Los periodistas extranjeros con los cuales me entrevisté entre 1996 y 2003 siempre querían saber de donde obtenía la información. Y a todos respondía: de la universidad de la calle.
Los colegas foráneos no lo tenían claro. Si los periodistas independientes éramos considerados ilegales por el gobierno de Fidel Castro y vivíamos bajo el contínuo riesgo de ir a la cárcel, ¿cómo obteníamos las informaciones si nos estaba vedado el acceso a bibliotecas y centros de documentación estatales? Menos aún podíamos obtenerla directamente de organismos y funcionarios políticos y administrativos.
Esa realidad impuso los géneros. Descartados los reportajes, los periodistas de Cuba Press nos concentrábamos en informaciones, crónicas y artículos. Con un denominador común: objetividad. Excepcionalmente podíamos realizar una entrevista. Una fuente natural, inmediata, la teníamos en las agrupaciones opositoras. Pero no podíamos limitarnos a reportar la disidencia. Había que tratar de reflejar al cubano de a pie y a la Cuba real.
Durante veinte años como periodista oficial nunca la obtención de informaciones había sido una preocupación. Con más o menos dificultades se podía conseguir. Pero a partir de 1995, convertida en periodista independiente de la agencia Cuba Press, tuve que crear un mecanismo para que las imprescindibles fuentes no me faltaran.
Lo primero que hice fue asegurarme de poder comprar los principales periódicos y revistas nacionales. Como tenía que combinar el periodismo con los quehaceres hogareños y no podía pasarme horas en una cola, esperando a que llegara la prensa al estanquillo, cada mañana tenía que salir a cazar a alguno de los revendedores que por la Calzada de 10 de Octubre se dedicaban a revender a peso el periódico y a tres pesos la revista Bohemia. Una vez por semana me dedicaba a revisar y recortar las informaciones más interesantes.
Todos esos papeles los clasificaba y guardaba en nailons y sobres grandes usados, a los que identificaba con el tema y fecha. Y los iba guardando en el suelo, en una caja de cartón, en mi cuarto. Había “archivos” de corta duración, como los recortes relacionados con las Cumbres Iberoamericanas o la visita del Papa a Cuba, en enero de 1998. Otros, dedicados a los ciclones, Ciudad de La Habana, violencia callejera y doméstica, alcoholismo, drogadicción, Sida y accidentes de tránsito, a medida que pasaba el tiempo cobraban más valor.
A falta de computadoras, ese rústico método se ha generalizdo en científicos, economistas y otros profesionales cubanos con afán investigativo. Un método en desuso en la era de internet, pero útil en sociedades atrasadas. A mí me ayudó a “especializarme” como «lectora entrelíneas» y también a contrastar las “bolas” o rumores callejeros con las versiones oficiales.
Pero durante ocho años mi principal fuente de información fue la gente común y corriente. Personas tremendamente miedosas que, sin embargo, no vacilaban en hacerme llegar toda clase de informaciones, para que las divulgara sin revelar el origen.
El sigiloso modo de obtener información contribuyó a desarrollar un sexto sentido: el de la intuición. Había que discernir quién te hacía llegar una noticia cierta, quién se hacía eco de un rumor o especulación y quién era un vulgar provocador o chivato.
Han pasado quince años desde que comencé a escribir como periodista independiente y todavía no puedo revelar mis fuentes. A esos cubanos anónimos, gracias. Y gracias también a Raúl Rivero. Por haberme dado la oportunidad de escribir con total libertad viviendo donde vivíamos: en uno de los regímenes más intolerantes y antidemocráticos del planeta.
Tania Quintero
Foto: El poeta y periodista Raúl Rivero, fundador de la agencia Cuba Press el 23 de septiembre de 1995.
Excelente artículo, necesario para la memoria histórica del periodismo en Cuba.