Sin ser un experto en cuestiones económicas ni en el mercado de divisas de Wall Street a Erasmo le gusta confiar en sus instintos. Desde hace catorce años se dedica a la compra y reventa de dólares y euros.
También de pesos convertibles. En el portal de su casa, a tiro de piedra de una caja de cambio estatal (CADECA), ofrece sus servicios en voz baja a las personas que hacen cola para vender o comprar cuc.
“La compra o venta privada de divisas es ilegal en Cuba. La policía ya me hizo una carta de advertencia y me han puesto dos multas de 1,200 pesos (unos 50 dólares) por dedicarme a las operaciones cambiarias”.
Su modus operandis es simple. Igual que el Estado, compra el cuc a 24 pesos y lo revende a 25. Pero las divisas internacionales, como el dólar o el euro, las paga a mejor precio que los bancos estatales.
“A mí me vienen a ver cubanos residentes en Estados Unidos que están de visita en la Isla, para cambiar cinco o seis mil dólares. El Estado paga a 87 centavos de cuc cada dólar. Yo ofrezco 94 centavos por billetes de hasta 20 dólares. Los billetes grandes de 50 y 100 los pago a 95. Y tengo clientes que me lo compran uno por uno”, comenta Erasmo.
El régimen verde olivo ha montado operaciones cambiarias alejadas del marco de referencia de las cotizaciones mundiales. Cuba, a pesar de su economía e infraestructura del Tercer Mundo, por decreto oficial cotiza al dólar estadounidense a su libre albedrío.
Cuando Fidel Castro llegó el poder en 1959, el peso cubano se valoraba a la par del dólar. Pero la planificación económica y estatización de los negocios redujeron dramáticamente la producción de bienes y riquezas.
El Estado recurrió a cambios de divisas artificiales y prohibió la tenencia de moneda dura. Las leyes cubanas sancionaban hasta con cinco años de privación de libertad a las personas con posesión de divisas o que se dedicaban al cambio.
En el argot de la calle, ‘jinetear’ -una palabra que después hizo suya la prostitutción- se le decía a las personas que merodeaban hoteles y centros turísticos para comprar dólares, pagando un mejor precio que el ofrecido en el cambio oficial.
“A mediados de los años 80, todos los días me iba a La Rampa, en El Vedado, a ‘jinetear’ fulas. El gobierno compraba los dólares uno por uno. Los jineteros lo pagábamos a cuatro o cinco pesos. Las ganancias las invertíamos en comprar ropas y alimentos que becarios o residentes extranjeros nos adquirían en tiendas que vendían en dólares y a los cubanos se nos prohibía el acceso”, cuenta Juan Carlos, quien lleva más de treinta años realizando cambios clandestinos de divisas.
En 1993, tras la legalización del dólar estadounidense, la hiperinflación se disparó en el país. Después de la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la URSS, Cuba entró de golpe en una era de indigencia.
Los bueyes sustituyeron a los tractores y una comida caliente al día era un acontecimiento familiar. Se dispararon los precios de venta de los alimentos y el dólar llegó a cotizarse a 150 pesos.
Hacia finales de los 90, amainó el temporal y el dólar estadounidense se estabilizó a 24 pesos. En toda la Isla se abrieron cientos de CADECAS, para que la gente pudiera comprar o vender dólares.
En 2005, a raíz de un escándalo bancario en el banco suizo UBS, multado con cien millones de dólares por la OFAC, por sustituir dólares viejos en una cuenta de cinco mil millones de dólares a nombre del régimen cubano, Fidel Castro decretó un impuesto del 20% a la moneda de Estados Unidos, su principal enemigo.
Agiotistas ilegales como Erasmo comenzaron a pagar el dólar a mejor precio. “Los miles de médicos y profesionales cubanos que trabajan en Ecuador, Venezuela o Sudáfrica lo compraban a uno por uno. Ellos invertían esos dólares en comprar pacotillas, teléfonos móviles o televisores de plasma que luego revendían hasta en tres veces su precio de compra”.
En 2011, el General Raúl Castro reevaluó la tasa cambiaria del dólar situándola a 87 centavos. “Siempre en el mercado negro estamos a dos o tres pasos alante respecto a las políticas monetarias del gobierno. Es sencillo: estamos en la calle y nos guiamos por la oferta y demanda. El Estado solo sabe gobernar con monopolios y decretos, no con el mercado”, afirma Erasmo.
Esa tasa cambiaria adulterada perjudica a los más de 700 mil cubanos residentes en Estados Unidos que visitaron su patria en 2014. “Es un casino lo que han montado. Entre una cosa y otra, gasté casi siete mil dólares. De gravamen me chuparon 910 dólares. Son unos bandoleros”, dice Santiago, un habanero que vive en Nueva York.
Augusto, economista, sugiere a las personas que ahorran divisas que lo hagan en dólares. “Es lo aconsejable, sobre todo en estos momentos con la caída del euro y el repunte del dólar. Según mis cálculos, cuando se unifique la moneda en Cuba, el valor del dólar se disparará. No llegará a 120 pesos como en los 90, pero se cotizará al triple de lo que paguen los bancos, pues aun subsiste una inflación que puede tornarse peligrosa en el futuro, por el no despegue de la producción de bienes y alimentos. Si el gobierno pretende que aumente el turismo estadounidense debe eliminar el arbitrario impuesto del 13%”.
Desde el verano de 2013, la autocracia militar ha declarado su intención de unificar la moneda. Rumores cíclicos provocan que los cubanos de café sin leche se cubran las espaldas ante una posible devaluación del peso convertible, cambiando sus ahorros en dólares.
El régimen castrista ha asegurado que, llegado el momento, no se afectarán los ahorros de los ciudadanos. Pero el instinto de tipos como Erasmo, le dice que el dinero que guarda debajo del colchón es mejor tenerlo en dólares. Por si acaso.
Iván García