El jueves 10 de diciembre, a las nueve de la noche, en cadena nacional de radio y televisión, compareció el presidente designado Miguel Mario Díaz-Canel para dar una importante información al pueblo de Cuba. En las calles de la Isla, en las redes sociales y hasta en el Café Versailles de Miami comenzaron las especulaciones. La mayoría vaticinaba que la noticia sería sobre el esperado Día Cero.
Otros pensaban que el régimen verde olivo decretaría un Estado de Sitio tras los sucesos de San Isidro y la protesta de artistas e intelectuales frente al Ministerio de Cultura el 27 de noviembre en El Vedado. Algunos apostaban por una noticia fúnebre. “Tal vez Díaz-Canel va a informar de la muerte de Raúl”, comentaba un señor canoso que bebía ron a la roca en un bar situado en la Esquina de Tejas, municipio Cerro.
En apenas diez minutos, con su tono ríspido, Díaz-Canel anunció una noticia que desde hacía tres meses era esperada. El 1 de enero de 2021 comenzaría aplicarse la Tarea Ordenamiento. A muchos cubanos llamó la atención fue la presencia de Raúl Castro, sentado al lado de Díaz-Canel, más viejo que nunca, con unas gafas de armadura negra, con su uniforme y las charreteras de General de Ejército. El todavía primer secretario del Partido Comunista de Cuba no dijo ni una palabra. Su presencia era un mensaje subliminal: apoyo el nuevo experimento.
A Lázaro, licenciado en ciencias políticas, le preocupó «los rostros lúgubres de Raúl y Díaz-Canel. Si el nuevo reordenamiento monetario era indispensable para que las empresas pudieran elevar su productividad, no entendí por qué esas caras de miedo, como si estuvieran sepultando a la revolución”.
Semanas después se conocería la letra pequeña de la Tarea Ordenamiento. Se eliminarían ‘los subsidios indebidos y excesivas gratuidades’. Comenzar a desmantelar el disparate financiero, el voluntarismo y la economía de comando es una labor arriesgada. Es como caminar por un campo minado con los ojos vendados.
La Tarea Ordenamiento es un delicado experimento económico que puede estallar y provocar severos daños políticos. Los estrategas y funcionarios que estuvieron más de diez años diseñando el plan están en una disyuntiva: pueden convertirse en héroes o traidores, según quién los juzgue. Los periodistas oficiales fueron encargados de explicar a la población de qué se trata el nuevo invento revolucionario.
Se han escrito miles de cuartillas y Marino Murillo, zar de la frágil economía insular, ha hablado varias horas por la telesvisión, puntualizando detalles de una manera más o menos didáctica. Pero nadie ha señalado al culpable de que 62 años después, la economía cubana esté repleta de jirones y controlada hasta el detalle por el Estado. Nadie mencionó a Fidel Castro, el culpable. Como si el disparate económico se hubiera instalado por arte de magia en Cuba. Fue una irresponsabilidad de los hermanos Castro implementar un gobierno paralelo con empresas y finanzas que controlaban personalmente.
Cubalse, CIMEX, Palco, el Grupo de Apoyo al Comandante o GAESA, el refinado tentáculo de empresas militares administrado por Luis Alberto Rodríguez López-Callejas, ex yerno de Raúl, eran entidades que representaban el capitalismo de amiguetes y familiar. Sin fiscalización ni transparencia, con cuentas en paraísos fiscales, al margen de controles económicos y financieros por el Consejo de Ministros, la Asamblea Nacional del Poder Popular, la Controlaría General de la República y ni siquiera por el propio presidente Díaz-Canel.
Reordenar la economía cubana en esas circunstancias parece cosa de locos. No quedaba otra. Algo había que hacer. Murillo y su equipo han esbozado un ordenamiento monetario que intenta poner orden al desbarajuste empresarial. No era el momento adecuado para emprender una reforma impredecible como esa. Pero la crisis económica, la falta de liquidez y el descontento social obligaron al régimen a probar suerte.
Las claves de la Tarea Ordenamiento pasan por rescatar a las depauperadas empresas estatales, beneficiar a las compañías exportadoras y crear incentivos para que aumente la producción agrícola. Todo eso con una moneda devaluada frente al dólar. Las empresas que importan materias primas comenzaron a trasladar la ineficiencia y chapucería al bolsillo del consumidor.
La reforma salarial fue una trampa bien montada. Un incremento de sueldo sin respaldo productivo. Sin hacer un ajuste real al fenómeno de la pirámide invertida. Sin premiar a los trabajadores con más años de labor o consagración en su profesión. Esos deslices han provocado protestas en diversos sectores. A fines de año, tanto en el puerto de La Habana como en Santiago de Cuba, los estibadores exigieron mejores salarios. De lo contrario, dijeron algunos en las redes sociales, los barcos los descargarían los burócratas.
Se ha sabido que existe descontento en Educación, Salud Pública y en la Zona Especial de Desarrollo del Mariel. En ETECSA, el malestar de sus empleados ha llegado al extremo de comenzar una huelga. Hace un par de días, las operadoras telefónicas abandonaron su puesto hasta que rectifiquen sus salarios. Los operarios entregaron las llaves de los vehículos y sus implementos hasta que no mejoraran sus sueldos. “No, no fue una huelga de brazos caídos. Fue una huelga de verdad. Era un motín. El partido, sindicato y los jefes de la empresa le prometían a los trabajadores que las cosas se iban a resolver. En ETECSA un operario gana cuatro mil y pico de pesos y las utilidades no llegan a quinientos pesos. Los especialistas, después de armar la de San Quintín, les van a pagar once mil pesos sumando salario y utilidades. Pero los jefes y un montón de parásitos que no producen nada ganarán quince mil pesos o más”, cuenta una fuente.
En el otro extremo están los consumidores descontentos con los nuevos precios decretados por el Estado. En el Aeropuerto Internacional José Martí, una cerveza se vendía a 115 pesos, unos 4.50 dólares, y un refresco a 60 pesos, más de dos dólares. La heladería Coppelia subió el precio de una bola de helado de un peso a siete. Fue tanta la protesta ciudadana en las redes sociales que las autoridades la rebajaron a cinco.
Carmen, oficinista, cree que “es una locura que el Estado suba los precios de Coppelia, un sitio donde los cubanos podíamos comer helado a precios módicos. Ahora, aunque rebajaron algo, hay que pagar veinticinco pesos por cinco bolas de helado que no tienen la calidad ni la presentación requeridas. Han subido los salarios para que la gente pague la luz, saque los mandados de la bodega y compre un poco de viandas. El salario no alcanza para ir tomar helado, ir cine, ver una obra de teatro o comer en un restaurante”.
Lleva razón. La entrada para un estreno teatral puede costar 30 pesos y 80 una función del Ballet Nacional. Una comida mediocre en un restaurante estatal catalogado de ‘lujo’ fluctúa entre 600 y mil pesos. El salario creció entre dos y cuatro veces. Pero los precios crecieron entre cinco y veinte.
“No juega la lista con el billete. Y a eso súmale que nos quieren topar los precios a los particulares, a quienes apenas nos venden nada en los mercados mayoristas y tenemos que pagar cuatro veces más cara la electricidad, el agua y el gas. Te aseguro que más de la mitad de los negocios privados vamos a tener que cerrar. Si esa no era la intención de la Tarea Ordenamiento, en la práctica lo ha logrado”, expresa un cuentapropista.
El enojo ciudadano es mayúsculo en todo el país. Muchas personas han dejado de comprar el pan que les toca por la libreta de racionamiento debido a su mala calidad. Alcides, administrador de un comedor social, indica que “desde que abrimos con los nuevos precios de 13 pesos, muchos ancianos y familias de bajos ingresos no han ido a buscar el almuerzo ni la comida. No sé cómo se estarán alimentando”.
En Cuba más de 77 mil personas que viven en la extrema pobreza se alimenta gracias a los comedores sociales. Alberto, 78 años, vende jabas de nailon en los portales de la Calzada de Diez de Octubre. “Si voy todos los días a comer a la fonda gasto los 770 pesos que ahora me dan. Antes la comida costaba un peso, pero la subieron a 13 pesos. Es un abuso. Cuando comiencen a aparecer una pila de viejos muertos de hambre en sus casas veremos qué pasa. Lo que me jode es que el gobierno repite que no dejaran a nadie desamparado. Pero los más desprotegidos nos sentimos abandonados”.
La Tarea Ordenamiento se antoja un salto al vacío. El propio Marino Murillo, encargado de implementarla, aseguró que iba a ver inflación. La preocupación del gobierno es que esa inflación no devore el alza salarial, con lo cual ratificaba que el ensayo puede no funcionar. Por eso Raúl Castro y su delfín Miguel Díaz-Canel tenían caras lúgubres el 10 de diciembre. No es para menos. Si el experimento fracasa puede sepultar al sistema.
Iván García
Foto: Cartel tomado del Twitter del Ministerio de Economía y Planificación.