Para Saúl la prisión es como su segunda casa. El cumpleaños 63 lo celebró tras las rejas, fabricando bloques de cemento y gravilla en una empresa estatal cubana llamada Provari, que elabora desde ladrillos, baldosas y colchones hasta insecticidas y los vende en moneda dura.
Saúl conoce el mapa penitenciario de la isla como pocos. Desde los 19 años ha estado recluido en las principales prisiones: La Cabaña, Chafarinas en Guantánamo, Boniato en Santiago de Cuba y las cárceles edificadas por Fidel Castro como el Combinado del Este en La Habana, Agüica en Matanzas y Canaleta en Ciego de Ávila.
«En todas, desde que fui preso por primera vez en 1970 por la Ley del Vago, he trabajado cortando caña, en la construcción, haciendo muebles para el turismo o insecticidas sin apenas protección física”, comenta Saúl, quien desde abril es un hombre libre.
Según un ex funcionario de prisiones, el 90% de los reclusos en Cuba trabajan con escasa seguridad y cobran salarios miserables.
“Estoy convencido que el trabajo de los presos es uno de los principales motores productivos del país. Al explotarlos, deja altos beneficios. Hasta 2006, cuando laboré en una cárcel habanera, se les pagaba 150 pesos o 200 pesos mensuales por trabajar hasta 14 horas (recuerden que el salario mínimo en Cuba es de 484 pesos) o no se les pagaba ni un centavo. A quienes cobraban, se le descontaban gastos como comida y alojamiento. A la mayoría de los presos comunes cubanos el gobierno les da un trato degradante”, señala el ex funcionario.
A lo largo del verde caimán se calcula que existen más de 200 prisiones. Cuba es la sexta nación del planeta en per cápita de reclusos. En 2013, el régimen reconoció que la población penal ronda los 57 mil reclusos.
La disidencia interna afirma que la cifra puede acercarse a los cien mil. Las cárceles cubanas son rigurosas. El maltrato corporal y los abusos de los guardias penitenciarios resultan habituales.
Los suicidios, mutilaciones y enajenaciones dentro de los penales es una estadística secreta que el gobierno maneja con pinzas. Compañías de prestigio, como la sueca Ikea, han sido acusada de cómplices por trabajo esclavo a presos en factorías cubanas.
En la década de 1980, Ciro estuvo preso 5 años por salida ilegal. En su peregrinaje por centros de reclusión, laboró en un almacén de piezas de transporte del Ministerio del Interior, en la barriada de Lawton, a 30 minutos del centro de La Habana.
“El MININT es el principal beneficiado de la mano de obra barata de los presos. En el Taller Uno trabajé sin apenas protección en una línea de montaje de autos con carrocerías plásticas y motores alemanes VW. También laboré en una tapicería donde se le daba barniz a muebles finos. Años después, supe que eran Ikea. Nunca me pagaron un centavo”, apunta Ciro.
En la construcción de hospitales, escuelas, viviendas, producción de alimentos y los trabajos más peligrosos participan miles de reclusos. “Hacemos lo que nadie quiere hacer. Limpiar calles, fosas y cortar marabú”, dice Evelio, quien cumple una sanción de dos años fregando ómnibus urbanos.
Empresas militares o estatales como Provari están a la cabeza en explotación laboral y trabajo cautivo. En un folleto editado en 2001, la firma Provari decía tener 150 instalaciones productivas en la isla.
En la prisión Combinado del Este, en las afueras de La Habana, Provari elabora insecticidas. Un informe publicado en el diario Guerrillero en 2013, señalaba que la sucursal de Provari en Pinar del Río, en 2010 tuvo ventas por valor de 200,000 dólares.
De acuerdo a ese informe, la producción de la sucursal pinareña incluye cloro y ácido muriático, sillas de playa, cunas infantiles, bloques de construcción de concreto y arcilla, pinturas, brochas, tubos plásticos y plantas ornamentales.
En un taller de la prisión de mujeres de La Habana, se confeccionan jeans para la exportación de distintas marcas, así como uniformes para la policía, las fuerzas armadas y propias las prisiones.
Provari también produce el insecticida Lomaté, antibactericidas contra piojos y garrapatas, así como otros productos destinados a la higiene sanitaria. Y planeaba construir un calentador solar de agua de 170 litros, según medios oficiales.
En ese folleto de 2001, entre otras actividades de Provari mencionaban la carpintería con maderas preciosas, venta de textiles bajo las marcas Oeste y Hércules y tapicería de muebles de oficina de la marca Ofimax.
“Lo más preocupante es que se trabaja sin uniformes especiales, adecuados para elaborar sustancias químicas. Los presos no tenemos opciones ni un representante legal donde poder quejarnos y demandar al gobierno”, comenta el ex recluso Saúl.
Y añade que casi todos los presos trabajan de manera voluntaria. “Es una forma de coger aire, comer mejor y escapar de los abusos de los carceleros”.
Mientras a los corresponsales y diplomáticos occidentales acreditados en Cuba, la autocracia castrista les prepara ‘tours’ a prisiones modelos como La Lima, en Guanabacoa, municipio al suroeste de la capital, miles de reos laboran en condiciones precarias y sin la remuneración requerida.
Lo insólito es que empresas estatales al estilo de Provari, con todos los indicios de participar en trabajo esclavo a los reclusos, aguardan por un socio extranjero para ampliar sus negocios.
Iván García
Foto: Un ‘combatiente’, como en Cuba llaman a los carceleros, posa junto a varios presos que con uniformes nuevos, fueran seleccionados para ser mostrados durante las visitas que en abril de 2013, un grupo de corresponsales extranjeros y periodistas de medios oficiales hicieran a prisiones cubanas previamente escogidas por el régimen. Tomada de Cuba abre las cárceles a la prensa.