Cuando cae la tarde, Dinorah, 65 años, anota en una libreta los nombres y números del carnet de identidad de un grupo de personas que desde hace cinco días hacen cola para realizar trámites legales en una notaría del municipio Diez de Octubre, al sur de La Habana.
“Hay gente que lleva un mes en el papeleo y aun no han podido formalizar la venta de su casa. Otros necesitan un documento de la notaría para hacerles el pasaporte a los hijos menores de edad. La mayoría tienen planes de emigrar. Pero estos trámites se han convertido en un negocio jugoso para quienes trabajan en notarías. Por la izquierda te cobran dos mil o tres mil pesos si quieres apresurar la gestión», cuenta Dinorah y añade:
«Y si es la venta de una casa o un automóvil, tienes que pagar cien o doscientos dólares por debajo del tapete. A eso súmale la falta de profesionalidad, pues por errores legales o al escribir algunos de los datos, muchas personas tienen que volver hacer esa gestión. Los que estamos en la cola nos organizamos para que no se cuele la gente. Hoy me toca a mí dormir afuera de la notaría para vigilar la cola”.
El bufete está ubicado en el primer piso de un edificio en la calle Juan Delgado entre Carmen y Vista Alegre, en el populoso barrio de La Víbora. Según Nivaldo, arquitecto, “la corrupción es bestial. Si no tienes dinero te dilatan tus trámites hasta el infinito. Los notarios entran a los que le pagan un billete por encima de la cola y se arman tremendas broncas. El colmo es que la policía también forma parte del bisne”.
A dos cuadras de la notaría queda una oficina del MININT donde se confeccionan pasaportes. Las colas para obtenerlos pueden demorar más de un mes. “Ni siquiera con dinero se puede a veces conseguir, pues en la oficina no tienen el documento. Alegan que el papel con el que se hace el pasaporte es importado. La culpa siempre la paga el dichoso bloqueo, la guerra de Ucrania o la crisis económica mundial que impide que llegue el barco con la materia prima para confeccionarlo”, dice Leonel, vecino de la zona.
“Hay gente que ha perdido el vuelo a la ruta de los volcanes (Nicaragua) por no poder tramitar a tiempo el pasaporte. Y cuando lo están confeccionando, la corrupción es a la cara. Hay quien paga cuarenta y cincuenta dólares para ser de los primeros. Los guardias aparentan estar fuera del negocio, el billete se le paga a un trabajador civil del MININT, pero se sabe que los militares reciben su tajada”, afirma el vecino.
La corrupción en Cuba para realizar cualquier trámite legal o familiar es monumental. Siempre existió. Pero solía ser más disimulada. Y los militares intentaban no involucrarse. Al menos abiertamente. Ahora la corrupción es un modo de vida. Un deporte. En cualquier tienda MLC, cuando hay extensas colas, señala Luisa, ama de casa, “usted le paga 500 o 600 pesos al guardia de la puerta y te pone hasta alfombra roja para que pase. En 3ra. y 70, Miramar,, cuando surten con carne de puerco, res o queso gouda, el policía que organiza la cola me manda un aviso por WhatsApp para que vaya a comprar. En un día cualquiera se puede buscar 5 mil pesos, el salario de un mes de un cirujano. Además de ganar un buen billete, llega a casa con una factura de comida. Ese negocio no lo para nadie. Ni Dios si baja a la tierra. En Cuba hay que vivir de algo”.
Marlon, taxista particular, considera que en los últimos años la “corrupción policial es abierta y generalizada. Un tiempo atrás, los policían eran más discretos. No te pedían equis cantidad de dinero, tú le dabas lo que entendías. Ahora te exigen un monto determinado de acuerdo a la importancia del trámite a realizar o la cuantía de la multa que te van imponer”, expresa y agrega:
“Por ejemplo, para una revisión técnica del carro (sin esa inspección el vehículo no puede salir a la calle), te cobran cuarenta o cincuenta dólares. Si te cogen trabajando sin licencias de taxista te piden 500 o mil pesos, la misma cantidad para quitarte una multa. La mayoría de los policías de tránsito están en esa ‘lucha’. Cuando tienes un accidente leve, es mejor cuadrar con el otro chofer, porque si llega la policía, las mordidas a pagar se incrementan”.
Más allá del burocratismo desesperante para realizar cualquier gestión y el gasto de dinero para agilizar los trámites, el cubano de a pie se queja constantemente del deficiente funcionamiento de los servicios básicos. Ninguno se salva.
Oneida, profesora, tiene a su madre ingresada en el hospital La Dependiente, al sur de la ciudad, y explica que “la limpieza en las salas de ingresos brillan por su ausencia. Los baños son un asco. Además de traer sabanas, ventiladores, toallas, piyamas y cubos para limpiar, los familiares debemos llevar algodón, jeringuillas desechables y medicamentos. Y tener la cartera repleta de billetes, porque aparte de regalos a los médicos, técnicos y enfermeras para que atiendan lo mejor posible a tu pariente, tienes que comprar la comida y merienda en la calle. Hace rato que la salud pública en Cuba dejó de ser gratis”.
Trasladarse de un sitio a otro en La Habana es una aventura. En un viaje en ómnibus del transporte urbano de La Víbora a Ciudad Libertad en Marianao, comenta Camila, estudiante de pedagogía, “demoro entre cinco y siete horas todos los días en la ida y el regreso. Si fuera a la facultad en taxi colectivo gastaría cuatro mil pesos al mes. Mis padres no me pueden dar esa cantidad de dinero”.
Yadira, abogada, confiesa que “vivir en Cuba es una locura, una tortura. Desde que te levantas por la mañana es un problema tras otro. No entró agua al edificio, se fue la luz cuando estabas cocinando y para desayunar, almorzar y comer necesitas gastar treinta veces el salario mínimo (2,100 pesos). Surrealismo puro. Por eso la gente se cansa de esta mierda y se larga”.
La emigración en el año fiscal que concluyó batió todos los records: 224.607 cubanos entraron a Estados Unidos por la porosa frontera sur. Eso representa el dos por ciento de los habitantes en la Isla y más del cuatro por ciento de su población activa.
Carlos, sociólogo, insiste que el drama migratorio es mucho más grave. “Es un problema que va más allá de la crisis económica estacionaria, los efectos de la pandemia o la inflación creciente. Desde 2015, cuando la crisis no era tan relevante, se han marchado de Cuba, entre legal e irregular, más de medio millón de personas. El modelo económico y estructural es disfuncional. Y el gobierno no lo puede solucionar. Vamos camino al caos”.
Muchos expertos se preguntan si Cuba es un Estado fallido. Gustavo, profesor jubilado de contabilidad, cree que “en lo económico y social, por la incapacidad del gobierno para gestionar los servicios indispensables, la caída de más del 50 por ciento de las producciones agrícolas, ganaderas, pesqueras y avícolas en los últimos cinco años, el descenso notable en las exportaciones de tabaco, níquel y el ingreso del turismo, la raquítica zafra azucarera, que este año, con suerte, alcanzará las 458 mil toneladas de azúcar, inferior a la producción de 1869 en plena guerra de independencia, y que el régimen ha visto reducida su capacidad de importar bienes y alimentos en un 50 por ciento, por supuesto que somos un Estado fallido”.
Si la anarquía no es mayor es gracias a la maquinaria represiva de la policía política destinada a controlar a la ciudadanía. Una de las pocas cosas que funcionan en Cuba.
Iván García
Foto: Tomada de Adobe Stock.