Para Nicolás Sarmientos, 73 años, hacer su ronda habitual entre el agromercado, bodega y carretilleros que venden frutas y hortalizas en La Habana es casi un deporte extremo.
Aunque en teoría estamos a la puerta del otoño, en Cuba los termómetros se disparan. El Instituto de Meteorología anunció que en la capital la temperatura superó los 38 grados Celsius, cota jamás alcanzada.
Bajo un sol de fuego y una humedad anestesiante, Nicolás busca en los anaqueles del agromercado viandas y frijoles frutas para llevar a casa.
“Es que la despensa y el refrigerador están vacios”, dice, mientras observa un afiche del Papa argentino Jorge Mario Bergoglio con una bandera cubana de fondo, adherido a una columna salpicada de tierra rojiza a la salida del agro.
Hace tiempo, Nicolás fue un católico que asistía a las misas dominicales, sus hijos fueron bautizados e hicieron la primera comunión.
“Pero el mundo da vueltas inesperadas. Tuve que dejar de asistir a la iglesia, pues era empleado de un ministerio y un día un tipo de la seguridad me dijo que debía escoger entre el trabajo y la religión. Ahora todo ha cambiado. Los católicos pueden ser hasta del partido y tenemos relaciones con los yanquis. Estoy esperando una disculpa pública del gobierno que a muchas personas, como a mí, nos obligó a renunciar a nuestras creencias y costumbres”, expresa.
Pese a todo, Nicolás quisiera asistir a la primera misa del Papa Francisco en la Plaza de la Revolución, el domingo 20 de septiembre.
En el transcurso de 17 años, tres Santo Padre han visitado la Isla. Desde aquel invierno de 1998, cuando Juan Pablo II expresó que “Cuba debe abrirse al mundo y el mundo abrirse a Cuba”, algunas cosas han cambiado. Pero se mantiene la ausencia de libertades políticas, el Estado administra la justicia, controla los medios y confunde democracia con lealtad a los hermanos Castro.
Cuba se abrió al mundo, incluso restableció relaciones con Estados Unidos, simplemente por supervivencia. La economía es un desastre, la productividad está por el piso y la agricultura no acaba de despegar.
Fidel Castro cedió el poder a su hermano Raúl y los cacareados cambios no son del calado requerido para desarrollar el país. El PIB no crecerá espectacularmente con pequeños negocios familiares que ofertan pizzas y pan con mayonesa.
La gente, es cierto, tiene mayor espacio, a pesar de que siguen conculcados derechos inalienables de las personas libres. Con dinero suficiente se puede comprar una línea de teléfono móvil, hospedarse en un hotel cinco estrellas o viajar al exterior.
Pero el castrismo mantiene un férreo bloqueo a las iniciativas ciudadanas y sobre las inversiones económicas y derechos políticos. El papel de la iglesia católica, y el resto de las diferentes denominaciones religiosas, ha sido irregular.
El primero de enero, la Asociación Yoruba de Cuba -el 70% de la población en la Isla practica cultos afrocubanos- en su Letra del Año predice cambios importantes. Y a la mañana siguiente, arma un ebbó bajo una ceiba centenaria a la salud del dictador Fidel Castro.
En pos de lograr mayor espacio social, la Iglesia Católica trabaja con el motor en baja. Cartas pastorales que diseccionan la terrible inercia de la sociedad, como el Amor todo lo puede de 1993, y obispos sin pelos en la lengua como el fallecido Pedro Meurice o José Conrado, se contraponen con la estrategia sinuosa del cardenal Jaime Ortega.
La disidencia cubana le agradecerá de por vida a Ortega su mediación con el general Raúl Castro para la liberación de 75 presos políticos en 2010. Probablemente bajo cuerda y sin publicidad, la iglesia nacional pide mesura a los represores del régimen que cada domingo apalean a disidentes en Miramar, barriada al oeste de La Habana.
Pregúntenle a Berta Soler o Ángel Moya sobre la represión brutal que sufren por exigir democracia y libertad para 60 presos políticos.
“Ya son 22 domingos consecutivos de golpizas salvajes a mujeres y hombres que protestamos de manera pacífica. El último fin de semana detuvieron a 34 Damas de Blanco y 17 hombres. Berta pidió un encuentro con el Papa Francisco para describirle la represión de primera mano. Hasta ahora la iglesia no ha dado respuesta”, señala Ángel Moya, uno de los líderes junto a Antonio Rodiles del Foro por los Derechos y las Libertades.
La disidencia pide a la iglesia católica mayor apoyo en su lucha en favor de la democracia. Moya piensa que “hace falta solidaridad de todas aquellas personas e instituciones que desean una nación mejor. Si algo ha envalentonado al régimen es el silencio de la iglesia católica y de la prensa extranjera”.
Y le solicita al Papa tomar nota sobre el indulto presidencial a 3,522 presos comunes. “En la cárcel siguen alrededor de 60 reos por motivos políticos, algunos con más de 20 años de prisión. Ese indulto es la típica maniobra para cumplir ciertas formalidades ante la visita papal. Muchos de los indultados pueden ser usados como fuerza de choque para reprimir a la oposición”, expresa Ángel Moya.
Las sistemáticas golpizas a las Damas de Blancos por parte de los servicios especiales del gobierno contradicen la campaña de la ONU contra la violencia de género, de la cual Cuba forma parte.
La disidencia solo reclama un espacio legal y respeto. A 72 horas de la tercera visita de un Papa a la Isla, los cubanos de a pie siguen en su faena diaria por la supervivencia.
El jubilado Nicolás Sarmientos, devoto del catolicismo, rastrea los mercados en busca de alimentos para su familia. Berta Soler y un centenar de Damas de Blanco y disidentes exigen democracia en las calles. Está por ver si el Papa Bergoglio se entera.
Iván García
Foto: Berta Soler cuando era detenida el domingo 13 de septiembre. Tomada de ABC.