Los países democráticos del mundo, esas sociedades afortunadas donde el respeto a los derechos humanos y a la libertad de expresión están sacralizados por sus leyes y por la conducta impecable de sus líderes, suelen ser condescendientes, comprensivos y mirar entretenidos el cielo azul o las nubes grises, a la hora de plantearse el asunto de sus relaciones con el gobierno cubano, una dictadura arcaica y violenta que no usa máscara ni anestesia.
Ahora, en estos tiempos, se les puede ver enfurruñados y severos con Nicolás Maduro y sus amigos porque quieren imponer en Venezuela una copia de la estructura de mando que funciona en Cuba.
Al mismo tiempo, en los salones donde firman advertencias o amenazas contra los herederos del chavismo, se apresuran a rubricar con desenfado proyectos de convenios con el castrismo, invitaciones a ministros, ayudas económicas, mamotretos de colaboración para enviar a sus inversores y expertos a trabajar sobre los escombros que dejó el socialismo en la Isla.
Allá van todos los meses, enguayaberados y felices, a dialogar y estrechar sus contactos con la élite criolla que los recibe con música y cocteles por oportunismo y conveniencia y que, desde luego, es la que le impone a los ciudadanos cubanos un brutal mecanismo de represión que tiene sus parientes más cercanos en Corea del Norte, China y Vietnam.
La violencia estatal no deja libre ni un solo espacio entre la Punta de Maisí y el Cabo de San Antonio, y está dirigida, en especial, contra los activistas de derechos humanos, los periodistas y artistas libres.
En las últimas semanas, la policía no ha dejado de perseguir a los grupos de la oposición pacífica y a los intelectuales disidentes, pero la represión se ha centrado en los periodistas independientes.
Le han dado una golpiza a dos comunicadores en Pinar del Río, allanaron la residencia de un corresponsal en Mayarí y le anunciaron a otros que irían, en cualquier momento, a engrosar la plantilla del centenar de presos políticos cubanos. La policía, además, le ha impedido viajar al extranjero a una media docena de periodistas.
Los gentiles anfitriones de los viajeros que mandan los países democráticos del mundo saben que las reseñas del periodismo independiente, sus opiniones libres y su visión de la realidad cubana son el retrato de la vida diaria del país.
Los persiguen con saña porque saben que es una foto que se hace sin los lentes graduados en las oficinas del Partido Comunista y sin la graduación que impone el miedo. Todos los miedos.
Raúl Rivero
El Nuevo Herald, 25 de agosto de 2017.
Foto: Tomada de El Mundo.