La noticia sobre la caída de parte del techo de madera y tejas de un portal en la Calle 27 entre 24 y 26, Nueva Gerona, publicada el 19 de marzo de 2022 en el periódico Victoria, me recordó que entre 1968 y 1970 viví en la capital de la otrora Isla de Pinos, hoy municipio especial Isla de la Juventud. La delegación del Ministerio de Justicia, donde trabajé, quedaba muy cerca de donde se cayó ese techo.
El entonces ministro de Justicia, Alfredo Yabur Maluf (1920-1973), fue el responsable de que en Nueva Gerona, Isla de Pinos, por primera vez funcionara una delegación del Ministerio de Justicia (MINJUS). Para atenderla nombró a un abogado amigo suyo, Rafael García Himely, en ese momento mi esposo y padre de mis dos hijos, quien la inauguró en 1967. Un año después, me trasladé a vivir a Nueva Gerona con Iván y Tamila, entonces de 3 y 4 años. En 1969, Rafael y yo nos divorciamos, mis hijos volvieron a La Habana al cuidado de mi madre, y yo regresé a Isla de Pinos, a trabajar durante un tiempo en el comité municipial de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC).
Aunque yo no era, ni nunca he sido, miembro de ninguna organización política, el curso de mecanografía y taquigrafía en español e inglés que en 1959 pasé en la Havana Business Academy que quedaba en Monte entre Romay y San Joaquín, al doblar de mi casa, me convirtió en una mecanógrafa de primera: no solo tecleaba con rapidez, con los diez dedos, también sabía redactar y no tenía faltas de ortografía.
Ese empleo en la UJC municipal de Nueva Gerona lo acepté no por el salario (163 pesos), que era el mismo de cuando trabajé con mi ex esposo Rafael y la jueza Irene Alfonso, la presidenta del Tribunal Popular en aquella época, si no porque en la UJC solo mecanografiaba cartas y textos políticos, mientras que en la delegación del MINJUS tenía que mecanografiar extensos documentos jurídicos, algo denso y aburrido.
Además, en la UJC repartían gratis mudas de ropa, en esos años usadas por casi todos los cubanos, fueran dirigentes o trabajadores: pantalones de de tonos oscuros confeccionados con una especie de mezclilla criolla, y camisas de mangas largas, de una tela gruesa de algodón que en distintos colores elaboraban en la Textilera Ariguanabo de San Antonio de los Baños. También en la UJC te daban ruedas enteras de cigarros Aromas (suaves) y Populares (fuertes). Todos los meses iba un fin de semana a La Habana a ver a mis hijos, por avión, en el ‘patico’, como le llamaban a los aviones soviéticos AN-24, con cinco vuelos diarios Nueva Gerona-Habana.
Además de llevarle dos o tres ruedas de cigarros Populares a mi madre, fumadora desde los 12 años, cuando iba a La Habana llevaba un par de camisas para regalar: las habaneras les cortaban las mangas y algunas las bordaban a máquina. Cuando en 1969 mis hijos regresaron a la capital, hice los traslados correspondientes de sus libretas de racionamiento, pero yo me quedé con mi libreta en Nueva Gerona, porque en Isla de Pinos distribuían más alimentos. Lo único que nunca cogí fue el pollo, porque los vendían vivos. Mensualmente le llevaba a mis hijos mi cuota de carne de res, arroz, etc, y también productos que vendían por la libre, desde latas de jugos y conservas hasta pescado y camarones congelados.
El primer secretario de la UJC municipal era Manuel Torres Muñiz, primo de Luis Orlando Domínguez Muñiz, primer secretario de la UJC nacional. En 1970 me propusieron laborar un mes como mecanógrafa en el campamento de la tercera Brigada Venceremos, compuesta por jóvenes izquierdosos de Estados Unidos. A mediados de septiembre de 1970 regresé definitivamente a La Habana. En nuestra casa de Romay, en El Cerro, no teníamos teléfono, yo daba los números de dos vecinas que vivían frente a nuestra casa, Eloísa Pedroso y Rita Castro, una mulata que era sorda, pero oía el timbre del teléfono. Rita tuvo dos hijos con un americano que ya había fallecido. Vivía sola en la accesoria de un solar, su hija Violeta, blanconaza, bonita y tiposa, se fue del país en los primeros años de la llegada de los barbudos. Su hijo Rodolfo era militar, lo destinaron a Isla de Pinos y allí se empató con una pinera mayor que él y tuvieron un hijo.
Fue por el teléfono de Rita por donde me llamaron el 27 de septiembre de 1970, para decirme que al día siguiente debía estar a tal hora de la tarde, en tal punto en el exerior del Ministerio de Comunicaciones, situado en la Plaza de la Revolución. Debía llevar puesto el pulóver anaranjado de la Brigada Venceremos. A los cubanos que trabajamos en esa Brigada en Isla de Pinos nos situaron en la primera fila, delante de la tribuna. En eso veo venir a Fidel Castro con Manuel Piñeiro, alias Barbarroja, quienes empezaron a saludar a los cubanos presentes. A Piñeiro lo había conocido en el campamento de la Brigada Venceremos, ubicada por la presa El Abra, en las afueras de Gerona.
No sé en las dos anteriores Brigadas de Estados Unidos, pero en esa había unos cuantos oficiales de la inteligencia que se hacían pasar por ‘cuadros de la UJC’. La oficina quedaba en un un amplio salón y en una mesa, en una esquina, siempre había agua fría, un termo de café, jugo de naranja y toronja y bocaditos de jamón y queso. Los segurosos no solo iban a que les mecanografiara, también iban a tomar café o merendar. Por lo menos en tres ocasiones, Piñeiro visitó el lugar. La primea vez que me vio preguntó si yo era cubana, según él, yo parecía puertorriqueña.
Por eso el 28 de septiembre de 1970 cuando Manuel Piñeiro se acercó a mí dijo: «Fidel, parece puertorriqueña, pero es cubana». Fidel respondió: «No sé de dónde sacaste que parece puertorriqueña, porque se ve que es cubana». Era mi tercer encuentro con Fidel Castro. Mi cuarto y último encuentro con Fidel Castro fue el 12 de mayo de 1986, cuando me citó a su despacho, lo narro en el primer capítulo de mi libro Periodista, nada más, que pueden leer en mi blog. Del primer y segundo encuentro, en 1960 y 1961, contado en el tercer capítulo, reproduzco una versión:
La primera vez que hablé con Maledicto, como le llama el diseñador gráfico, fotógrafo, periodista y yotuber cubano Pepe Forte, fue en diciembre de 1960, en la tribuna de un acto de recibimiento a maestros voluntarios en Ciudad Libertad, antiguo campamento militar de Columbia.
-Fidel, dice Lalo Carrasco que nunca le pagaste los libros de marxismo que te llevaste fiados.
-¿Y Lalo todavía se acuerda de eso?, me respondió.
Lalo Carrasco, viejo comunista como mi padre y mi familia materna, había tenido una librería en Carlos III y Marqués González. Entre 1959 y 1961 trabajé como mecanógrafa y bibliotecaria en las oficinas del comité nacional del Partido Socialista Popular (PSP) y la librería de Lalo quedaba enfrente. A menudo hablaba con Lalo. Siempre decía: “¡Qué descarado es ese Fidel, se llevó los libros y nunca me los pagó!”. No sé si antes de morir Lalo, él le pagó lo que le debía. Lo que sí recuerdo es que una librería que durante un tiempo hubo a la entrada del hotel Habana Libre, a la derecha, le pusieron Lalo Carrasco. Cada vez que entraba, me acordaba de la anécdota de los libros de marxismo.
Mi segundo encuentro con Fidel Castro se produjo un domingo del mes de febrero de 1961, poco antes de sumarme al tercer y último contingente de maestros voluntarios, en la Sierra Maestra. Fue en La Raquelita, finca situada en El Cacahual, ex propiedad de Luis Conte Agüero, famoso periodista y político antes de 1959. Después de expropiada se la entregaron a Blas Roca, secretario general del PSP, para que allí pudiera trabajar y descansar con tranquilidad. Mi padre había sido guardaespaldas de Blas más de veinte años. Además, Roca era el esposo de mi tía Dulce Antúnez, hermana de mi madre. Por si no bastara, entre agosto de 1959 y marzo de 1961, Blas había sido mi jefe en las oficinas del PSP.
En febrero de 1961 tenía 19 años, era soltera y como los domingos no tenía nada que hacer, un escolta de Blas me llevaba a La Raquelita, donde además de Blas estaba mi tía Dulce y a veces algunos de los cuatro hijos de Blas y Dulce, mis primos Lydia, Francisco, Vladimiro o Joaquín. Pero ese domingo, Blas y los principales líderes del comunismo nacional estaban reunidos secretamente con Fidel Castro. Si mal no recuerdo, se encontraban Aníbal Escalante, Joaquín Ordoqui, Carlos Rafael Rodríguez, Manolo Luzardo, Lázaro Peña, Flavio Bravo y Severo Aguirre.
Aunque el rumbo socialista de la revolución no se hizo público hasta el 16 de abril de 1961, ya la cosa estaba ideológicamente amarrada. La consigna “La revolución es más verde que las palmas” no era más que eso, una consigna (en sus inicios se pensó que el proceso revolucionario tendría un carácter estrictamente nacionalista, con participación protagónica de la pujante burguesía cubana). Lo realmente cierto era lo que la gente comentaba: «La revolución es como un melón, verde por fuera y roja por dentro».
Tania Quintero
Foto: Cuadra de Nueva Gerona donde se cayó el techo de madera y tejas, provocándole heridas leves en la cabeza a un hombre que se encontraba en el lugar. Imagen de Yoandris Delgado tomada de Victoria, diario digital de la Isla de la Juventud.