El artista plástico Luis Manuel Otero, 30 años, lo tiene claro. Mientras bebe una cerveza Cristal en la cafetería La Arcada, situada en la planta baja del ICRT , en La Rampa habanera, disecciona con agudeza la macarrónica Ley 349 que la autocracia neocastrista pretende instaurar en la futura Carta Magna.
“Es un freno a la creación artística. Con el apoyo de esa ley el régimen tiene luz verde para aplicar cualquier tipo de censura. Varios artistas independientes vamos a luchar de manera pacífica para frenar ese engendro”, apunta indignado.
El Museo de la Disidencia, ubicado en el barrio de San Isidro en la zona antigua de La Habana, es la sede donde un grupo de jóvenes intelectuales cubanos ponen en jaque a los servicios especiales del gobierno con un conjunto de ideas que van desde el performance callejero a la presentación de libros y documentales.
La rebeldía de estos artistas independiente es la excepción de la regla. La mayor parte de la intelectualidad cubana, como de costumbre, cercada por el miedo o simplemente para conservar sus privilegios, públicamente guardan silencio frente al polémico anteproyecto constitucional que el gobierno del presidente designado Miguel Díaz-Canel pretende instaurar.
En las redes sociales y publicaciones independientes algunos intelectuales de la Isla han levantado su voz. Pero los pesos pesados de la cultura cubana miran hacia otro lado, aprueban el mamotreto y no quieren ‘marcarse’ de conflictivos, o lo que es peor, de ‘contrarrevolucionarios’.
Igor, un joven cineasta, reconoce que “el miedo y la autocensura supera la capacidad de exigir al gobierno una creación artística sin interferencias, una ley de cine democrática y por qué no, mayores espacios de libertad política y económica dentro del país”. En su opinión,
“el rol sumiso de la mayoría de los intelectuales cubanos coarta la creación artística y, más que una actitud cínica, mezquina, es un comportamiento irresponsable. Se supone que los intelectuales debemos estar a la vanguardia del pueblo, pero el temor, las componendas y mantener ciertos privilegios nos supera. Empezando por mí, que como una vez confesara, Virgilio Piñera, también tengo mucho miedo”.
Ese comportamiento hipócrita, de aparentar lealtad al régimen y a la primera de cambio, firmar un contrato jugoso con una productora extranjera que te permite vivir en el planeta solapado del capitalismo criollo, donde con dólares en manos los empleados te llaman señor y no compañero, es la estrategia de un sector amplio de la intelectualidad.
Cuando no se les abre la puerta del capitalismo cultural, entonces la opción es emigrar. Por un tiempo, haciendo «revolución» desde una universidad en New York o radicándose definitivamente en Madrid o Miami.
No solo emigran los intelectuales. Médicos, peloteros o desempleados perfilan sus planes migratorios. Incluso periodistas disidentes y activistas anticastristas, empujados por la represión y la falta de futuro, también hacen las maletas.
Nadie tiene vocación de mártir. Pero si la crema y nata de quienes se oponen al neocastrismo se marcha, se renuncia a demandarle al régimen que cumpla con los preceptos democráticos y de libertad de prensa, expresión y asociación.
Desde la distancia el mensaje pierde efectividad. Para movilizar a una sociedad indiferente, que huye del discurso político viendo culebrones y seriales alquilados en el Paquete, se necesita una ardua labor comunitaria.
A la misma hora que el artista plástico Luis Manuel Otero debatía con varios amigos en una cafetería del Vedado, el ingeniero Josué, con el mando del televisor buscaba un juego de béisbol de la MLB, copiado en su memoria flash.
“Men, tengo que relajarme del estrés cotidiano. No estoy para dispararme toda esa sarta de mentiras que dicen en el noticiero de televisión y después ver la entrevista de Díaz-Canel en Telesur. No, brother, prefiero desconectar de esa muela viendo pelota o un filme americano de acción”, apunta y hace una lista de sus contratiempos:
“Saca cuenta, asere. Gano 1,500 pesos (alrededor de 65 dólares), pero gracias a mi familia que me ayudó a remodelar la casa, tengo dos aires acondicionados, tres televisores de pantalla plana y electrodomésticos. De electricidad, en verano pago entre 1,600 y 1,800 pesos, es decir, una cifra mayor que mi salario. Y para comprar comida, frutas y vegetales para una familia de cinco personas se necesita tres veces lo que yo gano. En Cuba todo es simulación. Pero en la vida real nada es lo que aparenta. Si hicieran una elección democrática, creo que ni el 20 por ciento votaría por esta gente. No han sabido administrar el país en sesenta años. Eso es más que suficiente para que renunciaran”.
Pero cuando usted le pregunta por qué no aprovecha la reunión para discutir el anteproyecto constitucional y abiertamente plantea sus quejas e inconformidades, Josué abre los ojos y responde: “¿Tú crees que estoy loco o quiero ser el héroe de la película? Cuando los demás lo hagan, yo me sumo”.
Ése el problema en Cuba. Nadie se suma. La disidencia vive en otra dimensión y al régimen le resulta suficiente con la eficaz labor represiva y de control ciudadano de sus servicios secretos.
Cubanos como Luis Manuel Otero, que junto a otros intelectuales salen a la calle a protestar teniendo por bandera el arte, son los menos. La inmensa mayoría de la población se la pasa simulando, protestando en la sala de sus casas y levantando las manos, como señal de aprobación, en cualquier asamblea del sindicato o del poder popular.
Emigrar sigue siendo la solución de muchos. Ahora que las puertas del norte se han cerrado, miles de compatriotas escapan al sur, a Uruguay, Chile o Brasil. Da igual.
Iván García
Foto: Luis Manuel Otero (izquierda) y varios artistas opuestos al Decreto-Ley 349 se fotografiaron en la Plaza de la Revolución luego de entregar una carta en el Consejo de Estado. Tomada de Diario Las Américas.