionaron con las tímidas reformas emprendidas por el régimen.
El mensaje es corto y claro: no vamos a cambiar. Habrá más castrismo. Pero sin los Castro.
Iván García
Foto: Una mujer grita desaforadamente en la Delegación de la Chusmería, como le han llamado a la delegación de la supuesta «sociedad civil cubana». Tomada de Cubanet.