El 25 de diciembre del 2000, justo después del día de Nochebuena, los cadáveres de Alberto Esteban Vázquez, 17 años, y Maikel Fonseca Almira de 16, fueron hallados por las inmediaciones del Aeropuerto de Heathrow en Londres.
Maikel y Alberto eran estudiantes de la escuela militar Camilo Cienfuegos, ubicada en el municipio habanero de Guanabacoa, y en la tarde del 24 de diciembre saltaron la valla de seguridad y entraron a la pista del Aeropuerto Internacional José Martí en La Habana.
Junto a un tercer cadete permanecieron escondidos en un marabuzal. Cuando cayó la noche, Alberto y Maikel se introdujeron de polizonte en el tren de aterrizaje de un Boeing 777 de la British Airways. El tercer adolescente, intentó alojarse de forma furtiva en un avión que viajaba rumbo a México y su cuerpo se desprendió del compartimento de la rueda, cuando la nave despegaba. Sus restos fueron hallados días después por campesinos de la zona.
Veintitrés años después de aquel fatídico suceso, un amigo de Maikel que también cursó estudios en una escuela militar, espera por un parole de las autoridades estadounidenses para marcharse de Cuba junto a su esposa y su hijo de 14 años.
“Jamás voy a olvidar a mi amigo. En apariencias, nosotros pertenecíamos a la hornada del hombre nuevo, los que seríamos como el Che. No existían redes sociales ni teníamos el nivel de información actual. Pero cuando estábamos en confianza, criticábamos a Fidel Castro y al sistema político cubano. Éramos fans de la música y el modo de vida en Estados Unidos. Cuando Maikel decidió emigrar de esa forma intenté persuadirlo. Pero no lo convencí. Él, como los otros dos, sabían que el vuelo de La Habana a Miami duraba 45 minutos. Pensaban que podían enfrentar la hipotermia bien abrigados. Se equivocaron al abordar un avión británico con una ruta de unas nueve horas. Fue una aventura suicida”, dice.
La emigración en Cuba después de 1959 ha costado la vida a miles de compatriotas. Carlos, sociólogo, explica que “nuestra insularidad transformó al país en una cárcel rodeada de mar. Después de los éxodos migratorios ocurridos entre 1959 y 1962 por vía aérea, el gobierno de Fidel Castro cerró la Isla a cal y canto y criminalizó las salidas del país. Solo el Estado podía autorizar cuáles cubanos podían viajar al exterior. Emigrar se convirtió en una quimera. En esa etapa se tildaba de gusanos, apátridas y traidores a quienes deseaban marcharse. Las autoridades no podían entender cómo era posible que en un sistema supuestamente ideado para los más desfavorecidos, la gente fuera tan ingrata y quisiera irse” .
“La simulación ocultó, como en muchas otras facetas de la vida nacional, las verdaderas intenciones de un sector de la sociedad. Se castigaba la emigración ilegal con sanciones de hasta ocho años de prisión. Los que se marchaban legalmente debían pagar un peaje social: trabajar durante 45 días en la agricultura y entregar sus propiedades. Si se quedaban en una misión oficial eran catalogados de desertores, y todavía hoy se les impide volver a su patria durante ocho años. La emigración no es solo un problema económico, como el gobierno intenta vender. Es también una muestra del fracaso político de la revolución de Fidel Castro. Aunque no hay datos exactos, en los 64 años de ‘patria o muerte’ y socialismo marxista, se han marchado más de dos millones y medio de cubanos. La mayor cantidad a Estados Unidos, el enemigo principal del régimen”, acota Carlos.
Ni siquiera las intensas campañas propagandísticas del régimen, resaltando la criminalidad, racismo y decadencia del modelo capitalista estadounidense, han podido detener el éxodo. Por escapar del manicomio castrista, las personas son capaces de arriesgar sus vidas. Al menos ocho cubanos intentaron huir en el tren de aterrizaje de aviones comerciales en las últimas décadas. Siete de ellos fallecieron.
La vía más utilizada hasta 2013, cuando la dictadura verde olivo aprobó que los cubanos podían viajar al extranjero legalmente, era escapar en precarias balsas. No existen datos concretos del número de compatriotas que han muerto. El Estrecho de la Florida se convirtió en uno de los cementerios marinos más grandes del mundo. En el fondo del Océano Atlántico yacen miles de cubanos que intentaban huir de la miseria y la falta de libertades. A veces el propio régimen hace uso de fuerza desproporcionada en su intento por impedir que sus ciudadanos emigren.
La madrugada del 13 de julio de 1994 parecía ser el día perfecto para una fuga. El mar estaba en calma y había poco viento. Empujado por un motor de 1,500 caballos de fuerza, el remolcador 13 de marzo estaría en los cayos de la Florida a la hora de la cena. Al menos eso pensaba Fidencio Ramel Prieto, 51 años, jefe de operaciones del Puerto de La Habana y con una autoridad suficiente que le permitía moverse con absoluta libertad por todas las instalaciones de la rada capitalina.
Con información privilegiada, Fidencio pudo preparar al detalle la huida en una vetusta nave con casco de madera recién reparada, que descansaba en un punto de atraque de la bahía habanera, cercana a la estación eléctrica de Tallapiedra. Pasada las dos de la madrugada, un grupo de 72 hombres y mujeres, entre ellos varios menores de edad, bajaron de un ómnibus y caminaron en silencio hasta el muelle.
Todos abordaron la barcaza y se acomodaron en la popa del remolcador. Sobre las 3 de la madrugada zarparon y comenzaron a bordear la rada con las luces apagadas, para evitar ser vista desde la capitanía del puerto. Al enfilar proa rumbo a la boca de la bahía, se acercaron dos remolcadores modernos y con casco de acero, provenientes del cercano muelle de Regla. Ambos embistieron al 13 de Marzo y trataron de arrimarlo a los arrecifes en la zona de Casablanca. Los atacantes bombardearon la cubierta con cañones de agua a presión, cañones diseñados para apagar incendios en los buques. Bajo ese asedio, el remolcador logró escapar mar adentro. Pero otra embarcación se sumaba al acoso.
Las tres lanchas, denominadas Polargo 2, Polargo 3 y Polargo 5, incrementaron los chorros de agua a presión y los bandazos, a medida que se iban alejando de la costa. A varias millas mar adentro, una embarcación del servicio de guardacostas del Ministerio del Interior monitoreaba la operación. Cuando las mujeres les gritaron a sus atacantes que detuvieran la embestida, que habían niños, la respuesta fueron frases despectivas y el aumento de los chorros a presión. Las madres con niños pequeños se refugiaron en la bodega de carga y el cuarto de máquinas.
En una maniobra de perversa ferocidad, uno de los barcos atacantes chocó por la proa al agredido. Otro montó su proa en la popa del 13 de Marzo y se la partió, provocando el hundimiento y muerte por ahogamiento de las personas que estaban refugiadas bajo cubierta. Ya para ese momento, el impacto de los chorros de agua había matado a unos cuantos más. Una vez hundido el remolcador, las embarcaciones atacantes maniobraron con la intención de crear remolinos de agua para ahogar a quienes aún intentaban mantenerse a flote.
Detuvieron el ataque cuando fueron avisados de que un barco mercante, de procedencia griega, se hallaba cerca, esperando acceder al puerto de La Habana. Esa noche murieron 37 compatriotas, 10 eran niños. Los capitanes de las embarcaciones que asediaron al remolcador 13 de marzo fueron premiados como héroes por el gobierno.
En noviembre de 2022 una lancha de las fuerzas guardafronteras embistió a una embarcación con 28 inmigrantes a bordo ,que costó la vida de siete personas, entre ellas Elizabeth Meizoso, una niña de dos años. Diana Meizoso, una de las sobrevivientes del hundimiento y madre de la niña fallecida, contó que la embarcación que sacaría a los migrantes del país fue embestida con toda intención por una unidad de guardacostas.
“Nos montaron en la lancha y, cuando salimos, el chofer disminuyó la velocidad, pues se vio cerrado por todos lados porque venía otra lancha. Cuando les pasamos por al lado el oficial dijo: ‘Ahora los voy a partir al medio’ y después nos embistió y la partió al medio”. Según Diana, la embarcación que sacaría a los migrantes terminó destruida a causa de los impactos. “La partió, yo vi los pedazos de la lancha, luego perdí el conocimiento del golpe que me dio en la cabeza. Fue cuando se me fue mi niña de los brazos y la ola me tiró encima de un pedazo de lancha. Ahí fue cuando reaccioné y empecé a gritarle a mi hermano dónde estaba mi niña”.
En su testimonio, Diana también se refirió a la indiferencia de los guardacostas ante el naufragio de la embarcación. “Tiraron los salvavidas porque se los pedimos. Hubo que pedirle a gritos que nos ayudaran”. En un video compartido por la periodista Maylín Legañoa, de Telemundo 51, otra de las sobrevivientes relató que “lo que hicieron con nosotros fue un asesinato. Nos tiraron a matar, no hubo compasión con nada”. Y que a unos 200 metros de la costa, los guardacostas los atacaron y cuando pedían ayuda les gritaban “ahóguense». Dos de las jóvenes que fallecieron las cogió la propela del barco. La denunciante asegura que “ninguna de las ochos mujeres sabía nadar”.
Tirso, 56 años, obrero metalúrgico, cuenta que uno de sus hijos falleció hace dos meses en un accidente en Tapachula, México. “Pensé que esa tragedia iba a desalentar a mis otros dos hijos que también tienen planes de emigrar. Pero no. Ni siquiera los riesgos de morir en la Selva del Darién o ser asaltados por bandas criminales los detiene”.
En los últimos dos años, entre la inmigración irregular y la legal, más de medio millón de cubanos se han marchado de Cuba. A muchos no les importa vender sus propiedades ni rifarse el pellejo durante el peligroso trayecto. Es un drama.
Iván García
Foto: Tomada de La Opinión.