En la barriada de Cayo Hueso, hay personas que son vistas con desdén. Es el caso de Waldo, jefe de vigilancia en un comité de defensa a la revolución (CDR). Un barrio repleto de jineteras y marginales que viven de lo que se ‘cayó’ del camión.
Por su intransigencia y celo para hacer cumplir las orientaciones dadas desde las superestructuras del poder, Waldo se ha ganado la antipatía de la gente. Según las malas lenguas, además, es informante a tiempo completo de los servicios especiales.
Talabartero retirado, Waldo tiene como hobby espiar detrás de su amplio ventanal de hierro, los movimientos de personas marcadas como sospechosas o conflictivas.
Su objetivo número uno es una pareja de “connotados contrarrevolucionarios” residentes en su cuadra. Se siente un tipo realizado cuando los tipos duros de la Seguridad acuden a él para que les informe los pasos de ese matrimonio.
Waldo nunca ha titubeado en su apoyo irrestricto a Fidel Castro. Ni en los tiempos más difíciles del período especial, cuando perdió la dentadura por falta de proteínas, apagones de 12 horas y una neuritis óptica que lo dejó casi ciego.
La vida lo ha tratado recio. Uno de sus hijos desertó del barco de la revolución y ahora vive en la otra orilla. Su pensión de jubilado apenas le alcanza para pagar el recibo de la luz y comprar alimentos otorgados por la libreta de racionamiento. Poco más. Come y viste mal. Pero sigue adorando a los Castro.
Waldo pertenece a ese segmento de necesitados al cual se refirió Raúl Castro en su informe al VI Congreso del Partido. Ciudadanos que a pesar de ser pobres a rabiar, son incondicionales a la revolución.
Cada día hay menos. Les presento su perfil. Por regla general, tienen más de 60 años, son ex militares, comisionados políticos de escaso vuelo o fervientes jubilados que se sienten útiles a la causa, espiando a sus vecinos “antisociales” o al frente de una reunión del CDR para analizar el último discurso político.
También hay jóvenes, oportunistas y trepadores, que se enrolan en el proceso revolucionario para intentar sacar alguna tajada material. Como Vivian, humilde y astuta muchacha, que se postuló y, sin resistencia, obtuvo el cargo de delegada al Poder Popular de su circunscripción, lo que le permitió tejer una red de influencias y resolver materiales de construcción sin costo alguno a la hora de reparar su desvencijada vivienda.
O ex oficiales como Jesús, un piloto de guerra que participó en la aventura de Castro en Angola, tan estricto a la hora de interpretar las teorías marxistas que sus propios colegas del partido al verlo se echaban a temblar.
Estos camaradas, tercos, fieles, pobres, pero felices con su revolución, forman un núcleo de talibanes con una fe en los hermanos Castro a prueba de bombas. Ellos no han obtenido ninguna ventaja material de la revolución. Ni viajes al extranjero ni divisas para comprar pacotilla. Son tipos puros.
Algunos incluso se sienten traicionados por los Castro. No porque les dejó de otorgar una cuota adicional de café o un televisor chino de 21 pulgadas. No. Su desconfianza hacia los hermanos es por el rumbo que está tomando la revolución.
Sobre todo la permisividad hacia los opositores y la debilidad para combatir malandrines y putas. Estos comunistas acerados no acaban de entender, por más que se lo explique el compañero Fidel, por qué a los ‘parásitos y gusanos’ se les recibe con alfombra roja y sus dólares les permite a sus parientes en Cuba vivir a todo trapo sin trabajarle al gobierno.
Tampoco estos intransigentes ven con buenos ojos que sus líderes quieran sostener un diálogo con Estados Unidos. Crecieron odiando a los gringos y al imperialismo.
En la soledad de la noche, les asaltan dudas ideológicas. Que se desvanecen al amanecer. Y salen a tararear “pa’ lo que sea Fidel, pa’ lo que sea”. Ahora cambiaron la letra. Sustituyeron a Fidel por Raúl. Para estar acorde con los nuevos tiempos.
Iván García
Foto: Jan Sochor.