En un rincón del garaje, donde van a parar las cosas que no sirven, entre telarañas y olor a humedad, Leonardo dejó tirado moldes para confeccionar dulces y pizzas.
También tres rodillos de maderas. Un horno eléctrico armado con retazos de piezas hurtadas en una fábrica estatal, dos sandwicheras cromadas y un microwave envasado en su caja original. Ahora todo está en venta.
“La cuenta no me dio. Un pariente de mi esposa que radica en Miami , en 2012 nos prestó cinco mil dólares para abrir un negocio de pizzas, dulces y comidas en el portal de la casa. El año pasado, debido a las pérdidas, tuvimos que cerrar. Todavía tengo una deuda de mil quinientos dólares. Los números nunca me cuadraron”, señala Leonardo.
En cualquier negocio, como en el deporte, se gana y se pierde. Para Leonardo, lo frustrante es el contexto maquiavélico del trabajo privado diseñado por los mandarines verde olivo.
Toleran a los particulares, pero no los quieren. Un sector conservador del Estado los sigue viendo como delincuentes potenciales. Tipos peligrosos. Cercados por altos impuestos, normas extravagantes e inspectores corruptos, les cuesta fundar buenos negocios.
“Por un lado, las leyes del gobierno te la ponen muy difícil para generar ganancias. Por el otro, el desconocimiento. No sabemos nada de mercadotecnia ni publicidad. Solo triunfan los que tienen vínculos con pesos pesados del gobierno o tienen buenos contactos en el mercado clandestino”, argumenta Leonardo.
Según datos de la ONAT (Oficina Nacional de la Administración Tributaria), en los dos últimos años, cerca de 70 mil personas han entregado sus licencias. Es cierto que la cifra de los privados ronda el medio millón. Pero cuando usted indaga entre los dueños de esos negocios, el 90% gana lo justo.
“Se vive mejor que trabajándole al Estado. Eso sí, hay que pinchar (trabajar) como un mulo. Yo manejo un taxi colectivo durante doce o trece horas. Gano de 550 a 700 pesos diarios. Pero el alto costo de la vida y la inflación se llevan toda la plata. Lo que gano por un lado se me va en comprar comida a la familia y tener el auto en buen estado técnico”, señala un taxista habanero.
Los negocios más rentables son los de gastronomía, hospedaje y taxis. Armando, propietario de un bar particular en el municipio 10 de Octubre, considera que solo unos pocos han podido ganar grandes sumas de dinero.
“Hay algunos que probablemente sean millonarios, como el artista plástico Kcho o Colomé Ibarra, el hijo del Ministro del Interior (dueños de paladares), que por sus relaciones con el poder tienen el camino despejado. Otros, han triunfado por su talento, como el dueño de La Guarida o La Fontana. Pero la mayoría tiene que lidiar con ilegalidades y trapicheos para salir adelante”, subraya Armando.
De cualquier manera, en un sector de propietarios de pequeños negocios se percibe la génesis de una futura clase media. El sábado 6 de junio, en el hotel Habana Libre, varias agencias de turismo lanzaron una oferta especial de todo incluido para el verano.
“Había cola. Y la mayoría eran cubanos. Existe la creencia de que muchos parientes en el extranjero les pagan la estancia en centros turísticos. Pero noto que ha habido un crecimiento espectacular de cubanos que sufragan esas estandías por su cuenta. Hace dos años se hospedaban un fin de semana en hoteles de dos o tres estrellas. Ahora prefieren los hoteles de alta gama y alquilan una semana”, expresa una publicista de la cadena Gaviota, regentada por militares.
A partir de 2008, cuando Raúl Castro decidió poner fin al apartheid turístico, y hasta 2014, alrededor de 127 mil turistas cubanos han pasado vacaciones en hoteles internacionales de toda la Isla, gastando más de 10 millones de pesos convertibles. Cifras que van en aumento.
Mientras miles de ancianos agobiados venden maní, periódicos y cigarrillos al menudeo en las calles habaneras, ganando unos pocos pesos que apenas les alcanza para comer, una élite de emprendedores privados hacen dinero a saco.
Desde luego, el temor y la desconfianza se mantienen. Muy pocos confían en el sistema bancario o las reglas de juego implementadas por el régimen.
En 2014, solo 658 «cuentapropistas», como los etiqueta el gobierno, pidieron créditos a las entidades bancarias estatales. De La Habana eran 75 y 583 del resto del país, informó la revista Bohemia. Esto representa el 0,1% de los más de 400 mil trabajadores privados registrados.
El valor de los créditos otorgados fue solo de 13 millones de pesos cubanos (unos 520.000 dólares). Según un cálculo conservador de Onelio, economista, el monto de dinero que se mueve en los negocios privados supera los 3 mil millones de dólares.
“Las inversiones en las paladares de primera o casas de renta de alto estándar no bajan de los 20 mil dólares. Mi teoría es que una parte de ese dinero viene del exilio y otra es de oscura procedencia. Como robos a empresas, delitos de cuello blanco, corrupción en altos niveles del poder o fraudes al Medicare en Estados Unidos que luego lavan la plata en negocios privados en Cuba”, especula Onelio.
Detrás del glamour y el éxito de paladares donde cenan estrellas como Rihana, Beyoncé o senadores estadounidenses de paso por La Habana, hay miles de negocios con amenaza de quiebra.
La hoja de ruta diseñada por Obama el 17 de diciembre abrió un nuevo panorama político entre Cuba y Estados Unidos. Seis meses después, las propuestas que supuestamente beneficiarían a los dueños de negocios particulares, siguen siendo una quimera.
La autocracia castrista no ha promulgado una ley que permita a campesinos y emprendedores privados acceder a microcréditos o importar alimentos y bienes. Entonces tienen que probar suerte en algún negocio con un préstamo de familiares radicados en el extranjero y trabajar más de doce horas diarias para intentar obtener ganancias mínimas.
A emprendedores como Leonardo las cosas no le fueron bien. Cuatro años después de abrir con ilusión un café tuvo que cerrar debido a las pérdidas. Ni siquiera ha podido vender en rebaja utensilios que compró para su negocio. Y aún le debe dinero a un pariente en Miami.
Iván García
Foto: Timbiriche dedicado a la venta de artículos de santería en La Habana. Tomada de El Nuevo Herald.