No se sabe cómo llegó a Cuba. Entró, a mediados del siglo XIX, por la provincia de Camagüey y ahora tiene invadidas el 20 por ciento de las tierras agropecuarias y el 56 por ciento de las zonas ganaderas.
En la isla crece una sola especie, el dichrosrachys cinerea, pero ya es parte del panorama como un permanente telón de fondo de las palmas solitarias, los potreros abandonados y el áspero dibujo por el que a veces pasa un río, se desliza un arroyo y se ven unos empecinados árboles frutales junto a un bohío. Yo hablo del marabú.
Se trata de una planta invasora que, en Cuba, se desarrolla en lugares abiertos y soleados porque en ese país no hay plagas ni enfermedades que lo detengan y, además, porque crece en diversos suelos, soporta la sequía, sus espinas y su tallo son fuertes, sus semillas se dispersan por el ganados y sus retoños forman rápidamente una red de poderosas espesuras.
La verdad es que no todo es malo en el marabú. Tiene algunos leves usos sin importancia para ciertos remedios y, además, es excelente para el carbón vegetal. Por su combustión produce brasas duraderas de gran poder calórico con poco humo y pocas cenizas. El marabú, dicen los expertos, por su extensión, puede ser fuente de biomasa para combustible sólido de baja intensidad.
Así es que no sólo se va a permitir que el marabú siga devorando los terrenos cultivables y convirtiendo la campiña cubana en un cerco de espinas y palmas, sino que los funcionarios criollos le han pedido a sus aliados chinos que le construyan una cosechadora que le permita ayudar a la naturaleza y expandir el árbol invasor para utilizarlo como materia prima y producir carbón.
El modelo de la nueva máquina fue diseñado por un grupo de ingenieros cubanos que realizaron ensayos en la provincia de Camagüey, el lugar donde el marabú hizo su entrada en la Isla y se afincó de una manera definitiva. Cuando la cosechadora se apruebe comenzará ensamblarse en una fábrica en el oriente del país, según se informó oficialmente. El proceso para producir carbón vegetal se realiza en cooperativas agropecuarias mediante un método primitivo en hornos artesanales.
Ahora, un mayor por ciento de las tierras agropecuarios pasará a ser dominio del marabú y de una manera planificada, con apoyo de las autoridades que comienzan a llamarlo –con una mezcla de orgullo y complacencia– “el oro espinoso de Cuba.”
El despliegue silvestre del marabú en combinación con la contribución voluntaria de la gestión siempre torpe del gobierno, anuncia unos leves destellos dorados en medio de un mar de espinas que terminará invadiendo las cuatro esquinas del paisaje cubano.
Raúl Rivero
Blog de la Fundación Nacional Cubano-Americana.
Foto: Tomada de Public Radio International.