Desde La Habana

Cuba, un triste Día de la Madres

Cuba, un triste Día de la Madres

Desde hace medio siglo, Sonia y Maritza son vecinas. Viven en la misma barriada de Jesús María, en La Habana Vieja. A finales de los años 70, recuerda Sonia, “la madre de Maritza denunció a la policía a mi padre que recogía apuestas de la bolita (lotería ilegal) en el barrio. Nuestras familias dejaron de hablarse. Ellos apoyaban el proceso y nosotras éramos los hijos de un delincuente preso por juego ilícito. Vivíamos en dos mundos completamente opuestos”.

La familia de Maritza tuvo más suerte. Por ser machetero destacado, el gobierno le otorgó al padre el derecho de comprar a plazos una lavadora Aurika y una moto Karpaty. «En aquella época, para adquirir una batidora o alquilar una casa en la playa, dependías del sindicato. Pero la Unión Soviética se cayó, en la libreta comenzaron a vender menos alimentos y el Estado dejó de subsidiar a la gente. Ahora las dos familias estamos en el mismo bando, el de los perdedores, los que tienen parientes en la yuma que te giren dólares. Pertenecemos al mismo equipo que tiene que hacer cola un montón de horas si necesitas comprar cualquier cosa”, dice Sonia y Maritza asiente con la cabeza.

Cuando en la primavera de 1980, el padre de Sonia partió rumbo a Estados Unidos desde el puerto del Mariel, la madre de Maritza, entonces presidenta del CDR, organizó un acto de repudio, auténtico linchamiento verbal de corte fascista, frente a la puerta del viejo caserón donde vivía con su madre y sus tres hermanos. “Tres días antes de irse por el Mariel lo excarcelaron con la condición de que tenía que largarse del país. Mi madre no quiso irse. Esa decisión la estuvo lamentando hasta el día de su muerte. De mi papá no supe nada más. Algunos dicen que lo mataron en una bronca y otros que fue condenado a cadena perpetua. Con la llegada del período especial, la pobreza extrema y las carencias materiales nos afectaron a todos. Maritza y yo recuperamos nuestra amistad. Éramos amigas desde niñas”, comenta Sonia, maestra de primaria.

Desde las cuatro de la madrugada, ambas hacen cola en una dulcería estatal en la calle Belascoaín, a ver si consiguen comprar alguno de los 23 mil cakes a 500 pesos que Comercio Interior ofertó en La Habana por el Día de las Madres. Mientras esperan, mujeres y hombres de la tercera edad en su mayoría, rememoran el pasado. “Desde que tengo uso de razón siempre hemos sido pobres. Pero al menos no nos faltaba el pan. Esto ahora es un desastre. Y no se ve solución por ninguna parte. Quienes le trabajan al Estado y los jubilados son los que peor viven. Ni siquiera un cake, como era tradicional este día, las autoridades han sido capaces de gestionar”, afirma Maritza, ama de casa.

Las dos amigas coinciden que la nación pide a gritos reformas políticas y económicas. “Cuba se cae a pedazos -dice Sonia y señala las edificaciones que le rodean- y a los gobernantes no les importa, son unos canallas. Quieren vivir del cuento y la propaganda. Si no hacemos algo por cambiar nuestro destino, vamos a terminar sepultados por el techo de nuestras casas o muertos de hambre. La situación es inaguantable”.

Dos días antes del Día de las Madres, en el Centro Comercial de Carlos III, decenas de vecinos de los alrededores, hacían cola para comprar por la libreta de racionamiento una bolsa detergente de 500 gramos y un paquete de picadillo condimentado. Una de las que esperaba era Yisnet con sus dos hijos pequeños, quienes le pedían algo de comer. Ante la insistencia, del monedero sacó y contó unos billetes arrugados. Se dirigió a la cafetería, al lado del centro comercial, y pidió tres hamburguesas frías y rancias.

“¿Y el pan?”-le preguntó a la dependiente. “De qué planeta tú caíste, mi negra. Hace un siglo que las hamburguesas se venden al plato”. La madre y sus hijos las devoraron con ansiedad. Luego, revisó el monedero y comprobó que no le alcanzaba para comprar el picadillo y la bolsa de detergente cuando le tocara su turno en la cola. Comenzó a pedir dinero a los transeúntes. La gente pasaba por su lado y no le hacían caso. El aspecto de los niños se veía más cuidado, no así el de ella, con ropa usada, un poco sucia y pasada de moda. En los pies, unas chancletas plásticas remendadas. Su piel, su cabello y su manos, necesitados de cuidados. Lo alarmante era su delgadez extrema.

“El padre de mis hijos hace años que no me da ni un centavo. Si no está preso lo andan buscando. Trabajo limpiando pisos en un hospital, el salario es muy bajo: 2,200 pesos (poco más de 11 dólares en el mercado informal). También lavo y plancho pa’ la calle. Antes me templaba a un viejo por 200 pesos, pero estoy tan flaca que nadie da ni 50 pesos por mí. El poco dinero que consigo es para que mis hijos coman. Los de la seguridad social, cuando se acuerdan, me dan tres jabones de lavar y dos paquetes de arroz”, cuenta Yisnet.

Le pregunto si va a celebrar el Día de las Madres. “¿Celebrar qué? Voy a cocinar el pollo que dieron por la libreta y cuando los niños se acuesten, tomaré unos tragos de chispa (ron barato) con una amiga del solar. Emborrachándose es la única manera de soportar esta pesadilla”, confiesa.

Jenni Taboada, madre de Duanni Taboada, sentenciado a 14 años de privación de libertad por participar en las manifestaciones del 11J en el municipio habanero de Diez de Octubre, además de Duanni, tiene tres hijas.»El Día de las Madres los cuatro se reunían conmigo. El alma de la celebración era Duanni. Todo era amor y felicidad en nuestra familia. Pero eso cambió desde que lo encarcelaron».

Las madres y parientes de los 1,048 presos políticos cubanos reportados en abril por Prisoners Defenders viven una tensión constante.

“La Seguridad del Estado nos había dicho que antes de que acabara la primavera iban a soltar a mi hijo y al resto de los muchachos. Incluso le pregunté al agente si para el Día de las Madres ya estaría en la casa. Y el muy cínico me dijo que mucho antes. Juegan con el dolor de las familias. He pasado un Día de las Madres sola y triste. Es muy duro. Un hijo preso y otro que se marchó hace cinco meses. Esta gente (el gobierno) no tiene perdón de Dios”, se queja la madre de un preso político que prefirió mantener el anonimato.

Silvia, 55 años, peluquera, se pasó toda la tarde del domingo sentada en el portal de su casa, intentando establecer comunicación audiovisual por WhatsApp con sus dos hijos en Estados Unidos. “El año pasado celebramos juntos el Día de las Madres. El varón, el mayor, se fue en julio, la hembra en septiembre. Él está en Tampa y ella en Texas. Los extraño cada minuto, cada hora, cada día”.

Olga, 67 años, jubilada, estuvo tres horas en la parada, esperando un taxi o una guagua que la dejara cerca del Cementerio de Colón, para ponerle flores a su difunta madre. “El ramo me costó 700 pesos. Cuando regresé a la casa, el viejo y yo asamos un pollo, de un paquete de alimentos que nos envía nuestro hijo residente en España. Comimos en silencio, viendo un serial sobre la monarquía inglesa. No fue un día alegre”.

Para las madres que en Cuba tienen a sus hijos en la diáspora o en la cárcel, no había nada que celebrar.

Iván García

Foto: Una madre recogiendo agua con sus hijas en un barrio de La Habana. Imagen de Jorge Enrique Rodríguez tomada de Diario de Cuba.

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