En el horizonte plomizo se dibuja un relámpago que presagia la llegada de un nuevo frente frío. El oleaje del Océano Atlántico bate contra la barrera de arrecifes salpicando a ratos el rostro de Jorge Emilio, un fumador empedernido, que tres veces por semana se sienta a pescar en el muro del Malecón habanero.
Jorge Emilio pesca por hobby y por necesidad. Vive junto a otras seis familias en un cascarón lúgubre carcomido por el salitre y el abandono con peligro de derrumbe en San Lázaro, calle que desde Belascoaín hasta Galiano parece el set de una película de horror. Fachadas ruinosas que se van desplomando cada vez que llueve con cierta intensidad en la ciudad.
“En los últimos tres meses en mi zona han habido cuatro derrumbes. Primero se caen los balcones, luego el techo de la sala o la cocina o de algún cuarto. La casa se va reduciendo. La gente se va desplazando hacia el interior de la vivienda transformando el antiguo baño en cocina o viceversa. Subir las escaleras es un acto acrobático digno de un equilibrista del Circo del Sol”, cuenta Jorge Emilio, mientras bebe café en un pomo reciclado.
Estar toda la madrugada pescando con una vara remendada es una forma de escapar de los múltiples problemas en su rigurosa vida cotidiana. Pero sobre todo, es un negocio que le permite ganar dinero y darle de comer a sus tres hijos, su esposa, sus padres y una nuera.
“Cualquier cosa que pesque, desde un pargo hasta una mojarra, se vende a buen precio. La libra de pescado fluctúa de 500 a 800 pesos. Si no pesco nada voy hasta el Puente de Hierro, en la desembocadura del río Almendares, o la entrada de la bahía donde compro pescado y después lo revendo”, dice Jorge Emilio. Y aclara que el pescado también lo utiliza como trueque.
“Para el fin de año cambié una cherna de diez libras por siete libras de carne de puerco deshuesada importada de la yuma. No celebramos las navidades, pero el 31 de diciembre hicimos una comida, compramos dos botellas de ron y pusimos un poco de música. ¿Turrones y uvas? Esas son cosas de gente que recibe dólares, mayimbes del gobierno y dueños de negocios”.
Liliam confiesa que 2023 ha sido un año terrible. “Fallecieron mi padre y mi marido, quienes eran mis dos sostenes económicos. Y mi hijo está preso en el Combinado del Este. Tengo que janearla durísimo para poder llevarle una jaba con pan tostado y azúcar prieta. Trabajo en un hospital esterilizando material sanitario. Mi salario de 3, 570 pesos (alrededor de 13 dólares en el mercado informal) no me alcanza ni para comer. Vamos a ver si con la próxima mejora salarial al personal de salud pública me pagan un poco más. Aunque en Cuba nadie vive de su sueldo. La Nochebuena y la Navidad las pasé en casa viendo televisión y a las once de la noche ya estaba en la cama. El fin de año tampoco tengo planes. No creo que haya mucho que celebrar. Si viene el pollo a la carnicería hago una comida. Si no, como cualquier cosa”.
Yandy, ingeniero, asegura que “la situación económica en Cuba es muy difícil incluso para los que tienen dinero. Pero los que le trabajamos al Estado estamos peor. Mi esposa y yo somos profesionales y entre los dos ganamos 12 mil pesos (46 dólares en el mercado clandestino) que se nos va en pagar las facturas de electricidad, teléfono, gas y comprar viandas. Como no dieron pollo por la libreta, el fin de año lo que comimos fue un picadillo condimentado que conseguí en el mercado negro. Es vergonzoso cómo vive la mayoría de los profesionales en Cuba, un país donde la pirámide está invertida. Un carretillero o un plomero ganan diez veces más que un ingeniero. Por eso nadie quiere estudiar en la universidad y deciden emigrar. 2023 fue un año negro, pero 2024 será peor, por las medidas que, según el gobierno, controlarán la inflación y el déficit presupuestario. El día después que suban los precios del combustible y la electricidad, progresivamente escalarán todos los precios”.
El reverso de la moneda son personas como Roldán. Tiene parientes que ocupan puestos importantes en instituciones del gobierno y en las fuerzas armadas. A su auto no le falta el combustible, la telefonía móvil e internet se la costea el gobierno y su familia puede comprar alimentos y electrodomésticos a precios de saldo por un plan del régimen que a los oficiales militares de alta jerarquía les permite adquirir mercaderías importadas en pesos cubanos.
Gracias a sus parientes conectados con el establishment, pudo conseguir un empleo en una firma extranjera. Recibe atención médica en hospitales destinados a la atención exclusiva de dirigentes y una vez al año tiene derecho a pasar una semana con su familiar en una villa turística. “Los precios en esas villas son iguales a los que había en la década de 1990, cuando una cerveza costaba 10 pesos y un almuerzo no excedía los 100 pesos. El fin de año lo pasamos en casa de unos parientes, donde siempre tiran la casa por la ventana. Además de dos cerdos, asaron pargos y boliches de carne res. No faltaron los turrones españoles ni los chocolates suizos. Y a las doce de la noche, las uvas”, comenta Roldán.
Magda, abogada, pudo cenar el 24 de diciembre y el 31 de diciembre asó una pierna de cerdo, porque su padre, residente en Estados Unidos, le envió comida, turrones incluidos, para esos dos días. «En Cuba es imposible comprar esas cosas con tu salario. Los que tienen familia afuera, reciben remesas o tienen un negocio rentable se salvan. El resto tiene que conformarse con ver pasar la Navidad”.
Al filo de la medianoche del 31 de diciembre Jorge Emilio y su familia piensan tirar tres cubos de agua “a ver si nos quitamos la salación de encima y la situación mejora el próximo año”. Yandy dará una vuelta a la manzana en su barrio con una maleta “pues dicen que da suerte y tal vez en 2024 logre irme de este infierno”. Liliam cree que Dios ha abandonado a los cubanos. “Antes rezaba para que cambiara el país y pedía paz y armonía. Pero el Señor no me escucha. Cada vez hay más eogísmo, falta de solidaridad y más violencia en Cuba”.
La sensación de tristeza es palpable cuando usted conversa con la gente. La frustración es creciente. Están hastiados de la propaganda del régimen que intenta vender un socialismo marxista perpetuo.
El disidente ruso Alexander Solzhenitsyn supo describir ese sentimiento cuando dijo: «Sabemos que nos mienten. Ellos saben que nos mienten. Saben que sabemos que nos mienten. Sabemos que ellos saben que sabemos que nos mienten y siguen mintiendo».
No es un trabalenguas. La inmensa mayoría de los cubanos se sienten estafados por sus gobernantes. 2024 promete ser otro año muy duro.
Textoy foto: Iván Carcía