Cuando el domingo 14 de abril, a las 11 y 45 de la noche, hora de La Habana, la presidenta del Consejo Nacional Electoral Tibisay Lucena declaró vencedor de los comicios al candidato del PSUV Nicolás Maduro, no pocas botellas de champán y vodka ruso fueron descorchadas por ministros y empresarios militares cubanos en un ambiente relajado y familiar.
Definitivamente, la ajustada victoria del elegido por Chávez con el 50,66% de los votos frente al 49,07% de Henrique Capriles, fue el colofón de un escenario político diseñado en buena medida desde Cuba.
Mientras el comandante bolivariano agonizaba en CIMEQ, clínica al oeste de ciudad, los hermanos Castro ofrecieron sus oficios de mediador político al atribulado gabinete chavista. Fue en la capital cubana donde se cocinó el ajiaco y se delineó un cronograma de sucesión. Tras bambalinas se escribió el guion a seguir.
Nicolás Maduro ejecutó una partitura ensayada con antelación. El régimen no quería sorpresas. Era un asunto de vida o muerte. De seguridad nacional.
Atrás debían quedar los egos, ambiciones de poder y divisiones entre los compadres de camisas rojas. Fue una concertación zurcida en nombre de Chávez y la unidad latinoamericana.
Si se perdían las elecciones moría de inanición el Socialismo del Siglo 21. Se le asestaba un golpe de muerte a la alianza comercial ALBA, integrada por Ecuador, Nicaragua, Bolivia y Cuba.
Sin políticas chavistas, vender petróleo a precio de saldo, préstamos millonarios y subvenciones de proyecto sociales latinoamericanos, la revolución continental podría tener sus días contados.
La misión de Maduro es continuar con las políticas sociales de Chávez en Venezuela. Y en nombre de los insurgentes de América, seguir las estrategias de botarates del teniente coronel de Barinas y su oratoria pendenciera y antigringa.
Lo que se le pide a Maduro es que sea un clon de Chávez. Se montó toda una dramaturgia simbólica para reforzar el sentimiento chavista entre la gente de los cerros.
Hay de todo un poco en la coctelera. Evocación a Cristo. Rememorar al bolivariano mediante canciones llaneras e himnos interpretados en su voz. Y movilizar a todos los favorecidos por las políticas sociales del PSUV para recordarles por quién se debía votar el 14 de abril.
Según los pronósticos del gobierno cubano, Maduro debía vencer con amplia ventaja a su contrincante. Una diferencia arrolladora. Entre un 15 y 18% de ventaja.
El propio Maduro hablaba de obtener no menos de 10 millones de votos. Pero con el paso de los días, entre apagones, violencia urbana y desabastecimiento, muchos venezolanos sospecharon que se les estaba tendiendo una trampa.
La diferencia de menos de 235 mil votos en favor de Maduro deja varias lecturas. Capriles se superó a sí mismo. Obtuvo un millón de votos más que el 7 de octubre de 2012. Y a sus 40 años ya es toda una amenaza para el oficialismo.
Ningún candidato de la oposición en 14 años de chavismo había logrado tantos votos. Si Maduro continúa con su discurso polarizado y pretende gobernar solo para sus partidarios, debe saber que casi la mitad adulta de Venezuela no se siente a gusto con su discurso.
Aun está a tiempo el ex chofer y sindicalista de Caracas. Puede optar por dar un giro de 180 grados y gobernar para todos, al estilo de Lula en Brasil. Si administra la nación de manera inclusiva, moderna y coherente, podría escapar de las sombras de su padre ideológico. Inclusive superarlo.
Eso pasa por un examen serio de la situación interna del país. 7,2 millones de personas no apoyan el proyecto chavista. Cuando el cadáver de Hugo Chávez se enfríe y el panorama económico y social en Venezuela siga su precario rumbo, a Maduro no le quedará otra que escuchar a todos los factores políticos.
La oposición ha salido fortalecida. Si diseñan buenas estrategias podrían ganar más adeptos. Varios cientos de miles aún pueden desertar del chavismo si Maduro no gobierna con total independencia.
El triunfo ha sido pírrico. Se vislumbra un laberinto de confrontaciones. El ambiente se puede seguir caldeando. Maduro está obligado a gobernar para todos los venezolanos y desarrollar el país. Comete un grave error si sigue desangrando la caja de PDVSA con las regalías continentales de su predecesor.
Los autócratas cubanos saben que las alarmas desde Caracas pueden sonar de un momento a otro. Castro II seguirá ‘sin prisa, pero con pausa’ sus tibias reformas económicas. La victoria de Nicolás Maduro es una bocanada de oxígeno político. Ha comprado tiempo. Lo que no se sabe es hasta cuándo.
Iván García
Foto: AP. Raúl Castro y Nicolás Maduro el 7 de marzo de 2013 en Caracas.